domingo, 26 de febrero de 2012

La amenaza fantasma


Título original: Star Wars: Episode I - The Phantom Menace
Año: 1999
País: EE.UU.

Dirección: George Lucas
Guión: George Lucas
Producción: Rick McCallum  
Fotografía: David Tattersall
Música: John Williams
Montaje: Ben Burtt & Paul Martin Smith 
Diseño de producción: Gavin Bocquet 
Dirección artística: Phil Harvey, Fred Hole, John King, Rod McLean & Peter Russell
Decorados: Peter Walpole
Vestuario: Trisha Biggar
Reparto: Liam Neeson, Ewan McGregor, Natalie Portman, Jake Lloyd, Ian McDiarmid, Pernilla August, Oliver Ford Davies, Hugh Quarshie, Ahmed Best, Anthony Daniels, Kenny Baker, Frank Oz, Terence Stamp, Brian Blessed, Andrew Secombe, Ray Park, Lewis Macleod, Warwick Davis, Steve Speirs, Silas Carson, Jerome Blake, Alan Ruscoe, Ralph Brown, Celia Imrie, Benedict TaylorClarence Smith, Samuel L. Jackson, Dominic West, Karol Cristina da Silva, Liz Wilson, Candice Orwell, Sofia Coppola Keira Knightley, Bronagh Gallagher, John Fenson, Greg Proops, Scott Capurro, Margaret Towner, Dhruv Chanchani, Oliver Walpole, Katie Lucas, Megan Udall, Hassani Shapi, Gin Clarke, Khan Bonfils, Michelle Taylor, Michael a Cottrell, Dipika O'Neill Joti, Phil Eason, Mark Coulier, Lindsay Duncan, Peter Serafinowicz, James Taylor, Chris Sanders, Toby Longworth, marc Silk, Amanda Lucas… 

segundas oportunidades que merecieron la pena

Si me lo hubieran dicho, no me lo habría creído. No por nada, sino porque soy de los que vieron La guerra de las galaxias (Star Wars, 1977, George Lucas) con siete años y disfrutaron enormemente con sus secuelas: El imperio contraataca (The Empire Strikes Back, 1980, Irvin Keshner) y El retorno del Jedi (Return of the Jedi, 1983, Richard Marquand). No sólo eso, sino que tras verlas una y otra vez en formato doméstico, volví a las salas de cine para experimentar de nuevo el poder de “la fuerza” en todo su esplendor. Aunque fue toda una delicia volver a ver (en su versión original) una trilogía que siempre me parecerá entrañable, también es cierto que quedara considerablemente defraudado con los añadidos insertados por George Lucas en lo que considero una traición emocional -similar a las que practica su colega y amigo Steven Spielberg-, pues esa no era exactamente la misma saga de aventuras espaciales que había visto de pequeño. Aún así, pude disfrutarlas restando importancia a esos añadidos.

Quizás en 1999 las expectativas fueran muy altas, pero aunque yo fui de los que vieron esta nueva trilogía religiosa y puntualmente desde que comenzaran a salir, no quedé plenamente satisfecho ni con La amenaza fantasma (Episode I - The Phantom Menace, 1999, George Lucas), ni con El ataque de los clones (Episode II - Attack of the Clones, 2002, George Lucas), ni con La venganza de los Sith (Episode III - Revenge of the Sith,  2005). Cuando a una le sobraban cosas a la otra le faltaban. Lo que en la primera trilogía se contaba con exactitud y emoción, aquí se alargaba y se daban excesivas explicaciones que no interesaban, mientras que otras quedaban en el aire. Por lo que en ninguna de las películas que conformaban la nueva trilogía de Star Wars conseguí evitar la sensación de que tan sólo estaban estirando considerablemente lo que podría dar de sí un sable láser y una máscara negra.

En cualquier caso, y a pesar de que no soy nada devoto del 3D, arrastrado por la marcha imperial allí estaba yo sacando una entrada para volver a ver Star Wars: Episode I - The Phantom Menace 3D. Y debo decir que agradezco no haber reprimido este impulso pues me lo pasé realmente bien, a pesar de que no sea una obra tan óptima como sus precedentes, pero tampoco tan desdeñable como la recordaba. Debo confesar que ni siquiera llegó a molestarme la conversión en 3D. La calidad de la imagen se mantiene perfectamente y, si por un lado los personajes se mantienen planos en la imagen, sin volumen, por otro lado se incrementa la sensación de la profundidad de campo entre ellos y los decorados en los que se desarrolla la acción. Los momentos en los que sí se disfruta sobre manera la experiencia estroboscópica son sin duda los que tienen lugar en el espacio, que son los que mejor parecen acoplarse a las características del 3D.

The Phantom Menace repite el mismo esquema argumental que seguía la primera película de la saga: Star Wars. A partir de un sencillo pretexto se origina un conflicto diplomático que esconde una rebelión para cuya solución será neceario el rescate de una reina con parada en Tatooine, donde recogerán un nuevo pasajero que será crucial en la resolución final. El desarrollo de estas acciones bien pudiera dividirse en capítulos perfectamente diferenciados siendo el más intenso e interesante el que acontece en Tatooine, teniendo una mejor resolución tanto argumental como rítmica los dos primera tercios de la película que el último.

