sábado, 17 de marzo de 2012

La mujer de negro


Título original: The Woman in Black
Año: 2012
País: Reino Unido , Suecia & Canada

Dirección: James Watkins
Guión: Jane Goldman, basado en la novela de Susan Hill
Producción: Richard Jackson, SImon Oakes & Brian Oliver  
Fotografía: Tim Maurice-Jones
Música: Marco Beltrami
Montaje: Jon Harris 
Diseño de producción: Kave Quinn 
Dirección artística: Paul Ghirardani
Decorados: Niamh Coulter
Vestuario: Keith Madden
Reparto: Emma Shorey, Molly Harmon, Sophie Stuckey, Daniel Radcliffe, Misha Handley, Jessica Raine, Roger Allam, Lucy May Barker, Indira Ainger, Andy Robb, Ciarán Hinds, Shaun Dooley, Mary Stockley, Alexia Osborne, Alfie Field, Victor McGuire, Cathy Sara, Tim McMullan, Daniel Cerqueira, Liz White, Alisa Khazanova, Ashley Foster, David Burke, Janet McTeer, Aoife Doherty, Sidney Johnston… 

mucha estética para tan poca magia

Como muchos cinéfilos, aunque ciertamente se trata de un cine imperfecto, encuentro tremendamente gratificante y encantador el cine producido por Hammer Films. Particularmente las obras de los años sesenta y setenta, en las que el tiempo presente en el que están realizadas, queda tan patente en la estética de las películas. Pero una cosa es hablar de un cine al que recordamos con cierta nostalgia, que obras actuales y contemporáneas que pretendiendo repetir la misma fórmula, no alcanzan a conseguir con sus nuevas obras los mismos efectos que consiguieran con las pretéritas. A la renovación de la productora británica ha experimentado en estos últimos años con filmes como Déjame entrar (Let Me In, 2010, Matt Reeves) o La víctima perfecta (The Resident, 2011, Antti Jokinen) se suma ahora The Woman in Black.

Basada en una novela de Susan Hill, adaptada para la pequeña pantalla a finales de los años ochenta, se trata de una típica película de terror que puede tener el encanto visual de las películas ambientadas en la época victoriana, cargada en este caso con una sobredosis de superstición y algunos momentos que yo diría robados de Suspense (The Innocents, 1961), la magnífica adaptación que Jack Clayton dirigiera de la pequeña gran novela de Henry James, The Turn of the Screw. Pero cuando otras películas de esta índole o adaptaciones recientes de novelas de la misma época incorporan una lectura contemporánea, ya sea en la estética o en la manera de narrar el relato, adaptándolo a una lectura más moderna, The Woman in Black parece mirar única y exclusivamente al pasado, en un intento de repetir todos los rasgos de la época dorada de Hammer Films.

Pero si estéticamente no deja de tener su encanto, como ejercicio nostálgico no deja de transmitir una inevitable sensación de déjà vu, en el que la única aportación inquietante serían los momentos protagonizados por infantes. Si de la colección del actores y actrices que forman el reparto adulto de la película tan sólo son destacables las sólidas aportaciones de Ciarán Hinds y Janet McTeer, queda en bastante mal lugar la de Daniel Radcliffe, que no consigue absolutamente nada sin su habitual dosis de magia y efectos especiales.

Guionista de films tan discutibles como La cámara secreta (My Little Eye, 2002, Marc Evans) o The Descent 2 (2009, Jon Harris), y director de Lago Eden (Eden Lake, 2008), la aportación de James Watkins, director de la película, no va más allá de una lectura literal de la adaptación que Jane Goldman hace de la obra original, dejando todo en manos de un profesional equipo técnico que le resuelve la papeleta, desde el director de fotografía, Tim Maurice-Jones -que cambia radicalmetne de registro tras sus películas con Guy Ritchie-, hasta el responsable del diseño de producción, Kave Quinn -que si su último trabajo era en la estupenda Harry Brown, participara en las dos primeras películas de otro cienasta emblemático británico como Danny Boyle-, que indudablemente son los que logran esa atmósfera y estética tan apropiadas para el relato.

El resultado global es un relato flojo, carente de fuerza y tan farragoso como el lodo en el que acaba envuelto el protagonista en una de las secuencias, al resultar las decisiones de los personajes completamente aleatorias y caprichosas. La conclusión es demasiado precipitada y previsible, no resuelve, sino que termina de sopetón y sin cerrar realmente alguna de las líneas abiertas. Aunque tampoco es que importe demasiado. Esperemos que Radcliffe tome buena cuenta de lo bien que lo hace su colega Emma Watson en Mi semana con Marilyn (My Week with Marilyn, 2011, Simon Curtis), para defender algo más interesante la próxima vez, dado que ya no dispone de magia.

