jueves, 23 de agosto de 2012

Abraham Lincoln: cazador de vampiros


Título original: Abraham Lincoln: Vampire Hunter
Año: 2012
País: EE.UU.

Dirección: Timur Bekmambetov
Guión: Seth Grahame-Smith, basado en su propia novela
Producción: Timur Bekmambetov , Tim Burton & Jim Lemley  
Fotografía: Caleb Deschanel
Música: Henry Jackman
Montaje: William Hoy 
Diseño de producción: François Audouy 
Dirección artística: Beat Frutiger
Decorados: Cheryl Carasik
Vestuario: Varvara Avdyushko & carlo Poggioli
Reparto: Benjamin Walker, Dominic Cooper, Anthony Mackie, Mary Elizabeth Winstead, Rufus Sewell, Marton Scokas, Jimmi Simpson, Jospeh Mawle, RObin McLeavy, Erin Wasson, John Rothman, Cameron M. Brown, Frank Brennan, Lux Haney-Jardine, Curtis Harris, Bill Martin Williams, Alex Lombard, Raevin Stinson, Jaqueline Fleming, John Neisler, Aaron Toney, Meade Patton, Teri Wyble, Lawrence Turner, Jake La Botz, Dane Rhodes, Earl Maddox, John McConnell, Bernand Hocke, Ritchie Montgomery, Scott Michael Jefferson, Pierre Pichon, Maya M. Marshall, Michael Madary, Alex Bulat, Jilian Batherson, Casey Bundick, Chelsea Bruland, Edward R. Cox, Kristin Daniel, Brian Paul Falgoust, Tara Francis, Sean Glazebrook, Lauren Hammond, Kelly Hasandras, Brent Henry, Rianne Herron, Kyle Kahn, Erin Mallory, Laura B. Manning, Jennifer Schemke, Francis Scully, Elsie Semmes, Simeon Sjöberg, Mark C. Stevens, Aaron Thacker-Woodruff… 

una loca (y absurda) relectura de la historia 

Cada verano la pantalla se llena de productos absurdos que, amparados en el axioma de que todo vale con tal de buscar el entretenimiento, nos acribillan con híbridos carentes de toda gracia y sentido del humor. Desde este momento certifico que, en lo que a mi respecta, la carrera de Timur Bekmambetov concluyó el día que se le ocurrió poner los pies fuera de Rusia. Ojalá le juzgaran a él con la misma contundencia que a las Pussy Riot y con más motivo, sólo por hacer realidad un pestiño tan aburrido, anodino y sin sentido como Abraham Lincoln: Vampire Hunter.

Nunca hubiera pensado que el director de Nochnoy dozor (Guardianes de la noche) y Dnevnoy dozor (Guardianes del día), tuviera más vocación de Mel Brooks que de los hermanos Wachowski. No crean que la influencia de los segundos la atribuyo a las secuencias de acción. No, Bekmambetov lleva perfeccionando ese mismo estilo desde sus tiempos en el cine de evasión ruso. Me refiero más a los estilismo de sus patéticos vampiros protegidos del sol con sus flamantes gafas. Lo que me sorprende es que la mezcla entre cine histórico -su película repasa uno a uno los principales puntos de inflexión de la vida del decimosexto presidente de los Estados Unidos de América- y película de vampiros posmodernos haya podido llegar a la luz después de la patochada que tuvimos que soportar el verano pasado con Cowboys & Aliens (2011, Jon Favreau).

No he podido encontrar en Abraham Lincoln: Vampire Hunter un sólo momento que justifique su visionado. El personaje protagonista me resulta indiferente, sus relaciones personales me traen sin cuidado, los giros de guión son hasta molestos… Pero porque al guionista de la película, Seth Graham-Smith, tampoco le importan nada. Justifica las decisiones de sus personajes con motivaciones sujetadas con hilo dental y es incapaz, ya no de hacer creíble alguna secuencia, sino de que ninguna resulte predecible. ¡Todas, absolutamente todas! Para colmo piensa que el público contemporáneo va a saber lo que le sucede esa noche que se va al teatro…

Debo advertir que Abraham Lincoln: Vampire Hunters es una película violenta. No tanto por las propias secuencias que dan forma al relato, sino por la reacción que provocan en el espectador, que no entenderá que le hayan cobrado entrada por asistir a los delirios de alguien que se creía tan original. Habría que evitar que el señor Bekmambetov se volviera asociar con Tim Burton, y lo más peligroso todavía, alejar a Seth Graham-Smith de cualquier tipo de teclado e impedirle escribir. Sí. Él es el responsable no sólo de la novela que mezcla vampiros con esclavos y el ejército confederado, así como de su adaptación cinematográfica, sino que también fue quien acabó con las expectativas creadas por Dark Shadows y ahora mismo está preparando Beetlejuice 2.

