domingo, 14 de octubre de 2012

El artista y la modelo


Título original: El artista y la modelo
Año: 2012
País: España

Dirección: Fernando Trueba
Guión: Jean-Claude Carrière & Fernando Trueba
Producción: Cristina Huete  
Fotografía: Daniel Vilar
Montaje: Marta Velasco 
Diseño de producción: Pilar Revuelta 
Vestuario: Lala Huete
Reparto: Caudia Cardinale, Götz Otto, Jean Rochefort, Aida Folch, Chus Lampreave, christian Sinnieger, Martin Gamet, Mateo Deluz… 

el pícaro mentiroso

Hay una secuencia en El artista y la modelo que sintetiza para un servidor las pretensiones de su director, Fernando Trueba, que se alzara con el premio al mejor director en el Festival de Cine Internacional de San Sebastián. Es el momento en que Marc Cros (Jean Rochefort), le enseña a Mercè a ver un dibujo. Una bella y delicada secuencia que sirve, a su vez, para delatar todas y cada una de las características de las que carece la película. Porque donde Rembrandt consigue una pequeña obra maestra a partir de su sencillez, Trueba consigue exactamente lo contrario con un ejercicio intenso y esmerado, pero que no llega a transmitir lo que verdaderamente pretendía.

Desarrollada a finales de la Segunda Guerra Mundial en Francia, la película ahonda en la relación que se establece entre una joven, que sirve como modelo provisional a un escultor que arrastra una crisis de inspiración para la creación artística. Precisamente el mismo planteamiento que se desarrollaba en La bella mentirosa (La belle noiseuse), la película dirigida por Jacques Rivette que fuera Gran Premio del Jurado del Festival de Cannes en 1991, situándose también a mitad de camino entre otras obras que, igualmente, trataran de capturar o penetrar en los procesos de la creación artística como fueran El sol del membrillo (1992, Víctor Erice) o Muerte en Venecia (Morte a Venezia, 1971, Luchino Visconti).

Las comparaciones siempre son antipáticas, pero cuando Antonio López, sin ser actor, era capaz de transmitir a la perfección su incapacidad para capturar la luz sobre un pomelo en El sol del membrillo, Jean Rochefort, con una larga trayectoria profesional a sus espaldas, no consigue más que parecer una especie de autómata sin mirada que se limita a recitar unos diálogos que ni siquiera parece entender. Una lástima porque, si bien el guión, escrito por Jean-Claude Carrière y el propio Trueba, es parco en acciones -siempre tienes la impresión de que va a desarrollarse alguna trama paralela que nunca termina de arrancar-, contiene algunos diálogos verdaderamente ingeniosos y originales.

También se acusa una excesiva levedad (por no decir falta de interés) tanto en la verosimilitud de algunas situaciones, como en la justificación del comportamiento de los personajes. Tanto la relación de Léa (Claudia Cardinale), una mujer llena de vida y energía, con un muermo como Marc, como el propio pasado de Mercè, que en ningún momento convence como rebelde que ayuda a gente a cruzar la frontera. Es posible que distraigan (en un sentido literal y en el figurado) algunos momentos de la película como las secuencias de los niños o el cura, que no terminan de aportar nada realmente, por lo que terminan molestando y restando importancia a la trama principal. Desde luego, se echa de menos que los personajes de Claudia Cardinale y Chus Lampreave no tengan una mayor presencia en la historia, tanto porque parecen mucho más interesantes que los de el escultor y su modelo, como por el excelente resultado que consiguen ambas actrices.

Por lo menos la fotografía de la película, primer trabajo como director de fotografía de Daniel Vilar, es realmente espectacular, pero ya saben aquello que se dice, que si estamos hablando de la fotografía en lugar del conflicto que plantea, es que nos hemos distraído un poco. Que es exactamente lo que le sucedió a un servidor que quedó, además, rematado con un final tan impostado como esos personajes y situaciones de la película, además de asombrado del uso de la música de Gustav Mahler, delatando su vinculación con la maravillosa Muerte en Venecia, en la que pasando poco o casi nada, se contaban muchísimas más cosas y resultaban más profundas. Exactamente igual que lo que transmite ese dibujo de Rembrandt.

