domingo, 25 de abril de 2010

Soul kitchen


Título original: Soul Kitchen
Año: 2009
Nacionalidad: Alemania
Dirección: Fatih Akin
Guión: Fatih Akin & Adam Bousdoukos
Producción: Fatih Akin, Ann-Kristin Homman & Klaus Maeck
Fotografía: Rainer Klausmann
Montaje: Andrew Bird
Diseño de producción: Tamo Kunz
Dirección artística: Seth Turner
Vestuario: Katrin Aschendorf
Reparto: Adam Bousdoukos, Moritz Bleitreu, Birol Únel, Anna Bederke, Pheline Roggan, Lukas Gregorowicz, Dorka Gryllus, Wotan Wilke Möhring, Demir Gökgöl, Monica Bleitreu, Marc Hosemann, Cem Akin, Catrin Striebeck, Hendrik von Bültzingslöwen, Jan Fedder, Julia Wachsmann, Simon Goerts, Maverick Quek, Markus Imboden, Gudrun Egner, Arne Benzing, Piotr Gregorowicz, Hans Ludwiczak, Jan Weichsel, Udo Kier…
sabes aquel que dice que va al médico para que le arreglen la espalda…
Suelo tener una predilección hacia dramas y tragedias, cualquier película que tenga un tono nostálgico y deprimente y, sobre todo, con final infeliz. Por eso me sorprendo tanto cuando me encuentro con un filme que, encajando con el término comedia, no sólo me gusta sino que me encanta. Mucho más cuando incluso podría denominarse (con pinzas, eso sí) comedia romántica. Y todavía más, si cabe, cuando ni siquiera termina mal. No quiero decir con esto que Soul kitchen sea un filme tremendamente divertido o hilarante. No vayamos a confundirnos. Cierto es que mantiene un tono nostálgico y algo pesimista a lo largo de su metraje pero se tata, tan sólo, de un producto entretenido con fondo, eso también. De hecho pudiéramos considerar que Soul kitchen no se trata más que de un descanso que se toma Fatih Akin en una filmografía densa, dramática e intelectual, a través del que pretende, mientras él mismo se lo pasa en grande, hacérnoslo pasar bien a nosotros. Lo que consigue sirviéndose, principalmente, de dos armas: la música y el humor.
Está claro, repasando su filmografía previa, que a Fatih Akin no le faltan recursos para diseñar la banda sonora que precisa para transmitir vitalidad, optimismo y buen rollo. Menos si cabe, si tenemos en cuenta que en sus ratos libres se dedica a pinchar en clubes bajo el seudónimo de DJ Superdjango. Pero es que su capacidad para mezclar ritmos sincopados, influencias étnicas y estilos musicales no tiene nada que envidiar a otros cineastas recordados tanto por sus filmografías, como por los paisajes sonoros que incorporan a nuestras realidades. Además, la música llega en el filme asociada, literalmente, con el buen rollo, el éxito y la prosperidad de los personajes, algo que el espectador desea para todos los desgraciados de esta película. Unos personajes que más parecen sacados de la vida real pues la naturalidad de las caracterizaciones de los actores y la ausencia de estereotipos de belleza impuestos por la cultura publicitaria occidental (siendo todos maravillosamente imperfectos), facilita la empatía con los personajes y la sensación de que puedas reconocerlos entre tus amigos, tus vecinos o los conocidos del bar que frecuentas los fines de semana.
La música pone el tono, pero está claro que el humor, es lo que termina de encandilar de esta propuesta. Ni se trata de una comedia sofisticada en la que se creen situaciones para provocar la risa ni estamos ante un ejemplo de humor intelectual basado en unos personajes inteligentes. Todo lo contrario, se trata de unos personajes viscerales que actúan por instinto, lo que provoca los mejores momentos de la película, como cada una de las intervenciones de Shayn (Birol Ünel), sin duda el único cocinero del mundo que se expresa tal y como se siente hacia los maleducados e irrespetuosos comensales que pagan por el fruto de su trabajo -la broma del gazpacho es impagable y, ninguna duda me cabe, les habrá pasado a muchos cocineros por el mundo. Luego están las situaciones que le ocurren a Zinos Kazantsakis (Adam Bousdoukos), que sin ser realmente graciosas, la acumulación de desdichas, molestias y calamidades que le van aconteciendo y su manera tan estoica de asimilarlas facilitan nuestra simpatía por el personaje, inclinando nuestros deseos en favor de una solución para sus avatares. 
Pero, ciertamente, estas dos herramientas no funcionarían si no estuviesen apoyadas en una buena base: la realidad. Cualquier cocinero, camarero o, incluso, gerente de un restaurante entenderá y empalizará a la perfección con las dramáticas situaciones que se presentan, que aunque envueltas en ese tono de ritmo y humor, resultan ser tristemente reales y cotidianas, desde la broma del gazpacho, hasta el ingenioso plato de nouvelle cuisine que montan a partir de productos de tercera categoría -que pretende evidenciar la superficialidad y falsa sofisticación de algunas propuestas culinarias-, la esclavitud de una forma de vida que te obliga a estar constantemente pendiente de tu negocio, el estrés de los cocineros que pasan de esos desesperantes momentos de tranquilidad absoluta a la frenética actividad de las horas puntas en las que todos los comensales llegan a la vez, las dificultades para dirigir un negocio que vive a expensas de los caprichos de un público que puede molestarse tanto si innovas como si le ofreces siempre lo mismo… 
Quizás, las relaciones personales queden, en la película, en un segundo plano, avanzando a trompicones y a golpe de ritmo y cuchillo. Quizás algunas situaciones, como que un agente inmobiliario consiga que te realicen una inspección de sanidad sin identificarse, sin presentar una denuncia como es debido y tan sólo con una llamada de teléfono sea un poco fantástica o que unos inspectores de hacienda se presenten en tu local demandando la pasta que debes al fisco sea un tanto desproporcionado, pero ¿quién no tiene que poner de su parte en las comedias, románticas o no, norteamericanas?
Por último señalar la siempre estimulante presencia del inquietante y misterioso Udo Kier, un mítico actor que impregna con su presencia cualquier filme, serie o videoclip al que preste, tan sólo, su imagen.