Publicado originalmente en EXTRACINE

sábado, 10 de marzo de 2012

Intocable


Título original: Intouchables
Año: 2011
País: Francia

Dirección: Olivier Nakache & Eric Toledano
Guión: Olivier Nakache & Eric Toledano
Producción: Nicolas Duval-Adassovsky, Laurent Zeitoun & Yann Zenou  
Fotografía: Mathieu Cadepied
Música: Ludovico Einaudi
Montaje: Dorian Rigal-Ansous 
Decorados: Olivia Bloch-Lainé
Vestuario: Isabelle Pannetier
Reparto: François Cluzet, Omar Sy, Anne Le Ny, Audrey Fleurot, Clotilde Mollet, Alba Gaïa Kraghede Bellugi, Cyrill Mendy, Chrstian Ameri, Grégoire Oestermann, Joséphine de Meaux, Dominique Daguier, François Caron, Thomas Solivéres, Dorothée Brière, Marie-Laure Descoureaux, Emilie Caen, Sylvain Lazard, Jean François Cayrey, Ian Fenelon, Renaud Barse, François Bureloup, Nicky Marbot, Benjamin Baroche, Jérôme Pauwels, Antoine Laurent, Fabrice Mantegna, Hedi Bouchenafa, Caroline Bourg, Michel Winogradoff, Kévin Wamo, Elliot Latil, Alain Anthony, Dominique Henry… 

lo que de verdad importa

Hay ocasiones en que uno se ve obligado a poner de lado su criterio cinematográfico para rendirse a los pies de una obra como Intouchables, que emociona, divierte y transmite una sobredosis de optimismo y buen rollo que perdonan cualquier carencia que pueda tener. Si por un lado está protagonizada por una pareja formada por Omar Sy -actor de breve carrera pero al que pudimos ver en Micmacs (2009, Jean-Pierre Jeunnet)- y François Cluzet -a quien conocemos desde su participación en Alrededor de la medianoche (Round Midnight, 1986, Bertrand Tavernier), y al que pudimos disfrutar más recientemente en otra comedia vitalista como Pequeñas mentiras sin importancia (Les petits mouchoirs, 2010, Guillaume Canet)-, también una pareja es responsable tanto de su guión, como de su dirección: Olivier Nakache y Eric Toledano, en la que es su cuarto largometraje como pareja profesional y su primer estreno con distribución internacional.

Intouchables es una comedia de contrastes plagada de humor negro, en el sentido irónico y literal pues es Driss (Omar Sy) quien consigue arrebatar al espectador con los mejores momentos de la película. Lo mejor de todo es que no estamos hablando de una historia construida para crear situaciones de humor, al contrario, se trata de una comedia espontánea y, en el fondo dramática, en la que un afroamericano (es cine fancés, este eufemismo no vale) un joven de color procedente de Senegal es contratado para cuidar de un tetrapléjico intelectual y refinado. Lo que provoca una serie de situaciones a cual más hilarante.

Comparada por algunos como un cruce entre Paseando a Miss Daisy (Driving Miss Daisy, 1989, Bruce Beresford) y Rain Man (1988, Barry Levinson), quisiera reivindicar que Intouchables dista bastante de cualquiera de estos dos títulos, tanto por la manera en la que está tratado el tema racial que atañe a uno de los personajes, como la minusvalía que atañe al otro. Como bien dice Philippe (François Cluzet) en un momento del relato, es la ausencia de compasión lo que hace de Intouchables una película eficaz. Da lo mismo que Driss sea negro o blanco, europeo o asiático, lo importante de su personaje es la manera en la que se relaciona con Driss. De la misma manera, da lo mismo que Philippe sea tetrapléjico, ciego o enfermo de Alzeheimer, lo único que importa de su personaje es que no puede valerse por si mismo. Lo que nos lleva al verdadero tema de la película: la importancia del otro.

Driss aporta tanto a Philippe como este al primero. Lo que comienza como una relación laboral acaba convirtiéndose en una auténtica relación de amistad en la que sólo importan los sentimientos, quedando fuera todas las convenciones sociales. Si Philippe no puede valerse por si mismo de una manera física, Driss está impedido emocionalmente y ese es el verdadero conflicto de Intouchables.