Publicado originalmente en EXTRACINE

Venganza: conexión Estambul


Título original: Taken 2
Año: 2012
País: Francia

Dirección: Olivier Megaton
Guión: Luc Besson & Robert Mark Kamen
Producción: Luc Besson  
Fotografía: Romain Lacourbas
Música: Nathaniel Méchaly
Montaje: Carmille Delamarre & Vincent Tabaillon 
Diseño de producción: Sébastien Inizan 
Dirección artística: Nanci Roberts
Vestuario: Pamela Lee Incardona
Reparto: Liam Neeson, Maggie Grace, Famke Janssen, Leland Orser, Jon Gries, D.B. Sweeney, Luke Grimes, Rade Serbedzija, Kevork Malikyan, Alain Figlarz, Frank Alvarez, Murat Tuncelli, Ali Yildirim, Ergun Kuyucu, Cengiz Bozkurt, Hakan Karahan, Saruhan Sari, Naci Adigüzel, Aclan Bates, Mehmet Polat, Yilmaz Kovan, Erdogan Yavuz, Luran Ahmeti, Cengiz Daner, Melis Erman, Erkan ÜçUncü, Ugur Ugural, Alex Dawe, Olivier Rabourdin, Michaël Vander-Meiren, Rochelle Gregorie, Luenell, Emre Melemez, Ilkay Akdagli, Mylène Pilutik, Nathan Rippy, Atilla Pekoz, Serdar Okten, Mesut Makul, Mustafa Akin, Murat Karatas, Cuneyt Yanar, Baris Adem, Hasan Karagulle, Gazenfer Kokoz, Remzi Sezgin, Ahmet Orhan Ozcam, Melike Acar, Yasemin Yeltekin, Baris Aydin, Kenneth James Dakan, Adil Sak, Bekir Aslantas, Ercan Kurt, Cetin Arik, Tarner Avkapan, Erasian Saglam, Mohammed Mouh, Julian Vinay, Gaelle Oilleau… 

cómo aprender a conducir en estambul

Incauto de mi que acudo al pase de prensa de Venganza: conexión Estambul, sin comprobar que se trataba en realidad del pase de Taken 2. Qué mal fario me dio descubrir en los títulos de crédito que estaba a punto de ver una más de esas absurdas películas de acción de la factoría de Luc Besson, que encima estaba dirigida por Olivier Megaton, responsable de la insoportable Colombiana. Sin embargo, a pesar de que el montaje de las primeras secuencias ya muestra claramente un desprecio absoluto por el relato en favor de lograr un producto estético y atractivo, confieso que la sencillez de su premisa y quizás la fortuna de no haber visto su precedente lograron que me interesara mínimamente por el desarrollo de una historia más propia de una TV-Movie, con unos personajes más cercanos a la caricatura que a cualquier otro formato audiovisual, y que al fin y al cabo resultó razonablemente entretenida.

Desde mi punto de vista , Luc Besson y Robert Mark Kamen, responsables ya del guión de Taken (2008, Pierre Morel), desarrollan en esta primera secuela (siempre se puede estirar una premisa como la que aquí se plantea, en la próxima podrían secuestrar al novio de Kim) dos conflictos principales. Podría parecer que el principal fuera el del secuestro, con la diferencia con respecto a la primera que si en aquella ocasión fuera la víctima la hija, aquí lo son papá y mamá. Pero esto no es más que un estratégico y estudiado McGuffin para desarrollar una premisa mucho más interesante: ¿conseguirá Kim, la superdotada hija de Bryan, aprobar el examen para sacar su carné de conducir? Si alguien percibe un poco de ironía en mis palabras, no se alarmen, es la misma predisposición que hace falta para conseguir disfrutar de Taken 2.

Liam Neeson juega a ese personaje que tan bien se le da últimamente, exactamente como si fuera la versión caucásica de los personajes que interpreta Denzel Washington. Quizás resulte un poco forzado el papel de Maggie Grace como ¿adolescente? a la que la adrenalina obliga a comportarse como si de una auténtica aspirante a agente de la CIA estuviéramos hablando. Pero quizás la que más me sorprenda sea Framke Janssen, capaz de meterse en la piel de una mujer sumisa y obediente, esa típica ama de casa que hubiera sufrido el maltrato en silencio si las circunstancias no lo hubieran hecho visible. También contribuye a que pueda meterme en situación la aportación de Rade Serbedzija, en lo que es un guiño a Snatch, cerdos y diamantes (Snatch, 2000, Guy Ritchie), más que a una excelente película como Antes de la lluvia (Before the Rain, 1994, Milcho Manchevski).

Como decía, sobrepasado el peldaño de la credibilidad y verosimilitud, lo cierto es que Taken 2 puede ser un producto incluso divertido. Más cerca de Team America: World Police (2004, Trey Parker) que a cualquier otra película de acción. De esa manera puede explicarse que Kim lance tan ligeramente unas granadas sobre los tejados de Estambul para que su papá pueda calcular la distancia que les separa (con granadas me refiero a las armas explosivas, no a la frutas rojas y jugosas). Ya antes, me fascina el poderoso control mental que ejerce Bryan sobre sus captores, que le permite seguir hablando con su hija por teléfono cuando ya está reducido y le apuntan con un arma a él y a su mujer. Prodigioso. Igulametne, me encanta la manera en la que tienen de resolver cómo entrar en una embajada sin guardar cola. Formidable. Pero éstas y algunas que otras soluciones de Taken 2 me llevan a reflexionar sobre un par de cuestiones.