domingo, 18 de abril de 2010

Ciudad de vida y muerte

Título original:Nanjing! Nanjing!
Año: 2009
Nacionalidad: Honk Kong & China
Dirección: Lu Chuan
Guión: Lu Chuan
Producción: John Chong, Sanping Han, Hong Qin, Andy Zhang & Li Zhou
Fotografía: Yu Cao
Música: Tong Liu
Montaje: Yun Teng
Diseño de producción: Yi Hao
Reparto: Ye Liu, Yuanyuan Gao, Hideo Nakaizumi, Wei Fan, Yiyan Jiang, Ryu Kohata, Bin Liu, Yuko Miyamoto, John Paisley, Beverly Peckous, Lan Qin, Sam Voutas, Di Yao, Yisui Zhao, Junichi Kajioka...
el reverso tenebroso
En una manera más de evidenciar nuestras carencias culturales, los occidentales siempre aludimos a los alemanes y a la figura de Adolph Hitler a la hora de evocar la máxima expresión del mal y de la sinrazón humana. Tras la proyección de Ciudad de vida y muerte, uno no puede más que pensar que los alemanes no eran más que aficionados al lado de la capacidad de los japoneses para ejercer y practicar el mal.
Lu Chuan -un cineasta para recordar y revisar pues sus dos filmes anteriores, El arma perdida (Xun qiang, 2002) y La patrulla de la montaña (Kekesili, 2004) están editados en DVD en nuestro país- aborda el relato de la masacre de Nankín con una sobriedad, exactitud y elegancia asombrosas, eludiendo todo atisbo de sensiblería y autocompasión e incrementando la fuerza de su discurso con una economía narrativa que le permite guiarnos a través de una narración complicada, con muchos personajes, con varias líneas argumentales, yendo de lo particular a lo general y viceversa con una determinación y efectividad admirables y dignas, no sólo del reconocimiento en el Festival de San Sebastián, sino en cualquier muestra, certamen o festival al que se presente, incluidas las academias de tres al cuarto.
La elección de rodar en esa fabulosa fotografía en blanco y negro está determinada, según el propio director, por el hecho de que la memoria colectiva asimila los acontecimientos de la primera mitad del siglo XX en el mismo color del material gráfico que se conserva y en el que se han hecho la mayoría de las reconstrucciones cinematográficas del mismo periodo. En este punto ocurre lo mismo tanto con el público oriental como con el occidental. Otra acertada elección es la de no subrayar la acción con la típica banda sonora cargada de lacrimógenos y sensibleros violines. Tong Liu reserva sus percusiones y explosiones sonoras para los finales de las secuencias, nunca durante las acciones, permitiendo que la cinta se nutra de sus sonidos dietéticos, eludiendo caer en el oportunismo sentimental y emocionando sólo por la fuerza del relato. Algo sorprendente si tenemos en cuenta que se trata de la primera banda sonora del compositor chino, al igual que el montador, Yun Teng, que se estrena brillantemente en esta cinta en la que, pudiendo pecar de planos largos o redundantes, evita repeticiones innecesarias o excesivas recreaciones en momentos emocionalmente dolorosos. Es indudable que Lu Chuan sabe como orientar a todos sus colaboradores para que trabajen en una sola dirección: la buena.
El desconocimiento del momento de la historia china que se nos relata no impide que la larga primera secuencia de la película nos ubique rotunda y claramente en el tiempo y el espacio y nos relate con asombrosa claridad unos espantosos acontecimientos. Los personajes que van a conducir el relato aparecen desperdigados, poco a poco, a lo largo de la secuencia, mezclados entre las diferentes situaciones, marcando su posición en la historia y permitiéndonos guardar unos puntos de referencia. Una vez concluye, cada uno se sitúa en un contexto concreto y permite nuestra identificación y empatía y lo hace, curiosamente, a pesar de que en primera instancia corran el riesgo de caernos antipáticos o, cuanto menos, desconfiemos de ellos, porque uno de los grandes aciertos que propone Ciudad de vida y muerte es el del punto de vista: el valor alterno que se le puede atribuir a una misma acción o símbolo dependiendo de su contexto. Lo que en cualquier otro relato podría ser un símbolo negativo que representa el mal absoluto, como una swástica, se transforma en este filme en emblema de salvación,  en un símbolo bueno y positivo que proporciona seguridad y protección. Lo que en cualquier otra película podría ser una conducta reprobable, como la colaboración con un nazi o incluso el intento de conseguir los favores del enemigo invasor a la manera de los colaboracionistas franceses, se convierte aquí en un acto heroico, valiente y recomendable. Lo que en la misma realidad -la televisiva que retransmite las guerras americanas- pueda parecer la representación