Título original: The Collector
Año: 2011
País: EE. UU.
Dirección: Marcus Dunstan
Guión: Patrick Melton & Marcus Dunstan
Producción: Brett Forbes, Julie Richardson & Patrick Rizzotti
Fotografía: Brandon Cox
Música: Jerome Dillon
Montaje: Alex Luna, James Mastracco & Howard E. Smith
Diseño de producción: Ernanno Di Febo-Orsini
Dirección artística: Michael Barton
Decorados: Marina Starec
Vestuario: Ashlyn Angel
Reparto: William Prael, Diane Ayala Goldner, Josh Stewart, Michael Reilly Burke, Andrea Roth, Karley Scott Collins, Madeline Zima, Haley Pullos, Daniella Alonson, Patrick Rizzotti, Jayme Suzonne Riser, Krystal Mayo, Michele Diane Pate, Nicole Antranette Fisher, Robert Wisdom, Joe Conger, Alex Feldman, Michael Showers, Todd Haberkom, Tom Gulager, Brett Forbes, Lee Cole, Hiro Koda, Jabari Beals, David Landsness, Jennifer Hilton Monroe, Gregory Alan Williams, Robyn Noble, Tommy K., Aero…
no es lo mismo serrar (saw) que collecionar
Más allá de su tráiler, poco más sabíamos de The Collector, al menos un servidor, que se estrena con un retraso de casi tres años en España. Se trata del debut como director de Marcus Dunstan, que fuera guionista de franquicias terroríficas (en su sentido literal y figurado) como Feast y sus secuelas, o se había encargado algunos de los guiones de las secuelas de la Saw, concretamente las que van desde su cuarta entrega hasta la séptima, además de Pianha 3DD. Todo esto siempre en colaboración de Patrick Melton. Y por lo que a mi respecta, podría perfectamente haber seguido viviendo sin saber absolutamente nada de su película.
Una cosa es retomar una serie como Saw, cuyas premisas estaban establecidas por otros guionistas, lo mismo le sucede con Piranha 3DD, pero otra muy diferente es iniciar, no ya un nuevo argumento, sino lo que se presupone como todo un nuevo formato que se pueda estirar y alargar, y en el que tan sólo se trata de reajustar una misma fórmula en un contexto diferente. Si la primera secuencia de la película, planteada con sencillez y rapidez resolutiva crea una expectación bastante efectiva, en cuanto surgen los títulos de crédito asoman las inequívocas señales de que nos encontramos ante un producto menor, o subterráneo, mucho más apropiado que underground.
En primer lugar, encuentro tremendamente irresponsable el uso asincrónico de temas rock y pop asociados a momentos tan espeluznantes como, por ejemplo, la secuencia en la que suena el tema Bela Lugosi’s Dead, interpretado por Bauhaus. Cierto es que es bastante habitual, no tanto en el cine, pero sí en la televisión, aprovechar canciones populares para hacer estéticos y confortables situaciones de por sí desagradables como el reconocimiento de la escena de un crimen o el proceso de autopsia de un cadáver. No se trata del mismo recurso utilizado por cineastas como, por ejemplo, David Lynch o Quentin Tarantino, que haciendo un uso igualmente asincrónico de la música su intención no estética, sino precisamente para provocar extrañeza e incomodidad en el espectador por la peculiar asociación de música e imágenes.
Entiéndase que no me estoy refiriendo en absoluto a la banda sonora de la película, sino al uso de temas musicales extradiegéticos del relato. Quizás pueda ilustrar las sensaciones que me provoca este desafortunado uso musical recurriendo a la incomodidad del drugo Alex en Clocockwork Orange, que se rebelaba ante la asociación de la novena sinfonía del divino Beethoven con aquellas imágenes de asesinatos, violaciones y genocidio. Quizás Marcus Dunstan tenga tan buen gusto musical como pésimo sentido del humor, o que quizás estuviera convencido de que iba a seducir al espectador con tan deplorable asociación audiovisual. Si probablemente no les falte razón a aquellos que piensen que quien carece de sentido del humor debe ser un servidor, tan sólo alegar que, precisamente, The Collector huye deliberadamente de cualquier código cómico, por lo que interpreto que el uso de las canciones es única y exclusivamente estético.
Si por un lado el ritmo de la película es realmente preciso y está perfectamente milimetrado para crear tensión en el espectador, es precisamente esa ausencia absoluta de sentido del humor que se detecta en la seriedad con la que se muestran ciertos aspectos del relato lo que provoca la caída en picado de la credibilidad del discurso. Si podría ser verosímil la existencia de un sociópata de las características del que aquí se retrata, no es nada creíble la rapidez y agilidad física con las que acondiciona a oscuras tal número de trampas y con la complejidad de elaboración como las que se muestran en la película. Y muchos menos, a la vez y en el tiempo en que otro individuo se cuela en la misma casa sin que su pericia y precisión se percaten de nada.
Todas estas carencias no responden únicamente a la falta de tablas de Marcus Dunstan como director, sino a la falta de consistencia del guión, tanto en la construcción de personajes como en la desmesurada espectacularidad con la que se quieren resolver la mayoría de las situaciones, colocándole como responsable junto a Patrick Melton, su colaborador, con el que vuelve a colaborar en su casi terminada secuela que responde al título de The Collection. No estoy en absoluto seguro de querer seguir esta colección.
Publicado originalmente en EXTRACINE
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