La primera es la prodigiosa asimilación del American Way of Life que de manera tan descarada hacen gala los franceses de la pandilla de Luc Besson. Algo irónico cuando en realidad no hacen más que emular las películas de Guy Ritchie, un cineasta británico. La segunda me lleva irremediablemente a la anterior película de Olivier Megaton, Colombiana, un bodrio insalvable que ya demostraba su desprecio por la cultura en la que ubicaba a sus personajes. Si en aquella ocasión era la colombiana, ahora navega entre albaneses y turcos en una ensaladilla multirracial que confirma (y revela) su desprecio por cualquiera que no tenga como lengua materna el inglés, algo nuevamente irónico porque la suya es el francés.

Quizás sea un servidor quien no haya entendido el nivel intelectual de esta propuesta y en realidad todo sea una crítica a la prepotencia estadounidense que considera que el resto del mundo debería saber hablar inglés, como sucede con todos y cada uno de los personajes de la película que incluso cuando están reunidos en intimidad hablan entre ellos una lengua que para ellos es extranjera. En cualquier caso, ¿no habrán caído estos franceses que en los Estados Unidos no se conduce con coches europeos? Lo digo por aquello de meter las marchas y tal, que no sólo no es muy normal en los Estados Unidos, sino que deduzco que mucho menos cuando eres una adolescente que se está sacando el carné de conducir. A ver si al fina va a resultar que los que son estos franceses los que se creen que están por encima del mundo. Conste que no hablo en general, me estoy refiriendo sólo a Luc Besson y sus machotes amigotes.

Publicado originalmente en EXTRACINE

Una botella en el mar de Gaza


Título original: Une bouteille à la mer
Año: 2011
País: Francia, Israel y Canadá

Dirección: Thierry Binisti
Guión: Thierry Binisti & Valérie Zenatti
Producción: Anne-Marie Gélinas, Amir Harel, Ayelet Kait, Miléna Poylo & Gilles Sacuto  
Fotografía: Laurent Brunet
Montaje: Jean-Pual Husson 
Vestuario: Hamada Atallah
Reparto: Agathe Bonitzer, Mahmud Shalaby, Hiam Abbass, Riff Cohen, Abraham Belaga, Jean-Philippe Écoffey, Smadi Wolfman, Salim Dau, Loai Nofi, François Loriquet, Abdallah El Akal, Max Oleartchik… 

el individuo ahogado en el mar de la soledad

Es posible que la carrera del cineasta francés, Thierry Binisti, se haya desarrollado principalmente a través de la televisión, después de haber trabajado como ayudante de dirección para Régis Wargnier o Diane Kurys, pero tiene la habilidad necesaria para retomar el lenguaje cinematográfico sin desaprovechar en absoluto el tono emocional característico de una TV-Movie. El que es su segundo largometraje, Une bouteille à la mer, comienza de una manera muy sencilla, y casi previsible, para convertirse en una emotiva película en la que lo más importante son todos los beneficios que te puede aportar escuchar verdaderamente al otro, pero no como parte de un colectivo, de una sociedad concreta, sino de manera individual, como una persona.

Como dicen muchas veces los propios protagonistas de la película, el problema entre judíos y palestinos es muy complicado. Tal y Naïm tendrán sus rifirrafes de vez en cuando, como consecuencia de las convenciones que lacran las relaciones entre los dos pueblos. Pero como ambos proclaman también en algún momento, no es culpa directa de ninguno de ellos, aunque les afecte emocionalmente. Sólo cuando comienzan a escuchar verdaderamente al otro, empiezan a entenderse, aprendiendo a distanciarse de sus respectivas realidades para tratar de construir una nueva. Es como si vinieran a aducir que la sociedad les ha puesto donde están, pero individualmente pueden luchar por mejorar su situación.

Es de agradecer que en el camino, ni se pierda en el romanticismo epistolar (electrónico), ni abuse de la demonización de uno y otro lado, ni permita que la guerra se apodere del relato. Cierto es que algunas situaciones podrían parecer ingenuas pero, en cualquier caso, el cineasta no pretende hacer una película didáctica ni moralizante, por lo que concluye con un final abierto que deja abiertas múltiples posibilidades. Curiosamente, pareciera que hubiera una analogía entre las respectivas carreras de los dos protagonistas que defienden a la perfección sus respectivos personajes. Si Agathe Bonitzer ya viene desarrollando su carrera desde hace una década, con alguna que otra incursión previa a Mahmud Shalaby se le abre un camino lleno de posibilidades después de la que es sus segunda película, después de participar en Jaffa (2009, Keren Yedaya). Mención aparte merece la presencia de la actriz israelí Hiam Abbass, que curiosamente hace de palestina y que ya se había dejado ver en producciones como La fuente de las mujeres (La source des femmes, 2011, Radu Mihaileanu), Los límites del control (The Limits of Control, 2009, Jim Jarmusch), The Visitor (2007, Thomas McCarthy) o Munich (2005, Steven Spielberg).

Déjate sorprender por este sencillo relato que conseguirá tanto emocionarte como aterrorizarte, además de obligarte a tomar conciencia, no sobre un problema global, sino por las mil y una penurias que miles de personas pasan individualmente debido a decisiones que tomaron por ellos. Porque lo que dicta la mayoría o los que ostentan el poder, no siempre es bueno para todos, sino para unos pocos.