Quizás la única pega de un guión que proporciona muy buenos momentos al espectador, además de crear perfectamente unos personajes entrañables, sólo sea su falta de capacidad para desembocar en una resolución más sólida. Aunque el final de la película pueda ser previsible, resulta muy interesante comprobar la doble lectura que se puede hacer de una misma secuencia cuando desconocemos lo que hay detrás de los personajes. Me estoy refiriendo a ese flashforward de la primera secuencia que nos parece tan divertido cuando lo vemos la primera vez, pero tan dramático, cuando lo vemos insertado en el espacio temporal que le corresponde. Esto viene a demostrar que la intención de Nakache y Toledano no será sólo hacernos pasar un buen rato, sino emocionarnos y hacernos pensar en lo que verdaderamente importa. Y vaya si lo han conseguido.

Publicado originalmente en EXTRACINE

Fausto


Título original: Faust
Año: 2011
País: Rusia

Dirección: Aleksandr Sokurov
Guión: Aleksandr Sokurov & Marina Koreneva, basado en una novela de Yuri Arabov, basada en la obra de Johann Wolfgang Goethe
Producción: Andrey Sigle  
Fotografía: Bruno Delbonnel
Música: Andrey Sigle
Montaje: Jörg Hauschild 
Diseño de producción: Yelena Zhukova 
Vestuario: Lidiya Kryukova
Reparto: Johannes Zeiler, Anton Adansinsky, Isolda Dychauk, Georg Griedrich, Hanna Schygulla, Antje Lewald, Florian Brücjner, Sigurour Skúlason, Maxim Mehmet, Andreas Schmidt, Oliver Bootz, Katrin Filzen, Prodromos Antoniadis… 

a mitad de camino entre la literatura y la pintura

Es curioso que a pesar de que tengan un jurado diferente en cada edición, se pudiera encontrar un denominador común entre las películas premiadas en festivales como Cannes, Berlín, San Sebastián o Venecia. Es evidente que siempre hay excepciones, pero pareciera que cuando los premios de Cannes tienden a mirar más occidente que a oriente, en Berlín hay una tendencia hacia el cine más independiente, en San Sebastián prefieran las propuestas más experimentales y en Venecia, aparte de mirar más a oriente que a occidente, suelen premiarse obras densas y metafóricas que, en muchos casos resultan duras para el espectador medio, como es el caso de Faust.

Baste señalar que se trata de la tercera película de producción rusa que se lleva el León de Oro -después de Urga, dirigida por Nikita Mikhalkov, y El regreso (Vozvrashcheniye), dirigida por Andréi Zviagintsev hace ocho años-, y que está dirigida por Aleksandr Sokurov, considerado por algunos como el sucesor del gran cineasta Andréi Tarkovski. Igual que este, todos sus relatos están construidos a partir de unas poderosas y muy concretas premisas de estilo y estética, además de una considerable carga metafórica que podría defraudar considerablemente al espectador incauto que se dispusiera a ver cualquiera de sus propuestas sin estar avisado de antemano.
Adelantar que si Hanna Schygulla está absolutamente inquietante en su metafórico personaje, Isolda Dychauk está completamente arrebatadora como la representación de la belleza y la pureza. Pero todo el peso de la película recae en las impecables y absorbentes interpretaciones de Johannes Zeiler y Anton Adasinsky como Fausto y Mefistófenes, representado tan apropiadamente, para esta época en la que estamos, que por un prestamista.
De entrada, el propio Sokurov parece advertirnos que Faust no debe ser observada desde la misma óptica que cualquier otra película contemporánea ya desde el primer plano de la película, tanto por el formato que utiliza, casi cuadrado, como por las deformaciones visuales que proliferarán posteriormente a lo largo del relato, nos obliga inmediatamente a cuestionarnos el sentido de lo que estamos viendo. Estamos pues ante una obra para disfrutar como la expresión artística de un cineasta que se acerca más a la sensibilidad de un pintor que a la de un escritor pues, a pesar de la densidad del texto, es con imágenes con lo que trata de transmitir las emociones de sus personajes.
Además de las distorsiones, están los efectos ópticos y una fascinante fotografía, responsabilidad de Bruno Delbonnel -Amelie (Le fabuleux destin d’Amélie Poulain, 2001, Jean Pierre Jeunet), Historia de un crimen (Infamous, 2006, Douglas McGrath), Harry Potter y el misterio del príncipe (Harry Potter and the Half-Blood Prince, 2009, David Yates) o próximamente Dark Shadows-, en la que los personajes llegan a fusionarse en muchos momentos con los decorados por los que se mueven en una paleta cromática muy limitada y en la que, si apenas hay lugar para el color, sí desarrolla un elaborado abanico de texturas que forman en algunos casos, parte misma de la piel de algunos personajes.
A pesar de que algunas versiones previas de la misma obra de Johan Wolfgang Goethe puedan estar más vinculadas con el terror, no es este el caso. Si no faltan rasgos terroríficos en la adaptación de Sokurov, nunca están con la intención de crear suspense o misterio, sino para alcanzar una atmósfera adecuada para esa lucha entre el bien y el mal en la que se mueve el personaje protagonista. Y también a pesar de las bondades visuales e interpretativas, quizás haya alguna descompensación en el ritmo del relato que si en algunos momentos consigue atrapar al espectador, en otros se pierde en los devaneos y disertaciones de los personajes. A pesar de ello, la poderosa capacidad visual de Faust se impone favorablemente para el espectador, nuevamente, siempre que estuviera avisado del tipo de obra al que se iba a enfrentar, de la misma manera que sucedía con las impactantes obras de Tarkovsky.
Publicado originalmente en EXTRACINE