de la victoria -como aquel derribo de la estatua de Saddam Hussein que representara gráficamente leal derrota del régimen tirano y opresor-, se torna en este filme en el mayor y más evidente símbolo de invasión y ocupación del que absolutamente nadie se alegra. Este último ejemplo me parece una evidente alusión al gobierno norteamericano que se erige en el salvador y libertador mundial y que, sin embargo, no moviera ni un pelo ni un dedo, ni dos ni tres en contra de la intervención japonesa en China, ni lo hiciera por las mismas fechas en la contienda española ni, desde luego,  hubiera intervenido en la Segunda Guerra Mundial de no ser por el ataque japonés a Pearl Harbor. Si pusiéramos una detrás de otra todas las películas cuyo discurso es contrario a la política norteamericana, a su conducta y a su prepotencia es posible que encontrásemos argumentos legítimos para proponer a nivel internacional la misma intervención, invasión y apropiación de los Estados Unidos de América tal y como ellos han practicado a lo largo, principalmente, del siglo XX y lo que llevamos de XXI en países antipáticos o inconvenientes para ellos dependiendo del momento, de sus políticas y de sus intereses.
Quisiera recalcar que aunque la película está llena de momentos insólitos y, evidentemente trágicos y desoladores, al contrario que otras películas de similar índole, Ciudad de vida y muerte, no es una película deprimente que intente que el espectador llore desconsoladamente en la butaca. No. Tampoco recurre, insisto, a técnicas traicioneras para apelar a la sensiblería barata (no voy a poner ejemplos, que los hay que se alteran con nada). Todo lo contrario, su discurso es responsable y coherente. Un ejemplo de ello es el comienzo y el final de la película en la que si en los créditos iniciales nos muestra fotografías y material gráfico de los lugares y gentes que van a ser arrasadas por los japoneses, aportando nombres y fechas, en un hermoso homenaje que ya anticipa que son lugares y gentes que no sobrevivirán, en el final de la película nos muestra las fotografías de los principales protagonistas del relato, ubicándonos en el espacio temporal que cada uno de ellos ha vivido, en el mismo riguroso y hermoso blanco y negro en el que ha transcurrido la proyección y eludiendo patéticas intervenciones de personajes reales o en color que pretendan, supuestamente, apelar a la pornografía sentimental.
No voy a resaltar los momentos y secuencias que más me han impresionado pues no quiero desvelar ningún acontecimiento. Quizás resulte más efectivo explicar que debido, sobre todo, a lo acostumbrados que estamos al genocidio y la exterminación televisivas, no se percibe el impacto de los sucesos con toda la magnitud deseable, sobretodo en esa secuencia inicial. Sólo cuando comienza a detenerse en cada uno de los personajes y avanza en la sinrazón en primera persona llega implacablemente -por lo menos a mi-, la impotencia de los acontecimientos. Me estoy refiriendo, concretamente, a una acción que involucra a la hija de uno de los personajes que -sin necesitar pintar su abriguito-  me deja total y absolutamente clavado en el asiento, sin respiración y con un escalofrío recorriéndome de arriba abajo, por la traicionera sorpresa de un hecho, por un lado tan sencillo y efectivo, y por otro tan vil e irracional que incluso escribiendo estas líneas me sigue conmoviendo. 
Qué decir del emotivo momento en el que las mujeres deben sacrificarse por el bien común (como hacen siempre) y un sencillo gesto como una mano levantada se convierte en una esperanza, en una demostración de la fuerza y valor del ser humano. Pero en Ciudad de vida y muerte quien que de verdad conmueve es el que sobrevive, porque como se dice en una de las últimas frases de la película, la que pronuncia un soldado japonés (estaba escribiendo alemán -la costumbre) cuando dice que "a veces es más difícil vivir que morir", dando cuenta que los supervivientes tendrán que afrontar una largo camino hacia la recuperación, hacia la resiliencia y la superación del trauma para poder vivir con todo lo que han visto, con todo lo que han vivido.
Es una verdadera lástima que otros títulos que denuncian hechos similares y, más o menos, de la misma forma estética, hayan tenido tanto éxito y recaudado tanto dinero sólo, precisamente, por estar rodadas en inglés y a partir de dinero norteamericano cuando productos de la talla de Ciudad de vida y muerte vayan a pasar desapercibidos para el gran público por el simple hecho de estar rodados en chino y japonés y no contar en su producción con más dinero que el amarillo.