Hubiera preferido un remake de Entrevista con un vampiro (Interview with the Vampire, 1994, Neil Jordan). ¿Quizás Predator versus the Vampires? Que quieren que les diga, Blade debería pasarse antes por casa de Tim Burton que por la de Stephanie Meyers. Prefiero mil veces la cursilada romántica de The Twilight Saga que la fanfarronería incomprensible de unas republicanas que se creen modernas porque se pintan la ralla del ojo. ¡Quiero que las Pussy Riot cumplan condena en Hollywood!

Publicado originalmente en EXTRACINE

miércoles, 22 de agosto de 2012

Siempre feliz


Título original: Sykt lykkelig
Año: 2010
País: Noruega
Fecha de estreno: 05/11/10
Título en España: Siempre feliz

Dirección: Anne Sewitsky
Guión: Ragnhild Tronvoll, basado en una obra de Mette M. Bolstad
Producción: Synnøve Hørsdal  
Fotografía: Anna Myking
Música: Stein Berge Svendsen
Montaje: Christoffer Heie 
Diseño de producción: Camilla Lindbrâten 
Vestuario: Ellen Dæhli Ystehede
Reparto: Agnes Kittelsen, Henrik Rafaelsen, Joachim Rafaelsen, Maibritt Saerens, Oskar Hernaes Brandso, Ram Shihab Ebbedy, Heine Totland, Hans Martin Austestad, Nils Christian Fossdal, Mattis Myrland, Hâkon Rasmussen… 

aprendiendo a decir no

El cine noruego quizás tenga menos buena prensa que sus vecinos escandinavos, pero con Sykt likkelig, queda claro que goza de muy buena salud, como atestiguaban en el festival de Sundance, donde le otorgaban el Gran Premio del Jurado en la categoría de película de ficción internacional. Dirigida por Anne Sewitsky, se trata de un drama, relativamente cómico, en el que están involucradas dos parejas, la que forman Kaja y Eirik y la de sus nuevos vecinos, Sigve y Elisabeth. Impulsiva y espontánea, Kaya tiene algo de envidia de la relación que mantienen sus vecinos, ahogada por un marido y un hijo que se alían en ocasiones contra ella. Pero no sólo es ella la que alberga deseos hacia la otra pareja.

La simpatía y el buen rollo que transmite esa especie de coro griego que inicia y salpica intermitentemente la película contrasta con el drama que viven sus personajes protagonistas. Quizás todo empiece como una travesura, pero las cosas se van volviendo cada vez más dramáticas hasta que estalla una terrible crisis familiar, en realidad dos. Quizás, al igual que hace el coro, la cuestión no sea tan grave, pero claramente sus personajes la viven con dolor y amargura.

Contribuye enormemente a ese estupendo grado de vitalidad y naturalidad que contiene la película a la personalidad de Kaya, fenomenalmente interpretada por Agnes Kittelsen (ojalá que podamos disfrutar de ella en sucesivas películas), quien está perfectamente secundada por Joachim Rafaelsen en el papel de su marido Eirik, precisamente ambos fueran candidatos a los premios de la academia noruega. Sin restar importancia a las interpretaciones de Henrik Rafaelsen y Maibritt Saerens como Sigve y Elisabeth, la pareja vecina, lo cierto es que ambos acaparan toda la atención del filme.

Independientemente de que la película sea tan sencilla, como rica en emociones, quizás lo que más me llame la atención de la película sea el proceso mediante el cual el personaje de Kaya aprende a decir que no. La sumisión a la que inconscientemente se ha ido sometiendo por parte de su marido e incluso su hijo, quizás le hayan llevado a creer las cosas que ambos le decían sobre su físico y sus cualidades. Una sumisión que si, en este caso, no nos lleva a hablar de violencia de género propiamente dicha, si que sirve para apuntar que la ausencia de violencia física no es menos peligrosa que la psicológica.

El contraste con la otra pareja, en apariencia tan moderna y liberal, pero sometida a sus propios chantajes emocionales, sirve para dejar claro que este tipo de comportamientos se dan en todas las direcciones, de hombre a mujer o viceversa, y en cualquier ámbito social. Asimismo, tanto en un caso como en el otro, los que pagan nunca son los que están involucrados en esta lucha de sexo, de pareja o de género, sino sus hijos, sean biológicos o adoptivos, sean o no testigo de los hechos y entiendan o malinterpreten lo que realmente está sucediendo entre las personas que les sirven, lamentablemente, como ejemplo.