Esparcidas a lo largo del relato podemos percibir alguna torpeza como el odioso personaje de Jar Jar Binks, que no consigue resultar verdaderamente simpático -aunque esta vez molesta menos-; la explicación de la paternidad de Anakin, concebido como si de Jesucristo se tratara; la explicación de la concentración de midiclorianos en su sangre, que explica las razones de que tenga tanta predisposición para aspirar a convertirse en caballero Jedi sin explicar realmente nada; la oportuna presencia de Dark Maul en Tatooine, cuando no hemos visto que haya rastreado otros planetas; la propia emboscada frustrada que le tiende a Qui-Gon Jinn; o simplemente la sorpresa de algunos personajes al descubrir la existencia de un Sith -más bien dos porque siempre vienen en pareja-, dejando sin explicar tanto su procedencia como su relación con la disciplina de los Jedi.

Pero estas carencias argumentales quedan parcialmente diluidas gracias a espectaculares y emocionantes secuencias de acción que se benefician de un espectacular diseño de producción en los que tienen tanta importancia los decorados naturales como la dirección artística, el diseño de naves y todo tipo de artilugios, la colección de variopintos personajes y lo que marca realmente la diferencia con respecto a otras películas similares: la banda sonora, el diseño de sonido, efectos visuales y los fantásticos efectos sonoros que envuelven todas y cada una de las acciones de los personajes. Precisamente sonido, efectos de sonido y efectos visuales fueron las únicas tres nominaciones al Oscar que recibiera la película tras su estreno en el mismo año de The Matrix (1999, Andy Wachowski & Lana Wachowski), que fue la que se los llevó.

Estaríamos equivocados si pensásemos que en una película de estas características el equipo de actores y actrices tan sólo tiene que responder a unas exigencias atléticas. Todo lo contrario, es vital la aportación de todos y cada uno de los componentes del reparto pues con muy poco tienen que dar mucho. No disponen de mucho espacio para conseguir que el espectador sienta empatía por sus respectivos personajes, pero al igual que sucedía con el equipo de actores que integraban los episodios IV, V y VI, la calidad de casi todo el reparto hace que entendamos los motivos y causas de sus comportamientos sin necesidad de grandes explicaciones.

Si muy estimulante es la aportación de Pernilla August como la madre de Anakin o Ian McDiarmid como el canciller supremo Palpatine, no encuentro tan afortunadas las de Ewan MacGregor y Liam Neeson que quizás adoptan un registro demasiado superficial, propio del cine de acción. La gran capacidad de Natalie Portman consigue redimir al Jedi y su Padawan, sobre todo en las secuencias que comparten, estando particularmente afortunada en las que comparte con Jake Lloyd, el jovencito Anakin Skywalker. Quizás los espectadores entrenados podrán descubrir la presencia de actrices como Kyra Knightley o Sofia Coppola, que integran la corte de la reina Amidala. Quien poco consigue aportar es Terence Stamp, no estoy seguro si se debe a la corta duración de su personaje o a que no tenía realmente el día cuando se rodaron sus secuencias.

Si en su primer visionado me pareciera que The Phantom Menace no hacía más que prepararnos para el siguiente episodio de Star Wars, a la vez que para reencontrarnos con el universo creativo de George Lucas, en esta segunda oportunidad para ver en el cine lo que fuera el comienzo de las andanzas de Anakin Skywalker, me deja en cierta manera la misma sensación, pero tras habérmelo hecho pasar como nunca hubiera imaginado, no voy a exigir mayor rendimiento. Si por un lado soy de los que consideran que el orden de las películas no es el que marca su línea argumental, sino el de su fecha de producción, tampoco voy a perder la oportunidad de ver cómo se redescubre una historia que si ya sabemos cómo termina y cuales son sus principales giros de guión, podríamos disfrutar desde una perspectiva diferente pues cuando siempre percibí a Luke Skywalker como el protagonista de la saga, indudablemente sólo lo es de una trilogía de la saga, siendo su padre, Anakin, el verdadero y auténtico protagonista de la saga completa. Y así afrontaré este nuevo descubrimiento de Star Wars.

