domingo, 22 de mayo de 2011

Año bisiesto


Título original: Año bisiesto
Año: 2011
País: México

Dirección: Michael Rowe
Guión: Lucia Carreras & Michael Rowe
Producción: Esther Campos & Luis Salinas
Fotografía: Juan Manuel Sepulveda
Montaje: Óscar Figueroa
Dirección artística: Alisarine Ducolomb 
Vestuario: Adolfo Cruz Mateo
Reparto: Monica del Carmen, Gustavo Sánchez Parra, Armando Hernández, Diego Chas, Ernesto González, Bertha Mendiola, José Juan Meraz, Nur Rubio, Jaime Sierra, Ireri Solís, Marco Zapata… 

sexo, psicología, dominación...

Nacido australiano, pero afincado en México durante los últimos dieciséis años de su vida, Michael Rowe consiguiera en el pasado Festival de Cannes la Cámara de Oro por Año bisiesto. Un filme sorprendente e impactante. Molesto e incómodo a la vez que intrigante y adictivo. Y tan obvio como sutil, pues a pesar de que lo muestra absolutamente todo, deja muchas cosas fuera de campo, abriendo múltiples probabilidades e interpretaciones de lo que ha ocurrido en el pasado, de lo que sucede en el presente y de lo que pasará después del mes de febrero de este año bisiesto.

Laura (Mónica del Carmen) es una mujer que vive sola por elección propia, pero que busca compañía de una manera compulsiva. Para satisfacer su deseo sexual, aparentemente, o para no sentirse sola, supuestamente. Todo está sujeto a interpretaciones, pero lo cierto es que Laura es una mujer decidida, que sabe lo que quiere y lo consigue… casi siempre.
Michael Rowe aborda su relato sin artificio alguno, crudo y con toda la dureza que aporta la historia que cuenta. Con sonido siempre diegético, con luz absolutamente naturalista, con una dirección artística completamente auténtica y con la misma desnudez estética con la que nos muestra a sus protagonistas, interpretados de una manera magnífica, excepcional, y en cuerpo y alma, sobre todo por parte de Mónica del Carmen, en su segunda película tras participar en Babel(2006, Alejandro González Iñárritu), pero también por Gustavo Sánchez Parra, a quien vimos hace casi un año en Rabia (2009, Sebastián Cordero) e hiciera su primera aparición cinematográfica también de la mano de Alejandro González Iñárritu, pero en Amores perros (2000).
A pesar de que la película muestra abundantes desnudos y parejas realizando el acto sexual, no estamos hablando, desde luego, ni de una película erótica, ni mucho menos morbosa. Los cuerpos de Laura, Arturo (Gustavo Sánchez Parra) y las demás piezas a las que da caza esta auténtica depredadora, acaban por peder toda identidad, siendo finalmente pedazos de carne. También el coito termina por convertirse en una actividad física similar a comer, hablar por teléfono, ver la tele o manejar el teclado de una computadora.
No importa que Michael Rowe no sea mexicano, su película no habla sobre los mexicanos. Tampoco importa que el sujeto sumiso de Año bisiesto sea la mujer, porque la película no habla sobre las mujeres. Ni siquiera está claro cual de los dos personajes es el verdugo y cual la víctima pues lo único que está claro es cual de los dos es el que manipula, siendo el otro un mero ejecutor de órdenes, un juguete en las manos de un ser difícil de catalogar.
En algunos momentos puede venir a la mente del espectador filmes como El último tango en París (Last Tango in Paris, 1972, Bernardo Bertolucci), El imperio de los sentidos (Ai no corrida, 1976, Nagisa Oshima), La balada de Narayama (Narayama-bushi kô, 1983, Shohei Imamura), Lunas de hiel (Bitter Moon, 1992, Roman Polanski) o, incluso, 9 semanas y media (Nine 1/2 Weeks, 1988, Adrian Lyne). Ja, una broma. El juego psicológico de Año bisiesto, resulta mucho más peligroso, alejándose de cualquiera de estas propuestas, que casi podrían considerarse juegos de aficionado que exploran la sexualidad, cuando aquí no hay juego ni exploración alguna, más que la que marca su protagonista, cuyo libro de cabecera es, irónicamente, El arte de amar, de Erich Fromm. Un dato que me siento incapaz de descifrar ¿es una broma del director o una aportación más sobre el personaje? Probablemente las dos cosas.
El visionado de la película puede ser doloroso, pero no desde luego a causa de alguna de las explícitas secuencias sexuales, sino por todo lo que se deja asomar, por lo que se intuye, por lo que se puede interpretar de la relación de dos personajes que van más allá del sadomasoquismo y la dominación.

Publicado originalmente en EXTRACINE

Sin identidad


Título original: Unknown
Año: 2011
País: Reino Unido, Alemania, Framcia, Canada, Japón y EE.UU.