jueves, 15 de abril de 2010

Sólo ellos


Título original: The boys are back
Año: 2009
Nacionalidad: Australia & Reino Unido
Dirección: Scott Hicks
Guión: Allan Cubitt, basado en una novela de Simon Carr
Producción: Greg Brennan & Timothy White
Fotografía: Greig Fraser
Música: Hal Lindes
Montaje: Scott Gray
Diseño de producción: Melinda Doring
Dirección artística: Janie Parker
Decorados: Glen W. Johnson
Vestuario: Emily Sreresin
Reparto: Clive Owen, Laura Fraser, Tommy Bastow, George MacKay, Julia Blake, Emma Booth, Emma Lung, Natasha Little, Steven Robertson, Chris Haywood, Erik Thomson, Nicholas McAnully, Alexandra Schepisi, Adam Morgan, Johnny Frisina, Klayton Stainer, Lynda-Maree Gerritsen, Timothy Giessauf, Tim Glanfield, Felicity Jurd, Rebekah Rimington...
peligro: cafres manifiestándose artísticamente
"Basada en hechos reales" esta inconveniente información es lo primero que se nos advierte al comienzo de S´lo ellos. Si bien en determinadas películas esta premisa sirva para anclar en la realidad unos acontecimientos, que por inauditos o excéntricos, pudieran pasar por inverosímiles, el caso que nos ocupa no sirve más que para realzar la estupidez, inmadurez, imbecilidad y absoluta irresponsabilidad de un homo sapiens que, no contento con haber sido un marido machista, un padre insensato y un loco imprudente, lo confiesa en un libro para que todos podamos "disfrutar" con la vida de un catre australiano sin parangón en el mundial.
Aunque no sé que es peor, que el propio Simon Carr cuente sus machotas fechorías tras el "abandono" de su mujer, o que Scott Hicks lleve la historia a la gran pantalla con la más absoluta ausencia de análisis crítico por su parte -algo sorprendente para el director de un filme como Shine (1996), que analizara con tanto rigor y sensibilidad otra relación paterno-filial. Si la pretensión de ambos era demostrar que un padre solo, puede sacar adelante a una familia, han conseguido justo el efecto contrario: demostrar que sólo una madre está capacitada para sacar a su familia adelante y que el padre es total y absolutamente prescindible. Cuanto más lejos mejor. Sobretodo si se parece lo más mínimo a Simon Carr.
Ni la interpretación de un atractivo Clive Owen consigue que este descerebrado apele a nuestra simpatía, ni la intención estética de Scott Hicks de situarse en la estela visual de Spike Jonze o Michel Gondry consigue que la película nos entre por los ojos, ni las preciosas canciones de los islandeses Sigur Ros consigue aterciopelar nuestros oídos  -incomprensible incorporar música islandesa en un entorno como el australiano cuando salta a la vista que el protagonista ni los ha escuchado nunca ni sabe quienes son-, ni las relaciones que tiene el protagonista con cualquier persona de género femenino muestra el más mínimo tacto, ya sea su suegra o una posible pareja, precisamente la única muestra de civismo y cordura es la que tiene con ese posible ligue que surge cuando se traslada a cubrir la información que le han encomendado -la eterna atracción del género macho (que no masculino) por esas relaciones que cree no le van pasar factura-, ni nada de nada.
La incorporación del primogénito a esta desestructurada familia parece alumbrar algo de cordura a esta sin razón, de hecho termina plantándole cara a su propio padre, que tendrá que perseguirle a tierras de la Gran Bretaña para intentar que vuelva con él.  Harry Warr (George MacKay) establece la realidad de la forma de vida de su padre: no es sostenible, no le ofrece estabilidad, ni seguridad, además le tiene miedo, etc., etc. Parece que la secuencia en la que se reúnen en el mismo colegio al que asistiera el padre y asiste ahora el hijo, pudiera alumbrar sobre los motivos de la asombrosa irresponsabilidad del padre y la sorprendente responsabilidad del hijo pero esa posibilidad queda total y absolutamente desaprovechada. Lo que queda claro es el que el niño está bien educado, precisamente porque su padre le abandonó para vivir con otra mujer y siguió viviendo con su madre -es que encima se tiran piedras sobre su propio tejado.
En definitiva, ningún interés, ningún aliciente, tan sólo, quizás, para aquellos especímenes de género masculino que, por no malgastar su tiempo en el rutinario cortejo para conseguir los favores del género femenino, acostumbren a pagar los servicios de sufridas señoritas. 