Publicado originalmente en EXTRACINE

Qué esperar cuando estás esperando


Título original: What to Expect When You're Expecting
Año: 2012
País: EE.UU.

Dirección: Kirk Jones
Guión: Shauna Cross & Heather Hach, basado en el libro de Heidi Murkoff
Producción: Mike Medavoy, Arnold Messer & David Thwaites  
Fotografía: Xavier Pérez Grobet
Música: Mark Mothersbaugh
Montaje: Michael Berenbaum 
Diseño de producción: Andrew Laws 
Dirección artística: James F. Truesdale
Decorados: Halina Siwolop
Vestuario: Karen Patch
Reparto: Cameron Diaz, Jennifer Lopez, Elizabeth Banks, Chace Crawford, Brooklyn Decker, Ben Falcone, Anna Kendrick, Matthew Morrison, Dennis Quaid, Chris Rock, Rodrigo Santoro, Joe Manganiello, Rob Huebel, THomas Lennon, Amir Talai, Wendi McLendon-Covey, Dwyane Wade, Whitney Port, Megon Mullally, Cheryl Cole, Tyce Diorio, Taboo, Kim Fields, Jesse Burch, Mimi Gianopulos, Genesis Rodriguez, Tom Clark, Taylor Kowalski, Aerli Austen, Katie Kneeland, Kelley Hinman, Jon Stafford, Rhoda Griffis, Elizabeth Becka, Catherine Dyer, Brian Bascle, Sharon Morris, Eric Mendenhall, Maria Howell, Sharon Gee, Scott Poythress, Nico Ward, Cynthia Evans, Pam Smith, Jimi Kocina, Jasmine Kaur, Valerie Payton, Andrew Arthur Medlin, Andrew Laws, Richard Mitchell, Jessie Ward, Hannah Kasulka, Wilbur Fitzgerald, J. Todd Smith, Africa Miranda, Tegga Lendado, Matthew Lintz, Emily Chandler Westergreen, Reginald Womack… 

gallardón está en hollywood?

Como cada verano, un servidor acude a su cita cinematográfica con Cameron Diaz, esperando una de esas comedias irreverentes y políticamente incorrectas a las que nos tiene malamente acostumbrados. Craso error. What to Expect When You’re Expecting no es para nada un filme en la onda de Bad Teacher o Knight and Day, sino todo lo contrario, un filme con exceso de corrección política en el que la ironía y el sarcasmo han sido intercambiados por una sobredosis de hipocresía y una total ausencia de sentido del humor. Más que una película coral, se trata de un filme en el que se entrelazan cuatro historias que tienen en común que sus protagonistas están embarazadas. Podría suceder que presenciáramos diferentes puntos de vista ante un mismo acontecimiento, pero nuevamente estaríamos en un error. What to Expect When You’re Expecting se instala en un único lado moral y social que provoca que aflore la sombra del panfleto publicitario en contra del aborto por encima de cualquier otra inquietud en torno a la maternidad.

Si no fuera porque la película no es española y porque sus protagonistas me remiten a la cinematográfica contemporánea, sin duda podría haber asimilado esta película dirigida por Kirk Jones como uno de los productos promovidos por el régimen franquista para propagar aquellas ideas tan ultracatólicas que conminaban a la mujer a la cocina siempre que no estuviera pariendo. El personaje de Cameron Diaz, que tanto se rebela contra su condición de embarazada, acaba postrada en la cama por acondicionamiento legal, el incómodo personaje racial queda condenada a la esterilidad, la pecadora que fornica sin condón acaba como acaba y a la mujer emprendedora sólo se le permite un negocia de índole intrínsecamente femenino. Más claro agua con bicarbonato. Para colmo, la mayoría de los personajes masculinos corresponden a ese perfil tan despreciable que hace de la hipocresía su forma de vida, es decir, criticar, despreciar y despotricar contra aquello que en el fondo más les complace, ejercer de padres.

No es la primera vez que nos encontramos ante un discurso machista que surge desde un pensamiento femenino (que no feminista), pero nunca me dejará de sorprender la sumisión de quienes sólo son capaces de articular su discurso desde un mismo punto de vista moral y ético, que casualmente, la mayoría de las veces se corresponde con un mismo pensamiento político y religioso. Si a pesar de todo Cameron Diaz es capaz de dotar de sentido del humor a su personaje, Jennifer Lopez no consigue más que nos alegremos de todo lo que le sucede, de la misma manera que hay una cierta justicia poética en todo lo que tiene que pasar Anna Kendrick, en este caso más por lo mal que cae su personaje que por carencias de la actriz, que no creo que las tenga. Sin duda su historia es la que con mayor eficacia demuestra la hipocresía y contradicción de una forma de vida que está en contra del aborto, pero que fornica sin condón en un momento de calentón.