Shame


Título original: Shame
Año: 2011
País: Reino Unido

Dirección: Steve McQueen
Guión: Abi Morgan & Steve McQueen
Producción: Iain Canning & Emile Sherman  
Fotografía: Sean Bobbitt
Música: Harry Escott
Montaje: Joe Walker 
Diseño de producción: Judy Becker 
Dirección artística: Charles Kulsziski
Decorados: Heather Loeffler
Vestuario: David C. Robinson
Reparto: Michael Fassbender, Carey Mulligan, Lucy Walters, Mari-Ange Ramirez, James Badge Dale, Nicole Beharie, Alex Manette, Hannah Ware, Elizabeth Masucci, Rachel Farrar, Loren Omer, Lauren Tyrrell, marta Milans, Jake Richard Siciliano, Robert Montano, Charisse Bellante, Amy Hargreves, Anna Rose Hopkins, Carl Low, Calamity Chang, DeeDee Luxe, Stanley Mathis, Wene Alton Davis… 

visita al médico sin opción a tratamiento

Está visto que nunca hay que dejar nada por sentado. Realmente creí que una película como Shame, avalada por su inmejorable acogida en el festival de Venecia, donde se llevara el premio al mejor actor para Michael Fassbender, y tras la acogida de la crítica, iba a ser un plato muy de mi gusto. Sin embargo, la película dirigida por Steve McQueen me dejó, más que con mal sabor de boca, con la miel en los labios y sin llegar a probar realmente bocado.

Si bien existen aspectos muy interesantes en el guión de Shame, escrito por el propio McQueen en colaboración con Abi Morgan -autora por cierto de otra película premiada recientemente, aunque con fallido guión, The Iron Lady-, desde la construcción de los personajes, a la relación que hay entre ellos y toda esa deixis que permite al espectador especular tanto sobre sus relaciones personales como sobre las familiares, pero sin llegar a confirmar absolutamente nada, amplía generosamente el marco de la película, pero siempre a costa de la demonización de las personas que han tenido problemas familiares. ¿Acaso nunca sufrirían estos trastornos aquellos que han tenido una infancia feliz y armoniosa? Permitan que lo dude.

Lo que Shame me transmite es la sensación de que estoy ante una película inacabada, inconclusa, indefinida. Una pormenorizada exposición de los síntomas de una enfermedad psicológica, cuyo único objetivo fuera que el personaje protagonista tomara conciencia de ello. Si ese era el objetivo de McQueen y Morgan con su relato, indudablemente lo han cumplido, pero a un servidor le deja la misma sensación que te puede dejar un médico que te explica a la perfección la enfermedad que padeces, pero te despacha después sin explicarte ni los motivos que la causan, ni el tratamiento adecuado para superarla.

Si la factura visual de la película es impecable, poderosa incluso, gracias a su magnífica fotografía y una banda sonora perfectamente acorde al estado emocional de sus personajes, sucumbe ante la ingenuidad de algunas de las situaciones que se proponen como escandalosas pero delatadas por su propia artificialidad, como la larga secuencia que muestra el infierno al que desciende el protagonista, alterada por un flashback que no aporta ningún sentido psicológico ni argumental porque no es que el personaje descienda en esos momentos al infierno, sino que lleva viviendo en él desde la primerísima secuencia.

A pesar de todo, hay que reconocer que Michael Fassbender está estupendo. Se entrega en cuerpo y alma a una interpretación completa y absolutamente orgánica. Aunque a mi parecer Carey Mulligan está increíblemente mejor, a pesar de la corta intervención de su personaje. Antológica me parece ya su versión, en un largo y maravilloso primer plano, de New York, New York, el conocido tema compuesto por John Kander y Fred Ebb para la banda sonora de la película homónima de Martin Scorsese. Mención especial para Nicole Beharie en su tercer proyecto cinematográfico, como el personaje más cuerdo de toda la historia.

