jueves, 28 de enero de 2010

Celda 211

Título original: Celda 211
Año: 2009
Nacionalidad: Francia/España

Dirección: Daniel Monzón
Guión: Jorge Guerricaechevarría &  Daniel Monzón, basado en una novela de Francisco Pérez Gandul
Producción: Álvaro Agustín, Juan Gordon, Emma Lustres Gómez & Borja Pena
Fotografía: Carles Gusi
Música: Roque Baños
Montaje: Cristina Pastor
Diseño de Producción: Antón Laguna
Vestuario: Montse Sancho
Reparto: Luis Tosar, Antonio Resines, Carlos Bardem, Marta Etura, Manolo Solo, Jesús Carroza, Joxean Bengoetxea, Luis Zahera, Alberto Ammann, Félix Cubero, Manuel Morón, Vicente Romero, Juan Carlos Mangas, Antonio Durán ‘Morris’, Jesús del Caso...


entre la nouvelle vague y el cine de género de bajo presupuesto

Daniel Monzón ha tenido una trayectoria laboral similar a la del cineasta galo que fuera precursor de la nouvelle vague: François Truffaut

Ambos fueron críticos antes que cineastas, Truffaut en la prestigiosa revista Cahiers du Cinéma donde desarrolló sus teoría del cine de autor; Monzón en la revista, antes de cine, vídeo y televisión y ahora del corazón, Fotogramas, donde para casi cualquier película y en un alarde de ingenio y originalidad siempre utilizaba el adjetivo ‘bizarro’; luego también sería crítico televisivo y subdirector, en sus primeras épocas, de Días de Cine.

Ambos fueron actores ocasionales, Paco en sus películas y, ocasionalmente, para otros ,como Steven Spielberg, en la mítica Encuentros en la tercera fase (Close encounters of the third kind, 1977), que de esa manera rendía tributo a su manera de hacer cine; a Dani le hace un homenaje su amiguete Santiago Segura al incluirle en un cameo haciendo de freak en Torrente, el brazo tonto de la ley (1998).

Ambos escribieran guiones para otros directores: François Truffaut para Jean-Luc Godard, Al final de la escapada (À bout de souffle, 1960), una particular road movie en clave de filme romántico que se alimentaba de los convencionalismos del género negro americano para reinventarlos y producir una fresca película que con su montaje sincopado, se convierte en un filme de culto; Daniel Monzón para Gerardo Herrero, Desvío al Paraíso (Shortcut to Paradise, 1994), un intento de filme de género de bajo presupuesto en clave de terror psicológico con psicópata incluido, que intentaba conquistar el mercado internacional haciendo uso de actores anglosajones y rodando la película en inglés -igual que haría después en alguno de sus títulos, La caja Kovak (The Kovak box, 2006)-, convirtiéndose en uno de tantos títulos que pasaron desapercibidos en los años noventa.

Ambos han construido carreras coherentes, el galo dentro de un cine de autor libre, espontáneo, renovado, humanista y naturalista que navega a la contra del cine francés de posguerra, por aquellos años excesivamente académico, convencional y demasiado ligado a la literatura, por un lado, y aprendiendo la lección del mejor cine de autor americano, representado en cineastas como Howard Hawks, John Ford o Alfred Hitchcock, cuya influencia quedaría reflejada por escrito en uno de los libros de cabecera de todo cinéfilo de pro: El cine según Hitchcock (1966); el mallorquín siempre dentro de los convencionalismos del cine de género, imitando el cliché del cine de bajo presupuesto americano, alejado de toda realidad y naturalismo y, sobre todo, de las idiosincrasias características de los españoles, lo que le acerca, curiosamente, al cine galo contemporáneo, seguidor de las corrientes comerciales impuestas por el standard norteamericano. 

Uno no espera, ni quiere, ir todos los días a ver filmes documentales que le hablen de lo dura que está la vida, no. A un servidor también le gusta entretenerse con productos de evasión que le hagan emocionarse y experimentar vertiginosas subidas de adrenalina, pero para ello necesito algo más que una admirable intención. El problema que tengo con Celda 211 es que, salvando el hecho de que la cárcel parece más una auténtica cárcel de película. De película de los años setenta. De película norteamericana claro, más cercana a lo que debe ser un cuartel de pueblo que a una penitenciaría actual española -hasta ya ha desaparecido la franquista cárcel de Carabanchel-, por lo que dudo mucho que funcione en estos momentos una cárcel de estas características. Por lo menos no en España. Y en cualquier caso, la cuestión no sería que la cárcel sea real o no, la cuestión es que no me parece verosímil. Es como si pudiera ver a los guionistas decidiendo ubicar a sus personajes en una cárcel mitificada por la memoria cinematográfica del cine carcelario para poder desatar los acontecimientos que estamos contemplando. Es como si, una fuerza exterior provocase el motín de los presos justo cuando se produce el incidente en la celda 211 y la estupidez apresase las mentes de los funcionarios, que abandonan al protagonista en la celda. Es como si, la elocuencia más asombrosa se apoderase de Juan Oliver y le traspasase el arrojo y valentía del Brubaker de Robert Redford en el filme de 1980 del mismo título.