Publicado originalmente en EXTRACINE

Hara-kiri, muerte de un samurái


Título original: Ichimei
Año: 2011
País: Japón & Reino Unido

Dirección: Takashi Miike
Guión: Kikumi Yamagishi, basado en una novela de Yasuhiko Yamagishi
Producción: Toshiaki Nakazawa & Jeremy Thomas  
Fotografía: Nobuyasu Kita
Música: Tyûichi Sakamoto
Montaje: Kenji Yamashita 
Dirección artística: Yuji Hayashida
Vestuario: Kazuko Kurosawa
Reparto: Kôji Yakusho, Naoto Takenaka, Eita, Hikari Mitsushima, Ebizô Ichikawa, Kazuki Namioka, Munetaka Aoki, Hirofumi Arai, Takashi Sasano, Ayumu Saitô, Goro Daimon, Baijaku Nakamura, Ippei Takahashi, Yoshihisa Amano… 

el honor como venganza

Es una verdadera pena que las películas dirigidas por Takashi Miike no tengan una mayor (y mejor) distribución internacional. Si en principio puede que destacara por sus inquietantes y estremecedoras cintas de terror, hoy en día se ha convertido, al menos para un servidor, en un cineasta de referencia en cualquier género. No sé si es lo único que desarrolla en estos momentos en su filmografía, pero tras un jidaigeki como la fabulosa Trece asesinos (Jûsan-nin no shikaku, 2010), nos llega ahora otro no menos interesante con el título de Ichimei, Hara-kiri: Death of a Samurai para el mercado internacional.

Se trata de una nueva versión de una novela de Yasuhiko Yamagisho, que ya fuera llevada al cine en 1962 por Masaki Kobayashi y se llevara el premio especial del jurado en Cannes. Quizás esta nueva versión haya pasado desapercibida a su paso por el último festival francés, pero al menos quedará distinguida como la primera que se ha exhibido en competición en 3D. Y es una pena porque, pareciera que el director de Audition tuviera mejores resultados, en lo que a premios en festivales se refiere, con aquel cine tan histriónico y manierista que con estos estimulantes ejercicios de serenidad visual a los que nos somete con sus películas de época.
Más que un drama, Ichimei está más cerca de los parámetros de la tragedia griega, alcanzando cotas de tortura emocional comparables incluso a los ejercicios dogmáticos de Lars Von Trier en filmes como Rompiendo las olas o Bailar en la oscuridad. Sin llegar a tanto, pero rozando por milímetros las mismas heridas. Es posible que en occidente no tengamos el mismo concepto del suicidio que en oriente, pero cualquiera puede ponerse en la época y el lugar de los personajes para entender la pureza de su acto. En concreto, Takashi Miike consigue que incluso el espectador occidental entienda a la perfección la nobleza de Motome (Eita) cuando se ve obligado a hacerse el harakiri a la fuerza. Es una pena que en nuestra cultura no esté más arraigada la cultura del suicidio por honor. De haber sido así, a muchos de nuestros políticos no les bastaría con dimitir, sino que se les exigiría demostrar su nobleza renunciando a la vida después de mentir, engañar o robar. Qué bonito y poético sería, y seguro que se les recordaría con mucho más respeto.
En cierta manera Ichimei hace referencia a Rashomon, la obra maestra de Akira Kurosawa en la que se conocía una misma historia desde varios puntos de vista. En este caso no sucede exactamente igual, pero sí es muy interesante que mientras la mitad de la historia está contada por Kageyu (Kôji Yakusho), la otra se completa por Hanshirô Tsugumo (Ebizô Ichikawa). A pesar de que el primero cuenta su parte con frialdad y sin dar crédito a los ruegos del ronin, todos apreciamos la tragedia de su relato, tanto espectador como oyente diegético, lo que provoca que llegue con tanta intensidad la parte que completa Kageyu. Lo interesante es que al ir aportando detalles, el espectador se imaginará cómo va a terminar la historia, pero aún así conserva toda su fuerza y su dureza, transmitiendo todo el dolor e impotencia por la que han pasado sus protagonistas. Un relato de viva actualidad y con el que Takashi Miike se anticipaba a los acontecimientos de estos tiempos de crisis en los que mucha gente tiene que suplicar realmente porque no les quiten sus casas, los Gobiernos cambian leyes para favorecer a los más ricos desprotegiendo más aún a los pobres, o en algunos países se llega hasta el suicidio como herramienta y arma para denunciar su situación desesperada.
Si las imágenes están realzadas, que no embellecidas, por la fabulosa fotografía de Nobuyasu Kita, la banda sonora ofrece un hermoso contrapunto con la partitura que aporta Ryûichi Sakamoto, todo ello coronado con el poético uso que de los elementos de la naturaleza vuelve a hacer Takashi Miike, en consonancia con su título previo estrenado en occidente, Trece asesinos. Al igual que sucedía en este caso, que algunos espectadores no alcanzaran a saborear estas mieles que menciono, el engaño puede proceder de la creencia errónea de que se está ante un producto con más sangre y acción y menos drama y emoción, cuando más bien se trata justamente de todo lo contrario.
Publicado originalmente en EXTRACINE