miércoles, 14 de abril de 2010

El escritor

Título original: The ghost writer
Año: 2010
Nacionalidad: Francis, Alemania & Reino Unido
Dirección: Roman Polanski
Guión: Robert Harris & roman Polanski, basado en una novela de Robert Harris
Producción: Robert Benmussa, Roman Polanski & Alain Sarde
Fotografía: Pawel Edelman
Música: Alexandre Desplat
Montaje: Hervé de Luze
Diseño de producción: Albrect Konrad
Dirección artística: Cornelia Ott, David Scheunemann & Steve Summersgill
Decorados: Katharina Birkenfeld & Bernhard Henrich
Vestuario: Dinah Collin
Reparto: Ewan McGregor, Jon Bernthal, Kim Catrall, Pierce Brosnan, Tim Preece, James Belushi, Olivia Williams, Timothy Hutton, Anna Botting, Tom Wilkinson, Yvonne Tomlinson, Eli Wallach, Milton Welch, Tim Faraday, Alister Mazzotti, Mariane Graffam, Kate Copeland, Soogi Kang, Lee Hong Thay, John Keogh, Jaymes Butler, Hans-Peter Sussner, Stuart Austen, Morgane Polanski, Andy Güting, Robert Wallhöfer, Glenn Conroy, Robert Seeliger, David Rintoul, Clayton Nemrow, Julia Kratz, Nyasha Hatendi, Daphne Alexander, Angelique Fernandez, Anne Wittman, Robert Pugh, Michael S. Ruscheinsky, Mo Asumang, Sylke Ferber, Desirée Erasmus, Errol Shaker, Errol Trotman-Harewood, Talin Lopez, Joel Kirby...
anoche soñé que volvía al edificio dakota
Si algunos consideraban que el hecho de que Roman Polanski hiciera una película como Oliver Twist (2005) -típico filme que responde a una demanda, estúpidamente, familiar- nos privaría de las delicias cinematográficas a las que nos tenía acostumbrados… se equivocaba. Roman Polanski retoma con El escritor el estilo cinematográfico de sus mejores y más recordados trabajos como La semilla del diablo (Rosemary's baby, 1968), El quimérico inquilino (Le locataire, 1976) o, incluso, Frenético (Frantic, 1988) Esta fabuloso, fantástico y emocionante filme no deja a nadie indiferente, conjuga magistralmente, sin apenas trampas visuales ni artificios argumentales, todos los elementos audiovisuales a su disposición y consigue captar la atención del público desde el primer fotograma hasta el mismísimo último momento de la proyección. Y sin pestañear.
Igual que hiciera con Hugh Grant en Lunas de hiel (Bitter mono, 1992), Polanski arranca de Ewan McGregor -un actor prácticamente olvidado en términos interpretativos desde aquel mítico Trainspotting (1996, Danny Boyle)- una prodigiosa, verosímil, realista, fuerte e inteligente interpretación, que nos conduce por los vericuetos de la sospecha, la neurosis, el cinismo y la paranoia desde el momento en que es atracado en un taxi de camino a su casa tras haber conseguido el trabajo de su vida. Absolutamente todo el reparto de la película se manifiesta asombrosamente impecable, desde los calculados gestos, movimientos y posturas de Pierce Brosnan -indudable alter ego de Roman Polanski en la película-, hasta las contenidas y dosificadas intervenciones de Kim Cattrall, pasando por el descubrimiento de una impagable Olivia Williams y la deslumbrante (aunque breve)  aparición de ese pequeño gran actor, Eli Wallach. No sólo es que cada uno haga perfectamente su papel, es que además interactúan unos con otros con una naturalidad, con un realismo, con una veracidad tan asombrosa que ni siquiera parecen actores, parecen los auténticos personajes creados para representar su papel en la historia. El papel de una clase social, que ni es la burguesa ni es la aristocrática ni la nobleza, sino la clase política. 