A pesar de este sabor de boca incompleto que Shame me deja, sin duda se trata de un plato que merece ser saboreado y que, sin tener ni postre ni entrantes, es contundente y perfectamente lícito de ser incluido en el menú de todo cinéfilo contemporáneo.

Publicado originalmente en EXTRACINE

Los idus de marzo


Título original: The Ides of March
Año: 2011
País: EE.UU.

Dirección: George Clooney
Guión: George Clooney, Grant Heslov y Beau Willimon
Producción: George Clooney, Grant Heslov & Brian Oliver  
Fotografía: Phedn Papamichael
Música: Alexandre Desplat
Montaje: Stephen Mirrione 
Diseño de producción: Sharon Seymour 
Dirección artística: Chris Cornwell
Decorados: Maggie Martin
Vestuario: Louise Frogley
Reparto: Ryan Gosling, George Clooney, Philp Seymour Hoffman, Paul Giamatti, Evan Rachel Wood, Marisa Tomei, Jeffrey Wright, Max Minghella, Jennifer Ehle, Gregory Itzin, Michael Mantell, Yuri Sardarov, Bella Ivory, Hayley Meyers, Maya Sayre, Danny Mooney, John Manfredi, Robert Mervak, Fabio Polanco, Frank Jones Jr., Peter Harpen, Roph Thomas, David McConnell, Mark Stacey White, Lauren Wainwright, Kris Reilly, Michael Ellison, Leslie McCurdy, Robert Braun, Rachel Maddow, Chris Matthews, Charlie Rose, Deb Dixon, Neal Anthony Rubin, Loretta Higgins, Joseph Dinda, John Repulski, Cherie Bowman… 

el fin no justifica los medios ni viceversa

Seguro que todos estamos de acuerdo en el mensaje de The Ides of March, la última película escrita, producida, dirigida y protagonizada por George Clooney. En lo que probablemente podemos discrepar es en la efectividad de la película para convencer de la validez de su propuesta, es decir, en los métodos que el cineasta utiliza para desarrollar un relato que, desde mi punto de vista, denota demasiadas buenas intenciones, para unos resultados algo cuestionables.

La mayoría de las veces que nos enfrentamos a una película dirigida por un actor, pareciera que éste fuera sometido a un examen algo más exhaustivo que si de cualquier otro director de cine se tratara. Si algunos como Robert Redford, Sean Penn o Barbra Streisand han superado de largo ese estigma, en el caso de George Clooney parece que también se puede prescindir de ese examen tras sus tres títulos previos. Pero en The Ides of March lo que delata al cineasta es un ligero empeño por hacer que su película parezca más una obra que un producto. En ocasiones también una característica común a algunos de esos actores convertidos en directores.

Esta percepción se desprende (o la interpreto) de la segunda secuencia de la película, que se cuela en la primera a través de un tema musical que después se revelará diegético, pero que no parece que tenga nada que ver realmente con la trama de la película, si no fuera para otra cosa que embellecer la secuencia. En un momento dado podría pensarse que se trata de una manera de vincular emocionalmente su película con aquella paranoia militar (y política) de Stanley Kubrick, pero una vez avanza la proyección acaba diluyéndose cualquier referencia a Dr. Strangelove or How I Learned to Stop Worrting and Love the Bomb.

Tampoco estamos hablando de una película mediocre. Todo lo contrario, es entretenida, con una fina fotografía, una banda sonora elegante y, sobre todo, un excepcional reparto. Desde Ryan Gosling al propio George Clooney. Pasando por las siempre efectivas y estimables aportaciones de Marisa Tomei, Paul Giamatti y Philip Seymour Hoffman. Y con una mención especial para Evan Rachel Wood, que transmite más y mejor que el sector masculino del reparto.

Quizás el problema de The Idus of March sea entonces la adaptación que George Clooney, Grant Heslov y Beau Willimon hacen de la obra de este último, que si por un lado dibuja unos personajes muy precisos y concretos, no acaba de encontrar un equilibrio entre lo que quiere contar y la manera de hacerlo. O lo que es lo mismo, acaba desbordado por un exceso de palabras en detrimento de acciones que tardan demasiado en llegar. Para colmo, cuando las acciones llegan no consiguen llegar a conmover o sorprender. Quizás ya estamos, desgraciadamente, acostumbrados a este tipo de escándalos. Dada la efectividad de los componentes del reparto, no me cabe ninguna duda de que todos ellos habrían sido capaces de aportar lo mismo con muchos menos diálogos que, en la mayoría de los casos, resultan meramente decorativos y peligrosamente pretenciosos.