miércoles, 15 de agosto de 2012

Prometheus


Título original: Prometheus
Año: 2012
País: EE.UU.


Dirección: RidleyScott
Guión: Jon Spaihts & Damon Lindelof
Producción: David Giler, Walter Hill, Ridley Scott & Tony scott  
Fotografía: Dariusz Wolski
Música: Marc Stritenfeld
Montaje: Pietro Scalia 
Diseño de producción: Arthur Max 
Dirección artística: Alex Cameron, Anthony Caron-Delion, Peter Dorme, Marc Homes, Paul Inglis, John King, Adam O'Neill & Karen Wakefield
Decorados: Sonja Klaus
Vestuario: Janty Yates
Reparto: Noomi Rapace, Michael Fassbender, Charlize Theron, Idris Elba, Guy Pearce, Logan marshall-Green, Sean Harris, Rafe Spall, Emun Elliott, Benedict Wong, Kate Dickie, Patrick Wilson, Lucy Hitchinson… 

tú eliges si te gusta o no

En un momento de Prometheus, Elizabeth Shaw (Noomi Rapace) explica que es una cuestión personal creer o no creer en la posibilidad de vida extraterrestre. Ella decide creer, pero una vez descubre (y esto no es un spoiler porque ya sabemos que hay) que la vida extraterrestre no es tal y como a ella le hubiera gustado, opta por refugiarse de nuevo en la religión, en este caso en Dios. Esto es exactamente lo que le ha ocurrido a un servidor con la (primera) precuela de Alien (1979): antes de verla quería y deseaba que me gustara por encima de todo, después...

Ante todo, destacar que el trío protagonista consigue unas interpretaciones extraordinarias. Charlize Theron elabora un personaje tan odioso como atractivo, aunque los guionistas no sepan muy bien lo que hacer con él. Michael Fassbender consigue que se te pongan los pelos de punta con una sonrisa digna de Hannibal Lecter y desde luego me encanta la ironía de que su modelo a seguir sea un homosexual como Lawrence de Arabia. Noomi Rapace es un fabulosa y más que digna heredera del legado de Ripley (Sigourney Weaver) que consigue la plena identificación del espectador con su causa. Y el resto del reparto es lo suficientemente coherente para mantener la atención, incluyendo algún que otro guiño a través de sus personajes tanto con Alien como con Aliens (1986), quizás una mención especial para Idris Elba, mucho más interesante y carismático que Logan Marshall-Green y desde luego que Guy Pearce.

No puedo negar que me lo he pasado bomba viéndola, pero es innegable que si Ridley Scott ha vuelto al cine de ciencia-ficción, no ha recuperado su capacidad para hacer obras extraordinarias como en sus primeros tiempos. Tan sólo es una película perfectamente enmarcada en las expectativas contemporáneas y en perfecta sintonía con su cine más reciente. Más de terror que de ciencia-ficción, quizás la mayor decepción sea encontrarnos una propuesta demasiado superficial para lo profunda que pretende ser. Da la impresión de que el cineasta no se ha implicado como algunos hubiéramos deseado, limitándose a plasmar en imágenes el guión que le han entregado.

Al fin y al cabo no estamos hablando de un artista que reivindica su autoría sobre sus obras, sino ante un artesano que trabaja en equipo para conseguir obras más o menos satisfactorias. Quizás sea paradógico el hecho de que antaño hiciera filmes minoritarios cuya celebridad ha crecido con el tiempo, con el hecho real de que actualmente tan sólo se dedique a hacer un cine mucho más comercial y aceptado por un público que sólo demanda diversión y entretenimiento. En consonancia, lo más probable es que Prometheus sea aclamada por el público, pero no perdurará en el tiempo de la misma manera que lo hizo Alien. Pero entonces ¿dónde está el “pero” de Prometheus? Precisamente en el que mejor ha sabido venderlo, su guionista Damon Lindelof que junto con Jon Spaihts elabora una historia perfectamente coherente por sí misma y en relación con sus precedente, pero en la que las virtudes de la anterior son exactamente los defectos de esta, y viceversa. Trataré de explicarme evitando spoilers.