Publicado originalmente en EXTRACINE

No habrá paz para los malvados


Título original: No habrá paz para los malvados
Año: 2011
País: España

Dirección: Enrique Urbizu
Guión: Enrique Urbizu & Michel Gaztambide
Producción: Rick Benattar, Andrew J. Curtis & Jonathan English 
Fotografía: David Eggby
Música: Lorne Balfe
Montaje: Peter amundson & Robyn Owen
Diseño de producción: Joseph C. Nemec III 
Dirección artística: Malcolm Stone
Decorados: Peter Walpole
Vestuario: Beatrix Aruna Pasztor
Reparto: Olga Alamán, Juanjo Artero, María Blanco-Fafián, Paloma Bloyd, Pere Brasó, Nadia Casado, Héctor Claramunt, Carolina Clemente, José Coronado, Luis del Valle, Ricardo Dávila, Karim El-Kerem, Christian Esquivel, Eduard Farelo, Bernabé Fernández, Miguel Guardiola, Chani Martín, Helena Olalla, Julia Perillán, Javier Pinto, Chema Ruiz, Nasser Saleh, Rodolfo Sancho, Juan Pablo Shuk, Alex Spijksma, Pedro Mari Sánchez… 

no habrá paz para nadie

Pocos medios se han hecho eco de que la reivindicación de Enrique Urbizu, con su flamante No habrá paz para los malvados, en la última edición de los premios Goya, también sirve para celebrar a una generación de profesionales cinematográficos procedentes del país vasco. Todos ellos surgieran a principios de la década de los noventa colaborando con directores como Julio Medem, Juanma Bajo Ulloa o Álex de la Iglesia, de sobra conocidos no sólo en España, sino fuera de ella.

Uno de los primeros premios que se entregaba era el que iba destinado a su montador, Pablo Blanco, en el que es su segundo Goya después de Airbag (1997, Juanma Bajo Ulloa) y tres nominaciones más por filmes como Asaltar los cielos (1999, José Luis López-Linares y Javier Rioyo), La madre muerta (1993, Juanma Bajo Ulloa) y Acción mutante (1993, Álex de la Iglesia). Estamos hablando de un profesional que comenzaba en el cine con sólo 17 años en los que entró a trabajar en los estudios Cinearte como auxiliar de producción. Tras conocer de cerca los diferentes procesos técnicos que intervenían en la elaboración de una película se decidió por dedicarse en el montaje cuando le ofrecieron integrarse en el oficio. Una decisión de la que nunca se ha arrepentido y en cuyo aprendizaje pasó por todas las etapas: meritorio, auxiliar, ayudante, montador de sonido y finalmente de imagen.

Si comenzaba su carera trabajando en proyectos alimenticios, sería su aportación a las óperas primas de Juanma Bajo Ulloa y Álex de la Iglesia, Alas de mariposa (1991) y Acción mutante respectivamente, las que marcarían el inicio de su carrera cinematográfica. Aparte de los títulos por los que ha estado nominado, destacan en su filmografía sus colaboraciones con cineastas como Agustí Villaronga - 99.9 (1997)-, Miguel Alabadalejo -Manolito Gafotas (1999), Rencor (2002), Cachorro (2004), Volando voy (2006), Nacidas para sufrir (2009)-, Mariano Barroso -Los lobos de Washington (1999), Kasbah (2000)- o Karra Elejalde -Año Mariano (2000, Karra Elejalde y Fernando Gillén Cuervo), Torapia (2004).

Su colaboración con Enrique Urbizu se remonta a 1994 y se extiende a lo largo de cinco largometrajes: Como ser infeliz y disfrutarlo (1994), Cuernos de mujer (1995), Cachito (1996), La vida mancha (2003) y la película por la que ha sido premiado con un Goya por segunda vez en su carrera; y una TV-Movie, Adivina quién soy (2006), que formaba parte de la serie de televisión Películas para no dormir. Su aportación a la película demuestra su capacidad para manejar el tiempo, marcando un ritmo pausado pero constante, que permite al espectador explorar lo que está sucediendo y estimular su imaginación con lo que podría suceder.

Sí que es el primer Goya para Michel Gaztambide, guionista de la película en colaboración de Urbizu, que ya había sido nominado sólo una vez por su trabajo para la ópera prima de Julio Medem, Vacas. Aunque nacido en Francia, Gaztambide se cría en el País Vasco donde viendo y analizando películas con otros aficionados como él, aprendió de manera autodidacta, hasta que llegó a sus manos un guión de Federico Fellini, que le llevó a aprender cómo se escribía un texto cinematográfico. Poeta, además de guionista, su primer guión cinematográfico, Chatarra (1991, Félix Rotaeta), era en realidad una poesía escrita en forma de guión, con la que ganó un concurso en Bilbao. Después llegó Julio Medem y se convirtió en uno de los mejores guionistas del panorama contemporáneo español.

Defensor del oficio de guionista por encima de su carácter artístico, la filmografía de Gaztambide es breve, pero intensa, siendo su colaboración con Enrique Urbizu la que mejores frutos ha dado a través de títulos como La caja 507 (2002), La vida mancha o esta tercera colaboración. Y son precisamente estas tres películas las que marcan la diferencia como guionista de Gaztambide con sus colegas contemporáneos, siendo capaz de contar la vida de un personaje anónimo como si de un thriler se tratara.

Esta es, precisamente, una de las principales características de la premiada película de Urbizu, que si comienza como una película policíaca, acaba siendo una crónica social de la nueva realidad social de los españoles en la primera década del siglo XXI, que si en los Estados Unidos estuviera marcada por los atentados del 11-S, en España lo está por los del 11-M. Tanto Urbizu como Gaztambide se adelantan incluso a sucesos que se han producido con posterioridad al estreno de la película, al fijar la atención sobre jueces que utilizan sus influencias para conseguir sus objetivos personales.