Quizás la historia hubiera tenido mucha más fuerza si su crítica se pudiera relacionar con alguna pugna política contemporánea. Ejemplos no le hubieran faltado. Pero Clooney decide ubicar a su político y su equipo en una tesitura neutral. Aunque se decanta por un lado político para desarrollar su historia, deja claro que su interés no es criticar político o partido alguno, sino el sistema en general. Una diplomacia que esconde la hipocresía de quien no parece querer mostrar sus cartas. Y quizás sea por eso, que aunque su relato pueda ser interesante, no acaba de llegar con toda su contundencia.

Publicado originalmente en EXTRACINE

jueves, 8 de marzo de 2012

Mi semana con Marilyn


Título original: My Week with Marilyn
Año: 2011
País: Reino Unido & EE.UU.

Dirección: Simon Curtis
Guión: Adrian Hodges , basado en dos novelas de Colin Clark
Producción: David Parfitt & Harvey Weinstein  
Fotografía: Ben Smithard
Música: Contad Pope
Montaje: Adam Recht 
Diseño de producción: Donal Woods 
Dirección artística: Charmian Adams
Decorados: Judy Farr
Vestuario: Jill Taylor
Reparto: Michelle Williams, Eddie Redmayne, Julia Ormond, Kenneth Branagh, Pip Torrens, Emma Watson, Geraldine Somerville, Michael Kitchen, Miranda Raison, Karl Moffatt, Simon Russell Beale, Toby Jones, Robert Portal, Philip Jackson, Jim Carter, Victor McGuire, Dougray Scott, Richard Attlee, Michael Hobbs, Brooks Livermore, Rod O'Grady, Dominic Cooper, Richard Clifford, Judi Dench, Zoë Wanamaker, Gerard Horan, Alex Lowe, Georgie Glen, Richard Shelton, Peter Wight, Paul Herzberg, James Clay, Des McAleer, Derek Jacobi, Jem Wall, Ben Sando, Josh Morris, David Rintoul, Penny Ryder, Sean Vanderwily, Adam Perry… 

deliciosa como una fruta jugosa

Después de haber protagonizado filmes míticos, como Cumbres borrascosas (Wuthering Heights, 1939, William Wyler) o Rebecca (1940, Alfred Hitchcock), y de haber dirigido tres de las que fueran aclamadas entre las mayores adaptaciones de William Shakespeare, como Enrique V (The Chronicle History of King Henry the Fifth with His Cattell Fought at Agincourt in France, 1944), Hamlet (1948) o Richard III (1955), todas ellas películas por las que conseguiría nominación al Oscar llevándoselo por su interpretación la del príncipe de Dinamarca, Laurence Olivier pretendía cambiar de registro abordando una sencilla comedia romántica con la que pretendía hacer reír al público después de haberle emocionado tantas veces. Y el público rió, sí, pero no gracias a él, sino a la fabulosa interpretación de Marilyn Monroe que en 1956 ya era una auténtico mito cinematográfico tras un breve recorrido por filmes como La jungla de asfalto (The asphalt jungle, 1950, John Huston), Eva al desnudo (All about Eve, 1950, Joseph L. Mankiewicz), Luces de candilejas (Monkey Business, 1954, Walter Lang), Niagara (1953, Henry Hathaway), Los caballeros las prefieren rubias (Gentlemen Prefer Blondes, 1953, Howard Hawks), Cómo casarse con un millonario (How to Marry a Millionaire, 1953, Jean Negulesco), La tentación vive arriba (The Seven Year Itch, 1955, Billy Wilder o Bus Stop (1956, Joshua Logan).

El príncipe y la corista (The Prince and the Showgirl, 1957) se convertía sin pretenderlo en la representación de un duelo: el de dos maneras de entender el arte dramático. Una hacia fuera y otra hacia dentro. La primera representada por Laurence Olivier, en la que el actor se limita a mentir para parecer lo que su personaje debería ser, y la segunda por Marilyn Monroe, en la que la actriz busca en su interior la verdad del personaje que quiere ser. Quizás por eso Laurence Olivier tan sólo consigue componer un personaje que consigue caer realmente mal, mientras que Marilyn Monroe logra una interpretación fresca, espontánea y rabiosamente deliciosa que consigue acaparar toda la atención de la película. Aparte del encanto natural del que no babe ninguna duda era poseedora la actriz estadounidense, y del apropiado asesoramiento que recibía de Paula Strasberg -esposa de Lee Strasberg, por aquel entonces director del Actor’s Studio, que le asesoraría en otras dos de sus grandes interpretaciones como Con faldas y a lo loco (Some Like it Hot, 1959, Billy Wilder) y Vidas rebeldes (The Misfits, 1961, John Huston)-, quizás Colin Clark, tercer ayudante de dirección de Laurence Olivier, tuviera parte de responsabilidad en la creación de ese personaje.