Publicado originalmente en EXTRACINE

Somos la noche


Título original: Wir sin die Nacht (We are the night)
Año: 2010
País: Alemania

Dirección: Dennis Gansel
Guión: Jan Berger & Dennis Gansel
Producción: Christian Becker  
Fotografía: Torsten Breuer
Música: Heiko Maile
Montaje: Ueli Christen 
Diseño de producción: Matthias Müsse 
Dirección artística: Ralf Schreck
Decorados: Tilman Lasch
Vestuario: Anke Winckler
Reparto: Karoline Hefurth, Nina Hoss, Jennifer Ulrich, Anna Fischer, Max Riemelt, Arved Birnbaum, Steffi Kühnert, Jochen Nickel, Ivan shvedoff, Nic Romm, Manuel Depta, Tom Jester, Waléra Kanischtscheff, Christian Näche, Tom Jahn, Neil Belakhdar, Manou Lubowski, Ruth Glöss, Cristina do Rego, Senta Dorothea Kirschner, Steve Thiede, Bernd Weikert, Thomas Klug… 

remixing the hunger

Hay ocasiones en que las que pasar un buen rato prevalece sobre las carencias de una determinada propuesta. Es el caso de Wir sin die Nacht (We are the Night), la película del cineasta alemán Dennis Gansel que se llevara, hace ya un par de años, el premio especial del jurado del festival de cine fantástico Sitges (en lo que debió ser un año algo flojo, o que el jurado estaba un poco de cachondeo). Estamos ante una película con aspiraciones tan gamberras como románticas que, si en principio parece entender el vampirismo en la misma forma y manera que Anne Rice, me atrevo a afirmar que recoge más bien el legado de aquellos vampiros posmodernos que tan bien retratara Tony Scott en El ansia (The Hunger, 1983), adaptación de la novela homónima, vampírica, noctámbula y lésbica de Whitley Strieber.

En el caso de Somos la noche, como se ha titulado la película en España, la acción principal y el protagonismo no recae exactamente en la mujer vampiro sino sobre su última víctima, que representa aquel ser único y mágico que ha estado buscando durante su viaje a través de la eternidad. Igual que aquellos vampiros que interpretaran Catherine Deneuve, David Bowie y Susan Sarandon, la protagonista siente la necesidad de buscar compañía que le haga más llevadera su aburrida vida eterna, pero mientras Miriam era discreta, monógama y bisexual, Louise se revela liberalmente polígama, lesbiana convencida y absolutamente insensata. Qué irónico que sus compañeras adolezcan del mal que asola la sociedad contemporánea, la depresión, y que por mucha diversión que parezca llenar sus noches, parezcan en realidad estar tremendamente aburridas.

Mucho cuidado con pensar que, a pesar del discurso de Louise en contra de los hombres, estamos ante una película lésbica o feminista. Quizás hubiera sido así si el relato hubiera estado concebido y dirigido por una mujer (aunque no necesariamente), pero todo lo que se interpreta como una declaración de principios, acaba traicionado por la condescendencia tanto de los personajes, como por sus desesperadas acciones. Luego no estamos más que ante la obra de un de esos heterosexuales a los que les pone calientes ver a las tías montárselo juntas.

Si por un lado hay un intento de humanizar a los personajes con toques de credibilidad, como pensar en todo aquello que perdieron cuando pasaron de ser seres humanos a no muertos, el director se olvida de aportar a la trama los toques de autenticidad que incluso alguno de sus personajes demanda en el discurso de la acción. Como le dice Lena a Louise, en algún momento van a sospechar de ti si te dedicas a matar gente todas las noches y no te preocupas por borrar tus huellas. Lo raro, sinceramente, es que no les hayan cogido antes. Y tan precipitado resulta para la trama que nunca se levanten sospechas sobre ellas, como que de repente todo les salga mal. Tantos años disfrutando de la dolce vita nocturna para joderlo todo en un mismo fin de semana… No quiero entrar en spoilers que tendría mucho que matizar.

Por otro lado, cierto es que la ingenuidad de los personajes permite una cierta diversión y entretenimiento para un espectador que se deje seducir por la estética poligonera, que no moderna, de una película que, al menos, no pretende nada más que hacer pasar un rato razonablemente entretenido a base de dosis de violencia contenida, que no llegue a herir la sensibilidad, una estética discotequera algo trasnochada y un existencialismo que acaba revelándose harto superficial. Pero en ese sentido, Wir sind die Nacht, logra completamente su propósito, ofreciendo exactamente todos y cada uno de los puntos que promete.