El mayor acierto de toda la película es contar la historia desde el punto de vista de un policía corrupto como Santos Trinidad, magníficamente interpretado por José Coronado en la que tampoco es su primera colaboración con el cineasta vasco, sino la tercera, siendo nominado al Goya al mejor actor de reparto por La caja 507. No es justo dejar de lado las magníficas aportaciones de otros componentes del relato como Juanjo Artero y Helena Miguel, o las pequeñas aportaciones de Rodolfo Sancho y Pedro Maria Sánchez, sin las que no sería posible completar el magnífico resultado de No habrá paz para los malvados.

Mientras sigue la pista a una joven desaparecida, Santos Trinidad provoca un tiroteo del que no quiere dejar testigo alguno. En su búsqueda por este cabo suelto se tropieza con una red terrorista que planea un atentado a gran escala. En este periplo por el lado oscuro iremos conociendo datos del pasado del policía que si no sirven para perdonar ni justificar sus actos, sí que nos ayudan a comprender las causas de ese gran deterioro físico y moral después de una trayectoria intachable. Quizás el mismo deterioro que la sociedad ha experimentado en la última década hacia los poderes ejecutivos y judiciales.

Uno de los mayores aciertos de No habrá paz para los malvados es que propone, pero no responde. Permite que sea el espectador quien decida, no sólo sobre los actos de Santos Trinidad, sino por la resolución que este ejecuta al conocer lo que se propone este grupo de terroristas. A nuevas amenazas, nuevos héroes, parece ser la solución de Enrique Urbizu ante los cambios recientes de la sociedad española. Una sociedad que si ya conocía de primera mano la lacra del terrorismo, parece ahora vivir en un constante estado de terror al haberse convertido en objetivo del terrorismo internacional y quedar en entredicho la labor de aquellos que se supone deberían estar de parte de ciudadano y del inocente.

Si el texto de Urbizu y Gaztambide está lleno de matices que obligan al espectador no sólo a sacar sus propias conclusiones de los actos y sucesos que presencia, sino sobre las relaciones y excretos que se esconden detrás de muchos de los personajes de la película, también su aproximación visual sencilla y manteniéndose siempre en un contexto realista, permite que el espectador viva con emoción y expectación las diferentes líneas de investigación que se abren, permitiendo que se identifique con muchos personajes de la película, impotentes ante situaciones que no pudieron prever y que no pueden controlar. En estos tiempos en los que los medios de comunicación son capaces de salvar o condenar como si del circo romano se tratara a una persona o colectivo, No habrá paz para los malvados incide más que nunca en ese dicho popular que sostiene que “ni los buenos son tan buenos, ni los malos son tan malos”.

Publicado originalmente en EXTRACINE


domingo, 19 de febrero de 2012

La invención de Hugo


Título original: Hugo
Año: 2011
País: EE. UU. 

Dirección: Martin Scorsese
Guión: John Logan, basado en una novela de Brian Selznick
Producción: Johnny Depp, Tim Headington, Graham King & Martin Scorsese 
Fotografía: Robert Richardson
Música: Howard Shore
Montaje: Thelma Schoonmaker
Diseño de producción: Dante Ferretti
Dirección artística: Alastair Bullock, Dimitri Capuani, Steve Carter, Stéphane Cressend, Martin Foley, Chrsitan Huband, Stuart Rose, Luca Tranchino, David Warren & Ashley Winter
Decorados: Francesca Lo Schiavo
Vestuario: Sandy Powell
Reparto: Ben Kingsley, Sacha Baron Cohen, Asa Butterfield, Chlöe Grace Moretz, Ray Winstone, Emily Mortimer, Christopher Lee, Helen McCrory, Michael Stuhlbarg, Frances de la Tour, Richard Griffiths, Jude Law, Kevin Eldon, Gulliver McGrath, Shaun Aylward, Emil lager, Angus Barnett, Edmund Kingsley, Max Wrottesley, Marco Aponte, Ben Addis, Robert Gill, Ed Sanders, Terence Frisch, Max Cane, Frank Bourke, Stephen Box, Mihai Arsene… 

el niño que a Scorsese le hubiera gustado ser

Muchos pensamos que con la llegada de Internet, en donde había sitio para todo, ya no habría ninguna excusa para acceder a la cultura. Con un par de clics podrías acceder -por la parte que me toca- a toda la historia del cine, descubrir las obras y milagros de tus cineastas favoritos y acceder a aquellas obras que, no habiendo sido editadas ni en VHS o DVD, quizás podrías encontrar en páginas orientadas al estudio cinematográfico. Error. Cuanto mayor es la velocidad a la que circula la información por la red, inversamente proporcional es el interés de los usuarios por la cultura. Es más, lo más buscado es siempre lo más conocido. Los autores que han permanecido en la sombra para el espectador de a pie, han quedado sepultados por los que ya eran conocidos, que son los que generan mayor interés. Quizás siguiendo una reflexión similar a esta Martin Scorsese se ha propuesto con Hugo, ofrecer una clase magistral sobre Georges Méliès, un cineasta sólo reconocido por aquellos a los que verdaderamente les interesa el cine y se preocupan por sus orígenes.