Si por un lado podríamos encuadrar la película dentro del un concreto grupo de filmes metacinematográficos que desvelan la artificialidad que se esconde detrás de un complicado rodaje de cine, también profundiza de una manera sencilla en la verdad que se escondía detrás de Marilyn Monroe, un personaje aparentemente ingenuo detrás del que había una compleja, pero frágil mujer. Y ahí es donde reside la espectacular fuerza del relato, que yace en la adaptación que Adrian Hodges realiza de las dos novelas autobiográficas de Colin Clark, en la que está basado el guión. Una, The Prince, the Showgirl and Me, sobre el rodaje de la película de Laurence Olivier, y la otra, My Week with Marilyn, sobre su relación personal con Marilyn Monroe.

Después está la eficacia del director de la cinta, Simon Curtis, que retrata con rigor, sobriedad y elegancia la reconstrucción de decorados, época, pero cuya fuerza radica en unos personajes que consiguen arrebatar y conquistar al espectador. La virtud de Kenneth Branagh es conseguir una representación de Laurence Olivier tan antipática como su personaje cae en The Prince and the Showgirl. Judi Dench no puede evitar, como es habitual, estar espectacular. Zoë Wanamaker está estupenda como Paula Strasberg. Julia Ormond resulta brillante como Vivien Leigh. Emma Watson se muestra encantadora como Lucy, la ayudante de vestuario que recibe las atenciones del joven Clark. No me olvido de las breves pero eficaces aportaciones de Toby Jones y Derek Jacobi.

Pero nada sería posible sin la portentosa aportación de Eddie Redmayne, que está absolutamente espléndido en su caracterización de Colin Clark, y la interpretación de Michelle Williams que está completamente arrebatadora y deliciosa en su recreación de Marilyn Monroe. Un personaje lleno de contrastes y contradicciones que Simon Curtis tiene la capacidad de sintetizar también en imágenes, como aquella en la que vemos un bote de barbitúricos al lado de un ejemplar de Ulysses de James Joyce, o en momentos tan sabrosos como cuando se evidencia que Norma Jean se limita a interpretar a Marilyn Monroe, también fuera de la pantalla.

Shall I play her?/¿Hago de ella?

Lo más interesante es que no se trata de una imitación, sino de una auténtica reinterpretación del personaje en el que Michelle Williams no se limita a repetir los gestos de la actriz, sino que hace una fantástica recreación de lo que pudo ser la tormenta emocional que suponía para Marilyn enfrentarse a un rodaje en tierra extraña, con personas lejos de ser amigas, y que no acababan de entender su forma de actuación, además de tener que sobrellevar sus propios fracasos personales con su tercer matrimonio. Quizás por eso My Week with Marilyn sea una película tan emocional como lo era la propia Marilyn Monroe.

Las películas que hablan de cine dentro del cine no suelen llegar al espectador que no conoce en profundidad los mecanismos por los que se consigue hacer parecer real algo falso. Tampoco estoy completamente seguro de que el espectador que no conozca la vida y obra de Marilyn Monroe pueda quedar tan seducido como un servidor. Pero lo que me parece asombroso es la manera en la que se complementa una línea argumental con la otra, pues igual que la actriz buscaba en su interior la verdad de sus personajes, pareciera que estos acababan mostrando la persona a través del cine. Tan sólo espero que si el espectador no puede sentirse identificado con una persona que no pudo encontrar un equilibrio entre lo que era y lo que representaba, pueda al menos encontrar la fuerza de la historia en la sinceridad con la que Colin Clark transmite su fascinación por un icono que, si ha seducido a varias generaciones, debería volver a ser descubierto para seducir a esta.

Una película que casi se saborea de la misma manera que una macedonia de frutas. Ácida como una fresa o una manzana a veces, pero dulce, jugosa y sabrosa como un trozo de piña o melocotón en otras ocasiones. Y esa y no otra es precisamente la sensación que disfruté con My Week with Marilyn, que me sedujo, me emocionó y me divirtió a partes iguales.