Publicado originalmente en EXTRACINE

The deep blue sea


Título original: The Deep Blue Sea
Año: 2011
País: EE.UU. & Reino Unido

Dirección: Terence Davies
Guión: Terence Davies, basado en una obra de Terence Rattigan
Producción: Sean O'Connor & Kate Ogborn  
Fotografía: Florian Hoffmaeister
Música: Samuel Barber
Montaje: David Charap 
Diseño de producción: James Merifield 
Dirección artística: David Hindle & Sarah Pasquali
Decorados: Debbie Wilson
Vestuario: Ruth Myers
Reparto: Ann Mitchell, Jolyon Coy, Karl Johnson, Rachel Weisz, Simon Russell Beale, Tom Hiddleston, Harry Hadden-Paton, Sarah Kants, Oliver Ford Davies, Barbara Jefford, Mark Tandy, Stuart McLoughlin, Nicolas Amer… 

esa pobre, trágica y desdichada mujer infeliz

No se puede negar que The Deep Blue Sea, la película dirigida por Terence Davies incluida en la sección oficial del festival de San Sebastián del año pasado, posee una intensidad que le hace merecedora de una atención especial. Pero dudo realmente que esa fuerza apasionada merezca una mayor consideración. Protagonizada por Rachel Weisz, Tom Hiddleston y Simon Russell Beale, y fotografiada con suprema elegancia y estilo por Florian Hoffmeister, no dudo de la influencia de Edward Hopper en la composición de sus planos, aunque se me antoja mucho más cercana a intentar alcanzar el espíritu de otro triángulo amoroso en una Inglaterra de posguerra como fuera aquella maravillosa película de David Lean, Breve encuentro (Breif Encounter, 1954).
Mientras que en la película de Terence Davies el pasado sólo sirve para entender el conflicto del presente, la de David Lean, no sólo contribuye a que entendamos las decisiones que toman sus protagonistas, sino a ellos mismos. Porque el problema de The Deep Blue Sea no es realmente lo que pasa, sino lo que no sucede. Lo que pasa por la mente de sus protagonistas. Si las acciones y los motivos por los que estos toman sus decisiones parecen perfectamente claros, no lo están en función de la psicología de sus personajes, sino en su intención de crear un melodrama emotivo en torno a su personaje femenino.
Por mucho que nos pueda cautivar la profundidad emocional de Hester Collyer (Rachel Weisz), no deja de ser una de esas personas que parecen gozar, única y exclusivamente, con el sufrimiento. Encuentro de lo más razonable que se niegue a aceptar el amor sincero que le proporciona su marido a cambio de la lujuria con la que le paga un hombre que no corresponde a su amor de la misma manera. Pero mientras el triángulo de Brief Encounter era comprensible, me refiero a que Laura (Celia Johnson) estuviera casada con Fred (Cyril Raymond) y se enamorara de Alec (Trevor Howard), aquí sólo se entiende que Hester se enamore de Freddie (Tom Hiddleston), siendo la único explicación plausible a su matrimonio con William (Simon Russell Beale) el estatus y el nivel social y económico que este le proporciona. Una explicación que no concuerda en absoluto con el espíritu del personaje.
Si puedo entender que Hester se enamore de un patán como Freddie, sinceramente, no puedo comprender que este no se enamore irremediablemente de ella, dada la adorable y exquisita elegancia con que la retrata Rachel Weisz. Su sobrecogedora interpretación es lo mejor de la película, junto con la breve aportación de Ann Mitchell como su casera. Si además utilizas la fabulosa música de Samuel Barber para la banda sonora, es normal que obtengas una obra cautivadora e impactante emocionalmente, pero que no consigue transmitir la autenticidad de sus personajes dejando la misma sensación de vacío y angustia que tienen sus protagonistas, pero por razones diferentes. Personalmente porque no me importa realmente la suerte de ninguno de los personajes. Los tres me parecen igual de papanatas. Una por exceso de autocompasión, otro por su deplorable falta de empatía y el último por la ausencia absoluta de dignidad.
Publicado originalmente en EXTRACINE

miércoles, 10 de octubre de 2012

El Skylab


Título original: Le Skylab
Año: 2011
País: Francia

Dirección: Julie Delpy
Guión: Julie Delpy
Producción: Michael Gentile  
Fotografía: Lubomir Bakchev
Montaje: Isabelle Devinck 
Diseño de producción: Yves Fournier 
Decorados: Philippe Cord'homme
Vestuario: Pierre-Yves Gayraud
Reparto: Lu Alvarez, Julie Delpy, Eric Elmosnino, Aure Atika, Noémie Lvovsky, Bernadette Lafont, Emmanuelle Riva, Vicent Lacoste, Marc Ruchmann, Sophie Quinton, Valérie Bonneton, Denis Ménochet, Jean-Louis Coullo'ch, Michelle Goddet, Luc Bernard, Albert Delpy, Candide Sanchez, Lily Savey, Chloé Antoni, Maxime Julliand, Félicien Moquet, Antoine Yvard, Anne-Charlotte Moquet, Angelo Souny, Léo Michel-Freundlich, Noah Huntley, Karin Viard, Roland Menou, Julian Blight, Christian Erickson, Paul Bandey, Jérôme Chappatte, Lee Delong, Lisa Jacobs, Franck Mercadal, Hélène Milano, Aramis Bakchev-Arcé… 