Su apuesta es inteligente porque utiliza los códigos de este mismo público para captar su atención, rodando su película en 3D, o tratando de situarnos en la edad en la que todo es fascinante: la infancia. Si cualquier menor de diez años se podrá sentir identificado con las aventuras de Hugo (Asa Butterfield) e Isabelle (Chloë Grace Moretz), cualquier adulto podrá entender la fascinación de estos dos personajes por los hallazgos y descubrimientos que van realizando a medida que avanza el relato. Y si por un lado la factura de visual de la película es impecable, tanto por su excelente diseño producción de Dante Ferretti, como por la magnífica fotografía de Robert Richardson, y si el ejercicio histórico y nostálgico es realmente encomiable, para algunos puede salir perjudicado por su falta de definición o por las contradicciones de su discurso que comienzan en el uso de tanta tecnología para reivindicar un modo de hacer cine tan artesanal.

Como falta de definición me refiero al sentido del humor que se supone proporciona el inspector de la estación (Sacha Baron Cohen), que pareciera salido de una de esas películas de Jerry Lewis en las que un personaje se dedica a hacer el idiota, sin que los demás perciban que lo es. Si por un lado es un tipo de humor coherente con Scorsese, quien ya rindiera tributo al famoso cómico en El rey de la comedia (The King of the Comedy, 1982), a un servidor le saca del contexto de la película en la que todos los demás personajes funcionan en otro código, más infantil o fantástico, pero no precisamente cómico y mucho menos slapstick. Personalmente también encuentro el personaje de Georges Méliès algo sacado de quicio. No me creo ciertas actitudes del personaje, pero en su caso, entroncan mucho mejor con el espíritu de la película. Quizás sólo se trate de la incapacidad de Sacha Baron Cohen de crear un personaje que no resulte exagerado o sobreacutado pues lo cierto es que tanto Ben Kingsley como Asa Butterfield, Chloé Grace Moretz o Helen McCrory están estupendos en sus respectivos personajes.

Pero por muy entrañable y tierno que me parezca el tributo de Scorsese al que fuera el creador oficial del género fantástico en el cine, además de crear los primeros trucos de lo que posteriormente se llamaría efectos especiales, el director acaba cayendo en su propia trampa al revelarse progresivamente que su interés no estaba tanto en el conflicto de Hugo, como en la clase magistral a que nos somete con respecto a Georges Méliès. Clase por cierto llena de incorrecciones y anacronismos pues, entendiendo que nos encontramos poco después de 1923, año de estreno de El hombre mosca (Safety Last!, 1923, Fred C. Newmeyer & Sam Taylor), el título que Hugo e Isabelle ven en el cine, me parece bastante improbable que ya existieran libros de Historia del Cine, cuando era todavía una forma de expresión artística bastante joven, por no decir todavía en pañales.

Si bien es cierto que en sus orígenes el cine era considerada una atracción de feria más, no es cierto que Méliès lo descubriera por casualidad, sino que fue uno de los invitados elegidos por los hermanos Lumière para la primera proyección que tuvo lugar el 28 de diciembre de 1895, en el sótano del Grand Café, en el número 14 del Boulevard de Capulines, un salón que era utilizado habitualmente como sala de billares. Tampoco es cierto que Méliès fabricara su propia cámara, sino que la compró en Londres. Muchos le quitarán importancia a estos pequeños detalles y si bien es cierto que los cambios están introducidos para ofrecer una visión más romántica del personaje, cuando en realidad no se trata más que de un clase de historia ¿porqué no darla como es debido?

También es inexacto que en el caso de Georges Méliès fuera la Primera Guerra Mundial la causa se su descalabro económico, sino su incapacidad u oposición para asimilar los adelantos e innovaciones ajenas pues después de una década realizando sus típicas películas fantásticas y cuando los cineastas contemporáneos evolucionaban hacia otros géneros y maneras de contar las historias, él se empeñaba en seguir haciendo lo mismo, provocando la pérdida de interés por parte del público. A medida que avanza el relato, también es más evidente que a Scorsese no le interesa Hugo, sino Méliès, provocando también la pérdida de interés sobre la historia inicial, la de Hugo con su padre, que se revela como un mero pretexto para esta clase de historia sobre el que sigue siendo uno de los pioneros del cine más extraordinarios.