Publicado originalmente en EXTRACINE



martes, 6 de marzo de 2012

Chronicle


Título original: Chronicle
Año: 2012
País: EE.UU. & Reino Unido

Dirección: Josh Trank
Guión: Max Landis, basado en una idea original de Max Landis y Josh Trank
Producción: John Davis & Adam Schroeder  
Fotografía: Matthew Jensen
Montaje: Elliot Greenberg 
Diseño de producción: Stephen Altman 
Dirección artística: Patrick O'Connor
Decorados: Fred Du Prez
Vestuario: Dianna Cilliers
Reparto: Dane DeHaan, Alex Russell, Michael B. Jordan, Michael Kelly, Ashley Hinshaw, Bo Petersen, Anna Wood, Rudi Malcolm, Luke Tyler, Crystal-Donna ROberts, Adrian Collins, Grant Powell, Armand Aucamp, Nicole Bailey, Lynita Crofford, Royston Stoffels, Patrick Walton Jr., Lance Elliot, Nadie Suliaman, Pierre Malherbe, Joe Vaz, matthew Dylan Roberts, Allen irwin, Chelsea Nortje… 

con circunstancias, pero sin conservantes ni colorantes

En su fabuloso debut cinematográfico, el californiano Josh Trank, sólo ha necesitado una sencilla idea y un equipo dispuesto a hacerla realidad. Con un guión escrito por el casi también debutante Max Landis -hijo del genuino John Landis-, a partir de una idea de ambos, Chronicle tan sólo viene a contar lo que muchos adolescentes probablemente piensan cada vez que salen de ver una película de superhéroes: ¿qué haría yo si tuviera superpoderes? Una idea tan sencilla que muchos podrían pensar que estamos ante una película previsible y hasta infantil, pero que está realizada con gran inteligencia y acierto, al estar asentada en tres principios rigurosamente respetados: realismo, verosimilitud y autenticidad.

Primero: todo lo que vemos está recogido mediante cámaras domésticas. No se trata exactamente de un mockumentary en el que los protagonistas graban todo los que les sucede, sino que se puede reconstruir todo lo que ha sucedido utilizando cualquier cámara que haya recogido a cualquiera de los acontecimientos, bien sea la suya propia, la cámara de una bloguera, la de un cumpleaños o las de seguridad de todos aquellos lugares por donde pasan cualquiera de los tres protagonistas. Esto confiere un tono de realismo a la película que permite que nos identifiquemos perfectamente con los tres protagonistas, a pesar del hecho insólito que les sucede.
Segundo: la construcción del guión es tan sencilla como la receta de una hamburguesa. Pero precisamente es ahí donde subyace su eficacia porque, el espectador no será capaz de ver las señales de lo que vendrá, hasta que no suceda. No es que no sea previsible, es que es completamente verosímil, por eso se produce una rápida empatía con los protagonistas, queriendo el espectador que sucedan ciertos hechos, a pesar de que puedan acarrear consecuencias negativas. Más que nada, porque algunos de ellos son deseos que cualquiera a pensado alguna vez en su vida.

Tercero: no hay manipulación. Me refiero a que todo lo que vemos y oímos en Chronicle es total y absolutamente diegético. No hay violines que resalten los momentos sentimentales, ni tambores que exalten en los momentos de acción. Los sucesos se desarrollan uno detrás de otro con la única ayuda de la emoción de los personajes, porque ni siquiera los encuadres son específicamente precisos, más que para mostrar los hechos. La estética de la película es la de cualquier película doméstica. Precisamente Chronicle cobra grandes dimensiones por todo aquello que permanece fuera del encuadre, u oculto en las elipsis a las que nos somete la primera premisa.

Aunque el punto de vista de todas las cámaras no sea exactamente el mismo, en realidad estamos ante un relato en primera persona (del plural), en el que sólo sabremos lo mismo que Andrew (Dane DeHaan), Matt (Alex Russell) y Steve (Michael B. Jordan). Quedan algunos lazos sin atar, pero de la misma manera que los protagonistas tampoco sabrán las respuestas a la naturaleza de lo que les sucede. A mitad de camino entre Carrie y Kick-Ass, más que a Superman o cualquier otra película de superhéroes, Chronicle es un relato emocionante, capaz de sorprender al espectador, que además especula de una manera muy eficaz con las posibilidades de hacer el bien o el mal.

Es curioso que al contrario de las películas de superhéroes made in Hollywood, en las que el malo es siempre una caricatura con la que no se permite la identificación con el espectador, en Chronicle te puedes identificar con todos y cada uno de sus tres personajes protagonistas. En ese sentido guarda muchos puntos en común con la saga X-Men en la que ninguno de sus personajes es bueno ni malo, sino fruto sus propias circunstancias.

Publicado originalmente en EXTRACINE