celebrando la imperfección de la familia

Mucho más conocida por su labor delante de la cámara, la actriz Julie Delpy ha desarrollado en la última década una interesante trayectoria como guionista y directora. Con Le Skylab fue reconocida con el Premio Especial del Jurado en el Festival de San Sebastián de 2011. Se trata de una sencilla comedia familiar en la que, a través de una jornada en la que celebran el cumpleaños de su madre y que transcurre con la amenaza de que pueda caer sobre ellos un satélite, permite que afloren las afinidades y conflictos de cualquier familia que se precie. Cargada de recuerdos personales de la propia directora, que escribe también el guión, lejos de ser una crítica a la institución familiar, pareciera una celebración de la imperfección como el mejor camino para llegar a la madurez.

Con sólo nueve años, Albertine (Lu Alvarez) -que vendría a ser Delpy de pequeña- ha visto películas como El tambor de hojalata (Die Blechtrommel, 1979, Volker Schlöndorf) o Apocalypse Now (1979, Francis Ford Coppola), pero no se ha vuelto una psicópata violenta. Igual que sus primos, es consciente de que van a comerse un cerdo que han matado en casa, pero no por ello se traumatiza volviéndose vegetariana. Padres y tíos se enzarzan en fuertes discusiones políticas, pero eso no hace que desaparezca entre ellos el cariño y la comprensión. Ella misma se pelea con su prima porque su padre le ha regalado un vestido como el que le regaló a ella en su cumpleaños, aunque de otro color, pero no por eso dejan de jugar juntas. Incluso se lleva su primera decepción sentimental, que lo más probable es que le haga más fuerte de cara a la siguiente.

La reflexión a la que he llegado sólo es posible porque el relato parte desde el presente, en el que vemos a Albertine (Karin Viard) de adulta, ya con su propia familia, que se intuyen viajan al mismo lugar de Bretaña. Precisamente será un pequeño conflicto lo que nos permita comprobar que, a los ojos de los demás, forman la familia perfecta, aunque como cualquier otra, no lo sea.

Julie Delpy permite que toda la fuerza de su discurso caiga en sus personajes, dejando que la cámara se centre siempre y en todo momento en ellos, sin buscar la complacencia estética o el estilo visual. Probablemente por eso se rodea de un fabuloso reparto en el que se integran dos actrices como Bernadette Lafont y Emmanuelle Riva, que fueran referente de la nouvelle vague. La primera por su participación en El bello Sergio (Le beau Serge (El bello Sergio, 1958), la película de Claude Chabrol, y la segunda por la suya en Hiroshima mon amor (1959), la maravillosa película de Alain Resnais.

Alusiones simbólicas, porque tanto el discurso de la película, como su aproximación visual se aleja de las premisas del movimiento, o al menos no trata de emularlo. Aunque sí utiliza a las actrices como referentes culturales que son, de la misma manera que para la madre de Lu es importante mayo del 68, para sus tíos la guerra de Argelia o para sus abuelas lo fueran otras. Porque si en el nivel infantil esta experiencia puede marcar su personalidad de cara al futuro, otras experiencias fueron las que forjaron las de sus padres, haciéndoles como son hoy en día y volcando en sus descendientes sus propios traumas y conflictos.

Quizás algunos momentos de la primera parte de la película transcurran con cierta lentitud, así como se descuide la verosimilitud en lo que respecta a los repentinos chaparrones que empapan todo el escenario, apareciendo completamente seco en el preciso momento en que vuelve a lucir el sol. Pero tampoco hay que olvidar que estamos dentro de un recuerdo. Seguramente por eso da la impresión de que, en ocasiones, todo parece un falso decorado que no busca plasmar la realidad, sino aunar de manera simbólica en un fin de semana, ese conjunto de experiencias que influirán en la personalidad de Lu. Una pequeña comedia que, si puede servir como ejercicio de retrospección para el espectador -particularmente con aquel que coincida en edad con la directora, como un servidor-, también permitirá pasar un rato de lo más agradable.

Publicado originalmente en EXTRACINE

Mátalos suavemente


Título original: Killing them softly
Año: 2012
País: EE.UU.

Dirección: Andrew Dominik
Guión: Andrew Dominik, basado en una novela de George V. Higgins
Producción: Dede Gardener, Anthony Katagas, Brad Pitt, Paula Mae Schwartz & Steve Schwartz  
Fotografía: Greg Fraser
Montaje: John Paul Horstmann & Brian A. Kates 
Diseño de producción: Patricia Norris 
Decorados: Leslie Morales
Vestuario: Patricia Norris
Reparto: Brad Pitt, Scoot McNairy, Ben Mendelsohn, James Gandolfini, Vincent Curatola, Richard Jenkins, Ray Liotta, Trevor Long, Max Casella, Sam Shepard, Slaine, Christopher Berry, Ross Brodar, Julio Castillo, Joe Chrest, Garret Dillahunt, Oscar Gale, Mustafa Harris, Bella Heathcote, Wendy Clarice Jordan, Mark Jr. Tubre, John C. Klein, Shadoe Knight, Raymond Lapino, Cynthia LeBlanc, Elton LeBlanc, David Joseph Martinez, Linara Washington… 