Todos estos personajes (ya no actores), se mueven y desplazan por los espacios escogidos para la película con una naturalidad y una seguridad que nos alejan de la sensación de estar en unos cuidados decorados o en la maravillosa casa de diseño que alguien les ha prestado para hacer la película. Es indudable que la labor del diseñador de producción y del equipo de dirección artística y decorados es el segundo gran acierto de la película pues cada espacio interior y exterior, cada paisaje, los decorados, el hotel, el motel, las ubicaciones de las casas y su relación con la naturaleza que les rodea no sólo están escogidos con absoluta precisión, sino que además se funden con los demás elementos estéticos como la fotografía de Pawel Edelman -colaborador habitual desde El pianista (The pianista, 2002)- y esa fantástica banda sonora creada por Alexandre Desplat, para pasar totalmente desapercibidos, sirviendo magistralmente a la historia, como es, por otra parte, habitual en el cine de Polanski.
Otra seña de identidad habitual en el cineasta europeo -pocos cineastas como Polanski pueden mantener por derecho propio el apelativo "europeo" pues ha realizado películas polacas, francesas, inglesas, españolas, italianas, alemanas…- es el uso de un recurso habitual en su filmografía: la deixis, esa maravillosa capacidad para evocar  personajes, lugares o acontecimientos que no aparecen en el relato, aunque sí en la historia. Polanski había utilizado este recurso, por ejemplo, en La semilla del diablo con aquel maravilloso personaje que nunca aparece, más que por teléfono, Donald Baumgart, el actor que pierde la vista en favor de la carrera artística de Guy Woodhouse (John Cassavetes); o en El quimérico inquilino con la constante evocación que se realiza de la anterior inquilina del piso ocupado por Trelkovsky (magnífica interpretación del propio Roman Polanski); en Frenético, la evocación se hace del personaje que es encontrado muerto en la cocina de su apartamento, Dede Martin, responsable de poner en marcha el MacGuffin que acarreaba Michelle (Emmanuelle Seigner) desde los Estados Unidos en su maleta y que causa el equívoco por el que se desencadena toda la trama; en La muerte y la doncella (Death and the maiden, 1994) la deixis alude a las torturas y violaciones llevadas a cabo por el Dr. Miranda (Ben Kingsley) sobre la persona de Paulina Escobar (Sigourney Weaver) durante la dictadura de Chile. En El escritor esta evocación se centra, precisamente, en el predecesor del personaje de Ewan McGregor: el fantasma -si  tenemos en cuenta la expresión original del título de la película. Ese fantasma acechará constantemente la vida del nuevo escritor de la misma manera que la anterior inquilina de aquel apartamento de París acaba consumiendo a Trelkovsky hasta llevarle al suicidio, de la misma manera que Rebecca atemoriza a la segunda señora de Winter en la fantástica obra de Alfred Hitchcock, Rebecca (1940). Esta última cita no es casual, ya que al igual que pasaba en la cinta de Hitchcock, que en ningún momento se llegaba a pronunciar el nombre del personaje interpretado por Joan Fontaine, en el filme de Polanski el personaje interpretado por McGregor no tiene nombre, llegando a convertirse literalmente en el fantasma al que alude el título.