El principal problema del guión de Prometheus son las prisas. Prisas por ir a encontrarse con los extraterrestres, prisas en provocar lo inevitable, prisas en salir corriendo, prisas en explicar algo que hubiera quedado mejor en entredicho. Tampoco es que hayan tenido mucha pericia en lo que respecta al desarrollo de la acción pues, aparte de que me molesta la secuencia terrestre y el flashback de la infancia de Elizabeth, una vez llegan al planeta de destino la estructura de la película se reduce a las idas y venidas al hallazgo extraterrestre. Hasta tres veces van y vienen de su nave a la otra sin otra excusa que no sea que pase algo más, que provocar el avance de la acción.

Por otro lado está la cuestión de la antipática credibilidad. Nada referente a la vida extraterrestre, ni siquiera al viaje espacial ni nada por el estilo. Me refiero a cosas mucho más sencillas y mundanas que no quisiera desvelar por lo que utilizaré un ejemplo aparte. Puedo admitir que en Star Trek se realice una operación quirúrgica en menos de tres minutos y para la que el paciente no necesite recuperación alguna, pero es que el tiempo en el que se desarrolla la acción justifica plenamente cualquier tipo de avance, además de que se adscribe en el género de la ciencia-ficción. Por el contrario, Prometheus y las demás películas de la saga Alien plantean una posibilidad a partir de nuestra propia realidad, en un futuro, pero a partir de nuestro presente, por lo que uno no se levanta de la cama y sale echando leches a salvar el mundo después de que…

Luego también están cuestiones específicas de algunos personajes que no llegan a entenderse por sí mismas, aunque sí en relación con Alien. Por ejemplo, es del todo creíble que Ash, el robot de la nave Nostromo, tenga más información que el resto de la tripulación, pero no sucede lo mismo aquí con David, el robot de Prometheus, dado que es realmente el primer viaje a este planeta, aparte de que personalmente me molesta su aire a C-3PO.

Pero independientemente de todas estas cuestiones, Prometheus funciona afortunadamente bastante bien en un sentido nostálgico, como cuando repasamos las fotos y vídeos del viaje de fin de curso, de las vacaciones que pasamos por primer con aquella pareja, o incluso de tu viaje de novios. Resulta extraordinariamente emocionante reencontrarte con los espacios comunes con Alien, intuir el origen, reconocer las señales de lo que pasará después, descubrir algunas incógnitas aunque aparezcan otras. Aunque Damon Lindelof y Ridley Scott vendieran que Prometheus funcionaba perfectamente como película independiente, mi impresión es exactamente la contraria. Su mejor baza es la relación con Alien. Quizás sería interesante conocer cómo recibe la historia un espectador que nunca haya visto ninguna de las películas de la saga. ¿Tendrá realmente sentido que una arqueólogo haga un hallazgo e identifique inmediatamente que se trata de una invitación extraterrestre? ¿Asimilará con la misma facilidad el descubrimiento de estas nuevas formas de vida? ¿Se quedará satisfecho con la deliberada peripecia de dejarlo todo preparado para una posible secuela?

Quizás sería preferible dejar pasar algo de tiempo y volver a ver Prometheus para confirmar si me gusta o no me gusta, pero a pesar de que disfruté mucho viéndola, no consiguió evitar una sensación de decepción en su conclusión por lo que, en este momento, elijo que no me gusta. Elige tú lo que prefieras pero, para eso, tendrás que verla.

Publicado originalmente en EXTRACINE

Mr. Nice


Título original: Mr. Nice
Año: 2010
País: reino Unido & España

Dirección: Bernard Rose
Guión: Bernard Rose, basado en la novela de Howard Marks
Producción: Luc Roeg
Fotografía: Bernard Rose
Música: Philip Glass
Montaje: Teresa Font & Bernard Rose
Diseño de producción: Max Gottlieb
Vestuario: Caroline Harris
Reparto: Rhys Ifans, Chloë Sevigny, David Thewlis, Luis Tosar, Crispin Glover, Omid Djalili, Christian McKay, Elsa Pataky, Jack Huston, Jamie Harris, Sara Sugarman, William Thomas, Andrew Tiernan, Kinsey Packard, Ania Sowinski, James Jagger, Howell Evans, Ken Russell, Ferdy Roberts, Waris Hussein, Huw Davies, Matthew Jacobs, David Sibley, Daniel Faraldo, Gillian Hanna, Dewi Roberts, Nathalie Cox, Jay Itzkowitz, Ian Burford, Rollo Weeks, Julian Firth, Olivia Grant, Jams THomas, Frank Bourke, Thomas Whwatley, Mark Tandy, Eric Loren, Tony Rohr, Paige Hewitt, Amelia Clarkson, Hannah Roeg, Claudia Harris, Ella Roeg, Edgar Harris, Jeremi Cockram, Rob lane, Caolan Byrne, Ifan Huw Dafydd, Stephen Marzella, Euron Griffith, Terence Havill, Kal Weber, Dominic Graville, Raqeul Gribler, Craig Stevenson, Julio Perillán, Deobia Oparei, Ron Forsythe, Emerald Fennell, Owain Arthur, David-Doc O'Connor, Ricardo Bimbaum… 