hazlo, te lo pido por favor

Es posible que Andrew Dominik no consiguiera premio en el pasado festival de Cannes con Killing Them Softly, pero no creo que su película vaya a defraudar a nadie. Brad Pitt abandera una magnífica obra repleta de homenajes (que no plagios, aquí sí) a diversos cineastas que han renovado y actualizado las claves del cine de gángsteres, pero traspasando forma y contenido para construir un relato a dos niveles que funciona igual de bien como película de género y como cine político.

En un primer nivel nos encontramos con una sencilla trama en torno al asalto a una timba de póker. La fabulosa construcción de los diálogos, sin duda, nos recordará algunos momentos de Pulp Fiction (1994, Quentin Tarantino), de la misma manera que la propia repetición, tanto en la acción como en sus consecuencias, que hemos presenciado en filmes de idéntica índole y que se hace explícita por los propios personajes, en lugar de proporcionar esa antipática sensación de déjà vu, sirve para imprimir a la obra de una dimensión existencialista que nos remonta a la primera revisión que experimentara el género en los años cuarenta, de mano de un cineasta como John Huston. Si la presencia de Ray Liotta nos remite directamente a Uno de los nuestros (Goodfellas, 1990, Martin Scorsese), la de James Gandolfino alude a la vuelta de tuerca que supuso para el género la serie de televisión Los Soprano (The Sopranos, 1999-2007, David Chase).

Pero ninguna de las alusiones es tan impactante ni determinante en la morfología sonora de Killing Them Softly con la que nos remite a David Lynch. El uso de Love Letters, la misma canción que el cineasta de Missoula utilizara en Terciopelo azul (Blue Velvet, 1986) para conferir un doble sentido a la secuencia en la que se escucha, previo cambio semántico explicado por Frank Booth (Dennis Hopper), que no sólo sirve para configurar una secuencia prodigiosamente bella y emotiva, sino para confirmar la doble lectura que se desarrolla a lo largo de toda la propuesta.

Porque en otro nivel, toda la trama de la película está salpicada de alusiones políticas contemporáneas, tanto en vayas publicitarias, como en emisiones radiofónicas y televisivas. Desde la misma secuencia de créditos, hasta la última secuencia de la película, la campaña política que dio la victoria a Barack Obama irá de la mano del ajuste de cuentas para el que se ha contactado a Jackie Cogan. Más que un paralelismo se trata de un comparación que vendría a situar en los mismos términos los tejemanejes que se producen en la vida política, que los que se producen en el mundo del hampa (en algunos países europeos no hacen falta este tipo de comparaciones, basta encender la televisión).

Esto me lleva a determinar que el mensaje manifestado en el título de la película, y al que alude el propio protagonista en un momento determinado, funciona exactamente igual para la escoria que pulula por su trama, como para la que se refugia en la devaluada clase política. Un pensamiento que no va dirigido a ningún lado político en particular, sino a todos, que por la ineficacia de sus políticas, sus asociaciones con los mercados económicos y la vacuidad de sus palabras, han devaluado sus discursos al mismo nivel de aquellos insectos de la secuencia de apertura de Blue Velvet, coronando a Killing Them Softly como una nueva y rotunda propuesta cinematográfica indignada.

La parte visual de la película está fabulosamente bien ensamblada, desde la aterciopelada fotografía de Greig Fraser a la fabulosa aportación de Patricia Norris, tanto en el diseño de producción como en el diseño del vestuario. Pero todavía mucho más excepcional y definitiva resulta la aportación de un espléndido reparto encabezado por Brad Pitt. Sus tête à tête con Richard Jenkins o James Gandolifini son absolutamente excepcionales. Aunque sin duda la mejor aportación es la que ofrece otra pareja, la pareja que interpretan fabulosamente Ben Mendelsohn y Scoot McNairy. Si juntos resultan tan delirantes como patéticos, en sus secuencias por separado consiguen que un servidor se quede con la boca abierta y muriendo lentamente en la butaca, pero de placer.