Es obligatorio resaltar ciertas secuencias y momentos de la película como el mismo comienzo de la película con la imagen de ese barco cuya proa se abre para escupir todo su interior menos un vehículo que permanece inmóvil; la secuencia de la entrevista en la que le contratan con las amenazantes voces de los americanos que acceden a su contratación que anticipa la manipulación;la sensación de aislamiento y soledad en la que se ubica la mansión que sirve como domicilio al político Adam Lang; la maravillosa ambientación del Fisherman's Cove Inn en el que se hospeda el protagonista y esa maravillosa caracterización de la recepcionista -la propia hija de Roman Polanski, Morgane Polanski-; cada una de las veces que se recurre al manuscrito original del anterior escritor y todo el protocolo que obliga a la imposición de no sacarlo de la habitación tras abrir un cajón con una tarjeta magnética para sacar una caja que acoge en su interior el codiciado manuscrito y un inquietante pen drive -¿como se hace para conseguir retratar un objeto inanimado y casi cotidiano como una memoria USB y dotarle de tamaño halo de misterio?-; las inquietantes presencias de la  cocinera y el jardinero y todo lo que callan y ocultan tras sus rasgadas miradas; el momento en que el protagonista encuentra las zapatillas del anterior escritor debajo de la cama y su ropa en el armario y sus enseres y sus secretos; el momento en el que marca el número de teléfono encontrado entre la documentación de su predecesor, la espera, la voz al otro lado de la línea; cada vez que suena el teléfono y no lo coge; el plano en el que están todos viendo la televisión y se ven a sí mismos sorprendidos por un helicóptero, secuencia que esconde muchas claves del relato; el paseo en bicicleta; la bañera; el intenso trayecto que lleva al protagonista en el vehículo de su predecesor a través del último trayecto que realizara; la oculta y escondida ubicación del domicilio de Paul Emmett (Tom Wilkinson) que anticipa todo lo que esconde; la persecución por el ferry; el motel en el que se hospeda, la conversación telefónica con Robert Rycart (Robert Pugh) y la llegada de su secuaz; el juego del principio del libro -que no voy a desvelar-, que me hace recordar aquel fantástico anagrama que utilizara en La semilla del diablo para resolver una información similar; la penúltima secuencia y ese largo y maravilloso movimiento de cámara siguiendo ese mensaje escrito de mano en mano hasta llegar a su destinatario; y la maravillosa composición del último plano, con la acción fuera de campo y la mitad de la imagen de Adam Lang y la vida que sigue sin ningún tipo de alteración por los acontecimientos y la biografía del político se ha escrito sola y el fantasma que...

No me queda más que aludir al verdadero tema de la película, que no es otro que la sumisión (que no obediencia ni negociación) a la que los Estados Unidos de América someten al resto del mundo desde que terminara la Segunda Guerra Mundial. Una guerra de la que sacaran el partido suficiente como para convertirles en la mayor potencia mundial y que, por H o por B, sigue manipulando a la clase política actual en todo el mundo.