Publicado originalmente en EXTRACINE

Nader y Simin, una separación


Título original: Jodaeiye Nader az Simin
Año: 2011
País: Irán

Dirección: Asghar Farhadi
Guión: Asghar Farhadi
Producción: Rick Benattar, Andrew J. Curtis & Jonathan English 
Fotografía: David Eggby
Música: Lorne Balfe
Montaje: Peter amundson & Robyn Owen
Diseño de producción: Joseph C. Nemec III 
Dirección artística: Malcolm Stone
Decorados: Peter Walpole
Vestuario: Beatrix Aruna Pasztor
Reparto: Peyman Maadi, Leila Hatami, Sareh Bayat, Shahab Hosseini, Sarina Farhadi, Merila Zare'i, Ali- asghar Shahbazi, Babk Karimi, Kimia Hosseini, Shirin Yazdanbakhsh, Sahabanu Zoighadr… 

la agonía vivir en irán

Por unos motivos o por otros, en los últimos años el cine iraní va adquiriendo una presencia notable en el panorama cinematográfico contemporáneo. Mucho mayor, sobre todo, si lo comparamos con cualquiera de sus países vecinos que pasan totalmente desapercibidos en cuestiones cinematográficas. Con su última películas Asghar Farhadi no sólo ha conseguido una proyección inmejorable para Jodaeiye Nader az Simin (A Separation), sino que tras conseguir el Globo de Oro a la mejor película en lengua extranjera, aspira a conseguir el Oscar en la misma categoría, así como también está nominado a mejor guión original. Y todo ello casi un año después de haberse coronado como la mejor película de la Berlinale en su edición de 2011.

La primera reflexión que me asalta tras ver su excepcional película es una especie de confirmación de la suerte que tenemos los que hemos nacido en Occidente y en la época actual, pues pareciera que nacer en Irán hoy en día es similar a haberlo hecho en cualquier otra parte del mundo, pero en la Edad Media. En el periplo emocional por el que nos arrastran Nader y Simin, también se perciben las ventajas prácticas de ser católico en lugar de musulmán, pues si el musulmán tendrá que rendir cuentas de todas y cada una de sus acciones, el católico tan sólo tendrá que arrepentirse de corazón para poder ganar el perdón. Por último, queda perfectamente plasmadas las abismales diferencias entre hombre y mujer en Irán, teniendo ellos todas las ventajas y quedando ellas a merced de la voluntad de un hombre, particularmente las que viven su vida de una manera absolutamente tradicional.

Las señas de identidad que hacen destacar a Jodaeiye Nader az Simin (A Separation) asoman desde la primera secuencia de la película. Ese plano frontal de Nader y Simin exigiendo una solución a un juez ante su situación, plantea lo que en un principio consideramos será la línea argumental de la película, para pasar a un segundo término en cuanto surge el verdadero conflicto, que servirá para que el espectador desarrolle por sí mismo una respuesta al conflicto inicial.

Casi como una seña de identidad cinematográfica del cine contemporáneo, volvemos a presenciar una historia dramática, contada desde un punto de vista absolutamente naturalista que se torna una auténtica película de terror ante unos sucesos que en cualquier otra cultura no tendrían mayor trascendencia. ¿Quien quiere hacer una película de género cuando la vida es una experiencia tan terrorífica y traumática?

Al menos a un servidor le resultan tremendamente impactantes ciertos momentos del relato en los que la respuesta de los personajes resulta insólita en el mundo contemporáneo, como la llamada de teléfono que Razieh (Sareh Bayat), la mujer que Nader (Peyman Maadi) ha contratado para cuidar a su padre con alzheimer ahora que su esposa, Simin (Leila Hatami), no está para cuidarle. A partir de ese momento toda la película deja de tener esa vocación de cine social para convertirse en ese thriller psicológico que se te agarra al estómago y te atormenta continuamente con el mismo mantra: ¿quien querría vivir en Irán?

Pero dentro de un relato tan visceral hay que destacar el preciso uso que de la elipsis realiza Asghar Farhadi, dejando que el espectador interprete lo que sucede en aquellos momentos que no muestra, para que, al igual que los propios personajes tendrán su propia versión del conflicto que surge entre Nader y Razieh, cada espectador tenga su propia opinión y desarrolle su respuesta personal al conflicto inicial entre Nader y Simin.

Es curioso que Asghar Farhadi, director y autor del guión, se guarde mucho de mostrar su opinión acerca de sus personajes. Si desde luego los encuadres y el punto de vista de cada plano está perfectamente escogido para transmitir el infierno personal de cada uno de los personajes, no podremos encontrar ningún síntoma visual que nos indique que Farhadi está más cerca de uno que de otro personaje. Todos ellos tienen su propia razón y ninguno está realmente equivocado. Igualmente, quedo fascinando ante la resolución de la película que cerrando perfectamente los dos conflictos, deja la resolución abierta para que cada espectador tome su decisión.

Quien iba a decirnos que desde Irán llegaría una muestra tan emocionante y extraordinaria de un cine tan vivo y contemporáneo que además nos brinda una de las interpretaciones más brillantes y vibrantes de los últimos años. Si Peyman Maadi y Leila Hatami están espléndidos en sus respectivos personajes, la que consigue llevar al espectador a un auténtico estado de arrebato es la interpretación de Sareh Bayat. Un personaje al que amamos y odiamos, que consigue que le compadezcamos, que disculpemos su ignorancia, que nos solidaricemos de su situación, y que, a pesar de todo lo que sucede, que perdonemos todo lo que ha provocado.

