lunes, 12 de julio de 2010

Mi nombre es Khan


Título original: Mi name is Khan
Año: 2010
Nacionalidad: India
Dirección: Karan Johar
Guión: Shibani Bathija
Producción: Karan Johar & Gauri Khan
Fotografía: Ravi K. Chandran
Música: Shankar Mahadevan, Lory Mendosa & Ehsaan Noorani
Diseño de Producción: Sharmishta Roy
Vestuario: Manish Malhortra & Shiraz Siddique
Reparto: Shahrukh Khan, Kajol, Shane Harper, Christopher B. Duncan, Harmony Blossom, Jennifer Echols, Steffany Huckaby, Douglas Tait, Adrian Kali Turner, Parvin Dabas, Tanay Chheda, Carl Marino, Muchael William Arnold, Mel Fair, Kathleen M. Darcy, Sonya Jehan, Retson Ross, Mike Howard, Sugandha Garg, Benny Nieves, Pallavi Sharda, Jeremy Kilpatrick, Ethynn Tanner Cerney, Tracy Weisert, Kristen Marie Holly, Nicolas Pajon, Reed Rudy, Kevin Oestenstad, Len Anderson IV, David Alan Hodges, Natasha Marc, a'Ali-Salaam, Arjun Mathur, Arif Zakaria, Brett Glazer, Dominic Renda, Montgomery Paulsen, Mark S. Porro, Marquis Scott, Laurence Brown, Sheetal Menon, Patrick J. Crabb, Ron Provencal, Joseph Zinsman, Willoughby Charles Jonett, Daniel lee, Brittany Disston, Victor M. Slone...
tan tópica como un anuncio de detergente

La industria de Bollywood es tan superficial como pueda serlo la de Hollywood, lo que me permite referirme ha aquel maravilloso título de Robert Altman, El juego de Hollywood (The Player, 1992), en el que realizaba un veraz y crítico retrato a la industria de Hollywood en la que sus productores no tenían idea de lo que era hacer cine y se enteraban del argumento que les explicaba un guionista gracias a unas sencillas asociaciones a películas de éxito ya realizadas. No me cabe ninguna duda a que Shibani Bathija, guionista de este bodrio, explicara su idea a unos incultos productores asegurando que la película iba a ser un cruce entre Forrest Gump (1994, Robert Zemeckis) y Rain Man (1988, Barry Levinson) con una chispa de Una mente maravillosa (A Beautiful Mind, 2001, Ron Howard).

Estamos ante un melodrama que relata la historia de Rizwan Khan (Shahrukh Khan), un individuo que padece el síndrome de Asperger —algo que se introduce antes de los títulos de crédito con la intención de sensibilizar al espectador y, a la vez, disculparse por las incoherencias que se puedan producir— y que tras la muerte de su madre, se traslada a los Estados Unidos de América, siguiendo los pasos de su hermano, quien le proporciona trabajo —uno que parece realmente muy inapropiada dada la enfermedad que padece, pero gracias al cual conoce a Mandira (Kajol). Mandira acaba por sucumbir a la sinceridad y sencillez de Rizwan, casándose con él y formando juntos una nueva familia junto con el hijo de Mandira, fruto de un matrimonio anterior.

El drama se produce cuando el hijo de Mandira es asesinado en una trifulca de adolescentes que es interpretada por las autoridades como un crimen racista provocado por el apellido que el adolescente tiene ahora, Khan, un apellido musulmán. Esto provoca el rechazo inmediato de Rizwan por parte de Mandira que le echa de su lado hasta que sea capaz de presentarse ante el presidente de los Estados unidos de América para decirle: 


"Mi nombre es Khan y no soy un terrorista"

No se dejen engañar, estamos ante un filme falso y manqueo cercano a los cines de propaganda que se dieran en Alemania e Italia antes y durante la Segunda Guerra Mundial, y en España, justo desde el momento en que el caudillo ganara la Guerra Civil española y a lo largo de cuarenta años de oscuridad. Quizás por ello lo reconozco tan bien. Un tipo de cine que no tiene la intención de hacerte pensar sino que te dice, directamente, lo que tienes que pensar. Un cine más racista que aquellos comportamientos que critica.

Acentuando el carácter sensiblero y acorde con el melodrama, la mayor parte de la historia está contada a través de un flashback que comienza cuando Rizwan es detenido por su conducta sospechosa en un aeropuerto. La caricatura con la que se dibuja a los policías del aeropuerto no es mucho mejor que la que pudiera realizar un cineasta norteamericano sobre un terrorista islámico, lo que coloca a Mi nombre es Khan a la misma altura que aquello que pretende criticar. Lo mismo sucede más adelante, con la pelea en la que muere el hijo de Mandira en la que los comentarios de los adolescentes y sus actitudes están forzadas para conseguir engañar y orientar la mente del espectador.

Tan sólo merecen la pena algunos breves momentos, como el momento en que Rizwan se presenta a Mandira, algo que se diluye en segundos ante unas asociaciones de ideas propias de las rebajas, no las de enero sino las segundas rebajas de febrero, como la que lleva a Mandira a determinar que Rizwan es el culpable de la muerte de su hijo. Una conclusión que, además, me deja perplejo porque aparece en pantalla y en ningún momento me da la impresión que sea un crimen racial, se trata más de una pérdida de control de unos adolescentes que hubiera sido exactamente igual con cualquier adolescente de otra religión, etnia o condición sexual.

Esto demuestra que Karan Johar, a pesar de tan extenso currículo y experiencia, no sabe cómo contar una historia. Se pierde en el discurso, traicionado por sus propias imágenes que, probablemente funcionen a la perfección en su pueblo, pero no en el mío. No se aprecia ningún resquicio del gran director indio, Satyajit Ray o, por no mear tan alto, de cineastas como Shekhar Kapur, y por mear sentado, de cineastas indias contemporáneas como Mira Nair o Deepa Mehta.

Si acaso la película destaca por todo lo que desaprovecha, como la oportunidad para resaltar la representación de una mujer trabajadora hindi contemporánea, como es Mandira, que prácticamente lleva sola el sustento de su familia, sobretodo en el período post 11-S y que no nunca podría realizar en el Bollywood. En mi opinión también desaprovecha la oportunidad de mostrar cómo experimenta la comunidad musulmana norteamericana —de unos siete millones, pocos años antes de los atentados— el ataque terrorista a los Estados Unidos de América y cómo se adaptan a la situación posterior.

Todo lo dicho pasa totalmente desapercibido si, pasada la patética secuencia de la boda y aguantando la absurda secuencia del entierro del americanito, logras aguantar hasta la última media hora de proyección, en la que en ningún momento se tiene la sensación de estar en los Estados Unidos sino en un set de rodaje lleno de extras haciendo de americanos, en el que la película se convierte en una asombrosa y divertida comedia desenfrenada, pero de puro delirio, el del guionista y su director.

PD.: ¿como puede llevar Mandira un salón de belleza con las cejas sin depilar?


Publicado originalmente en EXTRACINE

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