el camello accidental

A tenor de la campaña de promoción de Mr. Nice, a la que gustosamente debe haber accedido el propio Howard Marks objeto de este sin par biopic, intuyo que el que fuera traficante de drogas tras licenciarse en Oxford no debe tener demasiada idea de cine. A no ser que viera la película bajo la influencia de todo tipo de estupefacientes, como es lo más probable. Más que nada lo digo porque no estoy seguro de si habrá pillado bien ese tono irónico con el que Bernard Rose ha decidido retratarle y que resta gran importancia a lo que el propio Mr. Marks considera un logro, para centrarse más en su falta de responsabilidad para con su familia, con la sociedad y consigo mismo. El entusiasmo del personaje real en las ruedas de prensa, contrasta con ese retrato que de él se hace, más cercano al de un papanatas, absolutamente carente de inteligencia, aunque sí de una envidiable dosis de suerte, y que en ningún momento le hace parecer un astuto manipulador, como se le vende en la publicidad de la película.

Mr. Nice es una película más o menos entretenida (más bien menos), que pareciera la cara B de Goodfellas (1990, Martin Scorsese), salvo que protagonizada por un nihilista en la línea de aquel Alex de A Clockwork Orange (1973, Stanley Kubrick). La acción se desarrolla en un tono cercano al documental, pero que en algunos casos y siguiendo la tónica de algunos filmes recientes del mismo cineasta, raya el cine doméstico. Bastante familiar debe haber sido la producción de la película porque el propio director cumplía además las funciones de guionista, cinematógrafo y editor, con la ayuda en este caso de la montadora española Teresa Font, que para eso se trata de una co-producción hispano-irlandesa.

Bernard Rose se mantiene en un tono distante con respecto al tema principal de su película, es decir que no se implica en si está a favor o en contra de las drogas (aunque puede deducirse eprfectametne no sólo por la opinión del protagonista, sino por algunos otros) o de las aventuras del personaje (al fin y al cabo nunca involucran robo ni asesinato). Tan sólo se limita a narrar su peculiar historia, aunque sí se preocupa de remarcar algunos momentos, como ese en el que Howard mira por la ventana y ve a través de las cortinas a su pareja, y en lugar de volver con ella, se sube al coche para culminar (de mala manera) otra de sus “grandes” operaciones. También desoye continuamente los ruegos de Judy (Chloë Sevigny) para que deje de traficar con drogas, lo que demuestra que no le interesaba en absoluto lo que le sucediese a su esposa ni a sus hijos, por mucho que diga lo mucho que les quiere. Me da la impresión de que por muy gracioso que él se sienta, no debe caerle tan bien al director, que no le juzga, pero utiliza la ironía para acercarse a un tono más cómico, pero que termina por revelar la esencia del personaje.

Quizás mi falta de empatía con Howard Marks pueda deberse también a la baja calidad de la interpretación de Rhys Ifans, que en ningún momento deja de dar la impresión de que es un actor disfrazado poniendo caras, más o menos elocuentes, pero no llegando en ningún momento ni a transmitir la simpatía que se supone emanaba el personaje, ni mucho menos su inteligencia tanto para urdir sus planes, como para eludir la justicia. En las secuencias colectivas se nota demasiado quien es el actor principal y quienes son los integrantes de la figuración. Mucho más apropiada es la aportación de su compañero de reparto, David Thewlis, de la misma manera que Chloë Sevigny sí es capaz de reflejar a la perfección la contradicción de una madre que, aunque disfruta sin prejuicios de la marihuana, asume su compromiso con la maternidad con la misma ausencia de culpabilidad. Mención especial para la breve intervención de Luis Tosar, siempre perfecto en su cometido, o incluso Elsa Pataky en otra de sus figuraciones especiales (mejor que no hable mucho) en las que se está especializando poco a poco.