Sin duda la empatía con todos y cada uno de los personajes es la mayor seña de identidad de Jodaeiye Nader az Simin (A Separation) pues el espectador se verá realmente incapacitado para tomar una decisión como la que tiene que tomar Termeh (Sarina Farhadi) en el final de la película. ¿Que harías tú, te quedarías a vivir en Irán?

Publicado originalmente por EXTRACINE

Miss Bala


Título original: Miss Bala
Año: 2011
País: México

Dirección: Gerardo Naranjo
Guión: Gerardo Naranjo & Mauricio Kartz
Producción: Pablo Cruz
Fotografía: Mátyás Erdély
Música: Emilio Kauderer
Montaje: Gerardo Naranjo
Dirección artística: Ivonne Fuentes
Vestuario: Anna Terrazas
Reparto: Stephanie Sigman, Noe Hernandez, Irene Azuela, Jose Yenque, James Russo, Miguel Couturier, Gabriel Heads… 

vivir y morir en baja california

Tras pasar con gran éxito por secciones de festivales como Canes, Toronto y San Sebastián, Miss Bala tiene la oportunidad de conseguir un Goya a la mejor película hispanoamericana. Se trata de la cuarta película del cineasta mexicano Gerardo Naranjo, que fuera nominado a los premios Ariel por Voy a explotar y que viene avalada por la producción de Diego Luna y Gael García Bernal

Una interesante propuesta que si se ha promocionado como si fuera una especie de Nikita a la mexicana, dista mucho de parecerse tanto a la película que dirigiera Luc Besson -que era más un producto de género repleto de secuencias de acción espectaculares-, como al reciente bodrio que produjera también el cineasta francés, Colombiana -de similares características aunque con infinitamente peores resultados.

Lo que comienza teniendo una apariencia de crítica social, acaba convertida en una sorprendente sátira de terror que te mantiene en vilo durante toda la proyección. Lo que comienza siendo una inocente aventura de dos amigas que quieren participar en un concurso de belleza, acaba revelándose como una despiadada lucha por permanecer viva en una sociedad completamente corrupta y deshumanizada en la que la única oportunidad para seguir viviendo es permanecer invisible a los demás.

De la mano de Stephanie Sigman, que brinda una trepidante, soberbia y entregada interpretación de Laura Guerrero, el espectador tiene la oportunidad de echar un vistazo a la trastienda de una sociedad en la que todavía impera la ley del más fuerte, como si aún estuvieran en los tiempos del salvaje oeste. La identificación del cineasta con su personaje comienza desde la primera secuencia de la película en la que no se nos muestra su rostro, de la misma manera que ella no querrá mirar a sus secuestradores.

Gerardo Naranjo no muestra nunca un cuadro amplio de lo que sucede, sino sólo aquello que alcanza a percibir su personaje. Una sencilla manera de representar la dureza en la que viven los ciudadanos de Baja California, a merced de las bandas organizadas y completamente desamparados por la justicia y el gobierno. Señalar la presencia del actor neoyorkino James Ruso que si bien no ha dejado de trabajar desde que se diera a conocer en los años noventa con títulos como My Own Private Idaho (1991, Gus van Sant), Snake Eyes (1993, Abel Ferrara) o Donnie Brasco (1997, Mike Newell), parece haber pasado desapercibido para el gran público, aunque todo podría dar un giro tras su participación en Django Unchained.

Si en muchas ocasiones nos hemos mofado de las respuestas de las concursantes en los certámenes de belleza, pocos podrán respirar ante la reacción de Laura Guerrero ante las clásicas preguntas que se hacen cuando le dan la corona con la que le proclaman Miss. Nunca un certamen de estas características volverá a ser lo mismo para este espectador. Nunca hubo que pagar tanto por una corona de reina de la belleza. Nunca una Miss se ganó con tanto esfuerzo su merecida banda.

Publicado originalmente en EXTRACINE

Moneyball, rompiendo las reglas


Título original: Moneyball
Año: 2011
País: EE.UU.