Aún así, que conste que me enfrento a la película bastante bien, me relajo, hago caso omiso de mis alertas intelectuales e intento disfrutar del espectáculo. Pero claro, luego llega la secuencia de llamada a Elena para tranquilizarla y, no sólo consiguen el efecto contrario, sino que pareciera que le hayan suministrado unas dexidrinas que le hacen perder la cabeza... a ella o a los guionistas que no pueden encontrar una manera más coherente de conducirnos hasta el punto de giro para que el funcionario Juan Oliver traspase la línea entre bien y el mal. Ni la decisión de ella de presentarse en la cárcel, ni la contundente reacción de los policías ante las protestas de los familiares en la puerta de la penitenciaría, ni el incoherente paso de Utrilla al mezclarse con los reos en pleno motín, ni las negociaciones del representante del gobierno, ni nada de nada, porque a estas alturas yo ya estaba totalmente fuera de la película.

Por otro lado, es obligado mencionar, que los actores defienden a sus personajes con uñas y dientes, absolutamente todos ellos están magníficos en sus construcciones, desde Luis Tosar hasta Alberto Ammann, incluyendo a todo el cartel de fabulosos secundarios encabezados por Vicente Romero y por un, por primera vez, espléndido Carlos Bardem.

Por último, no quisiera dejar de mencionar y lamentar, que la mayor parte del éxito del filme no se deba a su calidad -seguro estoy de que muchos otros no estarán de acuerdo con mi punto de vista-, lo que me parece injusto es que casi un 75% de los espectadores que han acudido a verla ni lo han hecho por la calidad cinematográfica de Daniel Monzón, ni por las dotes interpretativas de Luis Tosar, ni por haber leído la novela de Francisco Perez Gandul, sino simple y llanamente, por que la anuncian en la tele. Es indudable que las herramientas están ahí para utilizarlas, que Tele 5, como principal productora, está en su derecho de promocionarla las veces que haga falta, faltaría más. 

Lo triste es que el espectador pase de lado otros productos de igual o mayor calidad, sólo porque no los ha visto anunciados 12 veces en un mismo día en la televisión. Particularmente, y por continuar con un cine de género como el que tratamos ahora, me refiero a la última obra de Agustín Díaz Yanes, Solo quiero caminar (2008), una película de género total y absolutamente creíble, no porque pueda pasar en a realidad, sino por la verosimilitud en la que se nos presentan los hechos. Sobre todo, me refiero a cualquiera de los títulos de Enrique Urbizu, desde Todo por la pasta (1991) hasta La vida mancha (2003) y, especialmente, La caja 507 (2002), con la que comparte interprete, Antonio Resines, una película que pasara con discreción por las carteleras dado el bajo presupuesto con el que contaban para el marketing y la promoción. 

Me pregunto si cuando Daniel Monzón haga su siguiente película las salas de los centros comerciales estarán igual de llenas, me refiero, claro está, en el caso de que no le vuelva a producir la cadena amiga, ni se lleve los Goyas que le correspondan. Aunque en este pueblo los reconocimientos académicos nunca son garantía de nada. Ni siquiera el Oscar cuando se lo dan a un español.


martes, 26 de enero de 2010

La caja (The box)

Título original: The box
Año: 2009
Nacionalidad: EE.UU.


Dirección: Richard Kelly
Guión: Richard Kelly, basado en un relato corto de Richard Matheson
Producción: Richard kelly, Dan Lin, Kelly McKittrick & Sean McKittrick
Fotografía: Steven Poster
Música: Win Butler, Régine Chassagne & Owen Pallett
Montaje: Sam Bauer
Diseño de Producción: Alec Hammond
Dirección Artística: Priscilla Elliott
Decorados: Tracey A. Doyle
Vestuario: April Ferry
Reparto: Cameron Diaz, James Mardsen, Frank Langella, James Rebhorn, Holmes Osborne, Sam Oz Stone, Gillian Jacobs, Celia Weston, Deborah Rush, Lisa K. Wyatt, Mark S. Cartier, Kevin Robertson, Michele Durrett...