Por último resaltar que si bien soy un ferviente admirador de la obra de Philip Glass, ni siquiera éste parece haber estado muy acertado a la hora de aportar su partitura a la película. Quizás haya sido su manera de devolverle la bofetada a Bernard Rose, para el compusiera la magnífica banda sonora de Candyman (1992). Si bien se trata para algunos de una de sus mejores composiciones cinematográficas, en su momento manifestó su disgusto porque la película no fuera exactamente como le habían prometido, lo que le llevó a no editar su banda sonora hasta varios años después. Quien sabe, lo mismo ahora están todos juntos liando un porrito en Benidorm.

Publicado originalmente en EXTRACINE

Elefante blanco


Título original: Elefante blanco
Año: 2012
País: España & Argentina 

Dirección: Pablo Trapero
Guión: Pablo Trapero
Producción: Alejandro Cacetta, Juan Pablo Galli, Juan Gordon, Pablo Trapero & Juan Vera  
Fotografía: Guillermo Nieto
Montaje: Andrés P. Estrada 
Vestuario: Marisa Urruti
Reparto: Ricardo Darín, Martina Gusmán, Jérémie Renier, Federico Benjamín Barga, Mauricio Minetti, Walter Jakob… 

demasiadas nueces y poco ruido

Desde que comenzara su carrera cinematográfica, Pablo Trapero siempre ha estado ligado a un cine social y reivindicativo que no estaba reñido con un estilo y estética tan depurados como concisos. Quizás Elefante blanco siga manteniéndose dentro de los mismos parámetros reivindicativos pero si por un lado pareciera no querer meterse en camisas de once varas en lo que respecta a la crítica política y religiosa, además de ceñirse a una estética más realista y sucia de lo habitual, por otro se acerca peligrosamente a un registro melodramático, que termina por devolvernos un filme interesante, pero ligeramente superficial.

Cuesta entender que el director de Mundo grúa, Leonera y Carancho no se haya atrevido a llamar las cosas por su nombre en Elefante blanco. Según lo que expone en su película, han sido las diferentes Administraciones las que han ido postergando la culminación de la obra del edificio al que alude en su título, que hubiera constituido un orgullo, pero que termina por simbolizar una vergüenza. Expone, pero no señala. Ni motivos ni culpables, ni nada que pueda comprometer ninguna ideología política. Por otro lado, aunque en alguna secuencia el propio Julián (Ricardo Darín), se enfrente a la burocracia y la falta de empatía de la iglesia para con los más desfavorecidos, tampoco acaba de denunciar lo que sí deja intuir sobre el paradero del dinero destinado a pagar a los obreros.

Si no faltan los guiños a la realidad social indignada actual, quizás podamos encontrar las razones que le llevan a mostrarse tan poco explícito al señalar con el dedo en que, a través de su película, no sólo pretende denunciar la corrupción de los poderosos, sino realizar un homenaje a un religioso que, de la misma manera que Julián, siempre se mantuvo al lado del pueblo. Por eso en Elefante blanco los sacerdotes protagonistas están presentados más como hombres que como clérigos, con sus dudas y sus pecados. Pero sinceramente, estoy convencido de que hubiera conseguido lo mismo mojándose un poquito más.

A pesar de todo Elefante blanco no deja de ser una película entretenida e interesante, con interpretaciones estupendas de sus tres protagonistas, Ricardo Darín, Martina Gusmán y Jérémie Renier en su primera interpretación en español, pero que no bastan para pasar por alto otras carencias. Si sus personajes están bien trazados y desarrollan sus conflictos personales (que se ven venir) a la vez que aumenta el conflicto general que les atañe a todos, no parece que tampoco que al cineasta le interese profundizar realmente en la manera en que cada uno de ellos supera sus propias contradicciones ni de ofrecer soluciones a ellas. No es que que sus relatos queden suspendidos para que el espectador decida por dónde quiere que continúen, sino que simplemente, los deja sin resolver en lo que parece más una estrategia para desviar la atención de cara a la resolución de la película.

Es posible que también pese en exceso la lejana influencia de Cidade de Deus, más por el entorno en el que transcurre la historia y sus similitudes temáticas que por la forma en que se desarrollan ambas películas. Para colmo, en un intento por dotar de una dimensión estética su película, Traprero recurre en un par de secuencias a dos temas compuestos por Michael Nyman, que si bien son fabulosos, no sirven más que para desubicar al espectador. Al menos a este, y probablemente a aquellos que puedan relacionar uno de los temas con la banda sonora para la que fuera compuesto originalmente, The Cook, the Thief, His Wife and Her Lover (1989, Peter Greenaway), que inevitablemente evoca la imagen de Helen Mirren ataviada con diseños de Jean Paul Gaultier mientras fornica con su amante en una cocina llena de plumas, que no parece ser el atavío más apropiado para deambular por las ruinas de este Elefante blanco.

Publicado originalmente en EXTRACINE