Dirección: Bennett Miller
Guión: Steven Zaillian & Aaron Sorkin, basado en un argumento de Stan Chervin, basado en la novela de Michael Lewis
Producción: Michael De Luca, Rachael Horovitz & Brad Pitt  
Fotografía: Wally Pfister
Música: Mychael Danna
Montaje: Christopher Tellefsen 
Diseño de producción: Jess Gonchor 
Dirección artística: Brad Ricker & David Scott
Decorados: Nancy Haigh
Vestuario: Kasia Walicka-Maimone
Reparto: Brad Pitt, Jonah Hill, Philip Seymour Hoffman, Robin Wright, Chris Pratt, Stephen Bishop, Brent Jennings, Tammy Blanchard, Jack McGee, Vyto Ruginis, Nick Searcy, Glenn Morshower, Casey Bond, Nick Porrazzo, Kerris Dorsey, Arliss Howard, Reed Thompson, James Shanklin, Diane Behrens, Takayo Fisher, Derrin Ebert, Miguel Mendoza, Adrian Bellani, Tom Gamboa, Barry Moss, Artie Harris, Bob Bishop, George Vranau, Phil Pote, Art Ortiz, Royce Clayton, Marvin Horn, Brent Dohling, Ken Rudukph, Lisa Guerrero, Christopher Dehau Lee, Joe Satriani, Simon James, Greg Papa, Bob Costas, Tim McCarver, Eddie Friedson, Glen Kupier, Joe Provost, John Brantley Cole, Jake Wilson, Robert P. Macaluso, Keith Middlebrook, Damon Farmar, Michael Gillespie, Chad Kreuter, Blake Ninfo, Gary 'G. Thang' Johnson, Corey Vanderhook, Melvin Perdue, Ari Zagaris, Jon Stein, Madeline G. Hall, Holly Pitrago, Ken Korach, Julie Wagner, Ken Colquit, Eric Winzenried, Richard Padilla, Ed Montague, Jack Knight, Patrick Riley, Phil Benson, Joyce Guy, George Thomas… 

entre la sopa de letras y la aritmética emocional

Siempre que alguien me pregunta sobre el tema de una película contesto de la misma manera: ¿acaso importa? Me da lo mismo si es de género o de autor, drama o acción, que gire en torno al mundo de las finanzas o sobre universo femenino, adaptación o historia original. Lo que hace que una película me resulte interesante o no, siempre es la manera en la que un cineasta transmite la historia que quiere contar. Million Dollar Baby (2004, Clint Eatwood), The Blind Side (2009, John Lee Hancock) o Rocky (1976, John G. Avidsen) son películas que se desarrollan en ambientes deportivos, pero en las que lo más importante son siempre los conflictos personales de sus protagonistas. Por eso no me importó en absoluto que Moneyball, la última película dirigida por Bennett Miller, girara en torno al deporte más aburrido del mundo. Al menos para el que no juega y desde luego siempre desde mi punto de vista, de hecho, creo que la película encajaría más dentro de un ciclo dedicado a las matemáticas que al béisbol.

Avalada con seis nominaciones a los premios Oscar, me sucede casi lo mismo que con otras películas nominadas este año en la categoría de mejor película pues si Moneyball no deja de ser una película interesante y hasta entretenida, también resulta larga, pesada y un tanto esclavizada por demasiadas palabras para tan pocas acciones. Una tara que ya se percibía en el texto previo de Aaron Sorkin, The Social Network (2010), pero que mientras en la película que dirigía David Fincher se las ingeniaba para jugar con los saltos temporales a tres bandas manteniendo la atención del espectador hasta el final de la historia, aquí tan sólo nos encontramos con algunos racontos que no alteran ni aportan nada a la línea argumental principal.
Si acaso aclaran la estupidez del personaje principal que pudiendo elegir entre estudiar en la Universidad y jugar al béisbol, elige lo segundo -en lo que me parece la vía rápida- para descubrir posteriormente que había cometido una equivocación. Curiosamente, una premisa nuevamente similar a la del personaje protagonista de The Social Network, que ciertamente también tiene una estructura inductiva teniendo que llagar al final de la historia tanto para descubrir los motivos reales que llevan al protagonista a tomar las decisiones que toma, como para que termine contradiciendo la propia premisa racional que pone en práctica en el juego, venciendo el sentimiento en la cuestión principal (y no es spoiler).
Desde mi punto de vista, aunque el guión avanza con fluidez, delata que está pensado para un público que no esté familiarizado con el deporte sobre el que trata pues está demasiado contaminado de explicaciones forzadas que no sólo no aportan demasiado, sino que dilatan el ritmo de la película hasta dilapidarlo, particularmente el último tercio que se hace un poco pesado. Ni el conflicto personal del propio Billy Beane (Brad Pitt), ni las aportaciones humorísticas de Peter Brand (Jonah Hill), consiguen vitalizar el desarrollo de una trama demasiado centrada en los logros aritméticos. ¿Quizás sea esta la aportación de Steven Zaillian? Dicho de otra manera, las aportaciones sentimentales no consiguen hacer más entretenidas las premisas racionales.
Si Brat Pitt se esfuerza considerablemente, su interpretación no sólo no está de Oscar, sino mucho menos de nominación, pero sí que es cierto que me parece más lograda que incluso la de El árbol de la vida (The Tree of Life, 2011, Terrence Malick). Admiro mucho a Jonah Hill y si bien celebro su nominación, también me parece un poco excesivo este reconocimiento, más que nada porque algunas de sus interpretaciones anteriores fueran mucho más destacadas. Quizás lo más impactante sea la transformación de Philip Seymour Hoffman, casi irreconocible en un principio, aunque lo más lamentable es la escasa presencia de una actriz tan estupenda como Robin Wright, que se deja ver en ¿¡una sola secuencia!? Quizás lo que más me haya gustado sea la interpretación de Madeleine G. Hall, que consigue realmente emocionar con sólo su voz y una guitarra -otra vez los actores infantiles.
Publicado originalmente en EXTRACINE