adán y eva en el siglo xx

Los trailers son productos de marketing cuyo objetivo primordial es inducirte a ver la película. Están hechos para venderla, principalmente, al público no especializado, el que no sabe ni quien es el director, el productor o el guionista (a no ser que sean directores estrellas como Clint Eastwood o Alejandro Amenábar, o los productores de Titanic o El paciente inglés); tan sólo le interesan los actores principales. En este caso, ni Cameron Diaz ni James Mardsen ni, mucho menos, Frank Langella, gozan de un tirón de taquilla para servir como un reclamo efectivo, ni tampoco pueden avalar su validez artística con al recurrente frase “nominado a un Oscar de la Academia”, como si garantizase una prodigiosa interpretación.
Un trailer malo es aquel que te da la sensación de haber visto lo mejor de toda la película, desmenuzando todo el argumento y desmotivando al espectador a ver el largometraje completo. Un buen trailer cuenta lo justo, o muy poco de la película, transmite, apenas, la premisa en la que se basa la trama principal del filme. 
El trailer de La caja resulta eficiente y edificante a todos los niveles. Por un lado reúne la maravillosa gracia de un montador que sabe escoger y mezclar diferentes imágenes y momentos de la película para conseguir un auténtico Editor’s Cut que te manipula y emociona, proporcionándote la excitación suficiente como para que desees volver al cine a ver la película completa, aunque creas que conoces todo su argumento. Y esto funciona tanto si eres un espectador especializado como si no. También en ambos casos funciona el recordatorio sobre el director de la cinta: Richard Kelly, el cineasta norteamericano creador de un extraordinario filme que se estrenara en 2001 y que, si bien pasara sin pena ni gloria por la cartelera, llegaría a convertirse en un título de culto entre el sector adolescente: Donnie Darko.
Menciono todo esto porque, aunque hubiera visto la película igualmente, el hecho de ver su trailer en otras sesiones, me impulsó a acudir al cine en el momento en que supe que estaba estrenada. Sentado en la butaca del cine, esperando que se apaguen las luces y comience la proyección, me asaltan las dudas, pero en 2 minutos todas mis temores desaparecen. Lo que parecía un thriller salpicado con toques fantásticos se convierte en un auténtico filme de ciencia-ficción. Las premisas planteadas en el trailer -Arthur y Norma Lewis deben elegir si aprietan un botón que provocará la muerte de una persona que no conocen, en cualquier lugar del mundo, a cambio de recibir una recompensa de un millón de dólares y sólo tienen 24 horas para pensarlo- se resuelven en apenas 20 minutos -el dilema de apretar o no el botón y el período de meditación sólo eran el catalizador de la trama- abriendo un abanico de posibilidades y haciendo de La caja un film imprevisible y sorprendente.
Desconozco si la ubicación temporal corresponde a una necesidad concreta de Richard Kelly (Donnie Darko se desarrollaba en los años ochenta) o al hecho de que la historia original  de Richard Matheson se desarrolle en ese contexto, pero lo cierto es que esta perspectiva temporal facilita que el espectador se sumerja dentro de los parámetros fantásticos que propone el filme, ayudándose de guiños y referencias a títulos de los años sesenta, setenta y ochenta, fácilmente reconocibles por el espectador, y consiguiendo una asociación emocional inmediata. Esa cuidada ambientación, que incluye el vestuario, la peluquería, el maquillaje y la fotografía, que evoca el aspecto visual de Carrie (1976, Brian De Palma). La mesa de operaciones del Dr. Stewart evoca los diseños creados por Ken Adams para otro "doctor" en los decorados de Teléfono rojo, ¿volamos hacia Moscú? (Dr. Strangelove or: How I learned to stop worrying and love the bomb, 1964, Stanley Kubrick), una cinta filosófica y apocalíptica que encaja perfectamente con la finalidad de la cinta de Richard Kelly. La secuencia de la biblioteca recuerda las paranoias psicodélicas de Dario Argento, particularmente las de Inferno (1980), una secuencia que no sólo resulta brillante, inquietante y alucinante, sino que nos abre las claves metafóricas del filme y nos transporta, finalmente, desde la ciencia-ficción hasta el existencialismo. Ni que decir que esta mezcla de thriller, fantasía, filosofía, American way of life, cultura pop y ambientes inquietantes que carecen de una explicación lógica, también recuerdan los ambientes y sensaciones de los más delirantes filmes de otro cineasta norteamericano: David Lynch.
Estas referencias no ensombrecen, ni mucho menos, la trayectoria del filme, Kelly sabe coger todas las influencias para desarrollar su propio código audiovisual, utilizándolas para colocarnos, emocionalmente, donde le interesa y, en consonancia con Donnie Darko, ofrecernos una nueva visión pesimista del ser humano en la que la mujer está, irremediablemente, destinada a pecar y el hombre a volverse, inevitablemente, violento contra su compañera, pero por amor, por compasión. La premisa del filme concluye con la idea de que esta misma conducta se repetirá en las nuevas generaciones. Sin capacidad para aprender de las equivocaciones anteriores. Sin posibilidad de escape. Sin salida. Sin solución. Ya lo dijera un popular programa de la televisión española de los años setenta: “el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra.”