Publicado originalmente en EXTRACINE

Una vida mejor


Título original: Une vie meilleure
Año: 2011
País: Francia

Dirección: Cédric Kahn
Guión: Catherine Paillé y Cédric Kahn
Producción: Kristina Larsen & Gilles Sandoz  
Fotografía: Pascal Marti
Música: Akido
Montaje: Simon Jacquest 
Dirección artística: Olivier Puyrenier
Decorados: Sabine Delouvrier & Patrick Gilbert
Reparto: Guillaume Canet, Laïla Bekhti, Slimane Khettabi, Abraham Belaga, Nicolas Abraham, François Favrat, Brigitte Sy, Fayçal Safi, Annabelle Lengronne, Valérie Even, Daria Kapralska, Yann andrieu, Atika Taoualit, Armaud Ducret, Adou Khan, Serkan Oba, Alimata Camara, Fatsah Bouyahmed, Michèle Durepairt, Philippe Viaud, Philippe Tlokinski, Florian Westerhoff, Jeremias Nussbaum, Sekou Kone, Julien Lucas, Andrew Isar, Mélissa Magana, Ana Aguilar, Guy F. Pilotte, Claudia Jurt, Dan Demarbre, Marilyn Schiavo, Sheryl Scott, Jimmy Kolios… 

cuando tres no son multitud

Cuanto disfruto cuando me encuentro con un filme que consigue sorprenderme. En el caso de la película dirigida por Cédric Kahn la sorpresa comienza desde su cartel que, con un título como Une vie meilleure (Una vida mejor) y la imagen de sus protagonistas abrazados, Guillaume Canet y Laïla Bekhti, da la impresión de que vamos a disfrutar de una optimista comedia romántica sin mayores complicaciones. Y es posible que así sea durante sus primeros veinte minutos, hasta que, como en la vida misma, las cosas se tuercen y se complican para dar lugar a un intenso y profundo relato que, siendo tremendamente duro y realista, sí consigue ser, a pesar de todo, fabulosamente optimista.

La verdad es que debería estar prevenido porque ya me pasara lo mismo con un título previo del mismo director, Tedio (L’ennui, 1998), que parecía iba a ser una película erótica, sin más, revelándose después como un interesante película reflexiva sobre las relaciones personales. Y debe ser una característica de su cine porque si bien se puede disfrutar mucho viendo Une vie meilleure, tanto por esos momentos dulces y bonitos como por aquellos en los que se sufre por la situación de los personajes o se genera una tensión por lo que les podría pasar ante determinadas situaciones que ellos mismos han provocado, también te hace pensar y valorar acerca de tus propios actos y decisiones, que han corregido inevitablemente el rumbo de tu propia vida, para bien o para mal.

Une vie meilleure se instala dentro de este grupo de películas indignadas que proliferan últimamente en las cinematografías más dispares, y que reflejan los males de una sociedad capitalista que favorece a los que más tienen, convirtiendo en esclavos a aquellos que, por sus bajos recursos, necesitan recurrir a créditos y ayudas del gobierno para conseguir sacar adelante sus ilusiones. En este caso la idea de Yann, cocinero profesional, es montar un restaurante con la ayuda de su nueva pareja, Nadine, que tiene un hijo de una relación anterior. Si en un principio todo parece ir por buen camino, basta una sola piedra en el camino para que todo se desmorone cual frágil castillo de naipes. Lo trágico es que, posteriormente, el propio Yann comprobará impotente que su proyecto era de sobra viable, como había previsto. Tan sólo le traiciona alguna que otra mala elección que ni siquiera era descabellada, o que cualquiera en su situación podría haber cometido, pero que de la que una persona solvente económicamente sí habría podido corregir.

En consonancia con el espíritu realista del relato, todos los elementos estéticos buscan la veracidad más absoluta. Desde la orgánica fotografía de Pascal Marti hasta la banda sonora de Akido, incluyendo también el montaje de Simon Jacquest, todos los elementos que dan forma al relato pasan prácticamente desapercibidos, propiciando un impacto más auténtico en el espectador. Una efectividad que se debe en gran parte a las espléndidas interpretaciones del trío protagonista: Guillaume Canet, que poco a poco se está afianzando como no de los grandes actores-directores europeos, Laïla Bekhti, que se ha dejado ver en fimos recientes como Paris, je t’aime (2006), Un profesta (Un prophète, 2009, Jacques Audiard) o La fuente de las mujeres (La source des femmes, 2011, Radu Mihaileanu); pero sobre todo, la aportación de del pequeño Slimane Khettabi que, fuera de toda concesión a la sensiblería, consigue un impresionante retrato de un niño perdido, que se aferra a lo poco que tiene, emocionalmente hablando, con tal de no desvincularse de su madre.

(...) Catherine Paillé y Cédric Kahn, responsables del guión, hacen de la imperfección de sus personajes una de las señas de identidad del relato. Como en la vida real ninguno de ellos consigue medir sus emociones, descargan las frustraciones personales el uno con el otro y se echan en cara cuestiones que deberían permanecer para sí mismos. Incluso llegarán a exigir pruebas del otro que es posible ni ellos mismos hubieran pasado. Pero todo ello hace que los lazos entre los personajes se hagan mucho más fuertes, revalorizando esa premisa optimista que subyace a lo largo de todo el relato y que llega a emocionar con mucha más fuerza cuando les hemos conocido en profundidad. Particularmente sorprende y emociona la peculiar relación forzada que se establece entre Yann y Slimane, siendo la que finalmente termina por conseguir sellar ese triángulo que, sin la existencia del pequeño, no habría podido cerrarse de ninguna manera.

Publicado originalmente en EXTRACINE