Dirección: Jamue Collet-Serra
Guión: Oliver Butcher & Stephen cornwell, basado en una novela de Didier Van Cauwelaert
Producción: Leonard Goldberg, Andrew Rona & Joel Silver
Música: John Ottman & Alexander Rudd
Fotografía: Flavio Martínez Labiano
Montaje: Timothy Alverson
Diseño de producción: Richard Bridgland
Dirección artística: Stephen Dobric, Anja Müller, Andreas Olshausen & Cornelia Ott
Decorados: Berhard Henrich
Vestuario: Ruth Meyers
Reparto: Liam Neeson, Diane Kruger, January Jones, Aidan Quinn, Bruno Ganz, Frank Langella, Sebastian Koch, Olivier Schneider, Stipe Erceg, Mido Hamada, Clint Dyer, karl Markovics, Eva Löbau, Helen Wiebensohn, Merle Wiebensohn, Adnan Maral, Torsten Michaelis, Rainer Sellien, Petra Hartung, Michael Baral, Sanny Van Heteren, Ricardo Dürner, Marlon Putzke, Herbert Olschok, Karla Trippel, Petra Schmidt-Schaller, Annabelle Mandeng, Janina Flieger, Fritz Roth, Heike Hanold-Lynch, Mattias Weisenhöfer, Kida Khodr Ramadan, Peter becker, Vladimir Pavic, Oliver Stolz, Olivier Lange, Sebastian Stielke… 

palomitas de thermomix

Esperaba con interés el estreno de Unknown, la última película de Jaume Collet-Serra, cineasta de origen español pero que iniciara su carrera en el cine estadounidense con filmes como La huérfana (Orfan, 2009) o La casa de cera (House of Wax, 2005). Y aunque la película resulta exactamente aquello que promete, ese es también su principal defecto. Pues sí es un thriller de género que si bien utiliza con acierto los clichés establecidos, logra mantener la atención del espectador, remontando con un giro apropiado cada vez que se vuelve peligrosamente previsible, pero que no consigue en ningún momento salir, precisamente, del cliché.

Sus fuentes temáticas y visuales son excesivamente claras y obvias, habiendo demasiadas coincidencias con filmes de Roman Polanski y Alfred Hitchcock, como Frenético (Frantic, 1988, Roman Polanski), en la que también hay llegada a ciudad europea de una pareja en un taxi que van directos a su hotel, confusión de maleta, joven que ayuda al protagonista sin entrar en posibilidades amorosas dado que está casado y ama a su mujer, secuencia en el apartamento de ella con llegada de matones mientras él esta en la ducha, huída por los tejados de la ciudad o MacGuffin con bomba; lo que enlaza con otra de sus fuentes más obvias: El hombre que sabía demasiado (The Man Who Knew Too Much, 1956, Alfred Hithcock), de la que toman prestado el atentado contras una figura pública, aunque luego era otra cosa; así como ligeros apuntes de Con la muerte en los talones (North By Northwest, 1959, Alfred Hitchcock) o El escritor (The Writer, 2010, Roman Polanski), que no voy a comentar para no destripar la película, pero que acaban por convertirla en una especie de conglomerado de películas pasadas por la thermomix.

Lástima que se pase en el tiempo de cocción pues, como digo, la película está resuelta con eficacia, aunque quizás abusa demasiado de una esperada involucración por parte del espectador en la credibilidad de algunas secuencias que, si casi no pasan el primer visionado, dudo que en el segundo se resuelvan mejor. Lo que también resulta agridulce es la intención de no querer quedarse en el mero thriller aprovechando la inclusión de personajes con un pasado que les relaciona con los nazis, o con el hecho de que el altruista que se esconde detrás de todo el MacGuffin sea musulmán y los malos de la película —-lo expreso así con la intención de no desvelar detalles—- sean de raza caucásica y hasta rubios. Detalles inútiles pues no consiguen realmente despertar ningún tipo de debate posterior a la película más allá de si ha resultado más o menos entretenida, algo que no sucedía con ninguna de las películas de las que toma elementos “prestados”.

No sería justo que toda la responsabilidad sobre el bajo rendimiento de Unknown reciaga en Jaume Collet-Serra, sino que también tendríamos que pedir cuentas a unos inexpertos guionistas como Oliver Butcher y Stephen Cornwell, responsables de tensar en exceso las situaciones. Eso sí, se agradece un interesante reparto, que incluye presencias como las de Diane Kruger, Aidan Quinn, Frank Langella y Bruno Ganz —-en lo que parece una cita a El cielo sobre Berlín (Der Himmel uber Berlin, 1987, Wim Wenders) si tenemos en cuenta que además coinciden algunos de los motivos visuales de la mítica película de Wim Wenders—-, que secundan estupendamente a Liam Neeson, logrando que, a pesar de todos los peros expresados, se pueda completar el visitando de la película con cierta expectación, y todo a pesar de que se tenga la impresión de haber visto un filme que, igual que su protagonista, carece de total y absoluta indemnidad.

Publicado originalmente en EXTRACINE

Midnight in Paris (Medianoche en París)


Título original: Midnight in Paris
Año: 2011
País: España & EE.UU.

Dirección: Woody Allen
Guión: Woody Allen 
Producción: Letty Aronson, Jaume Roures & Stephen Tenenbaum
Fotografía: Darius Khodji
Diseño de producción: Anne Seibel
Dirección artística: Anne Seibel 
Decorados: Hélène Dubreuil 
Vestuario: Sonia Grande
Reparto: Tom Hiddleston, Rachel McAdams, Marion Cotillard, Michael Sheen, Owen Wilson, Adrien Brody, Alison Pill, Kathy Bates, Léa Seydoux, Corey Stoll, Kurt Fuller, Carla Bruni, Gad Elmaleh, Mimi Kennedy, Nina Arianda, David Lowe, Daniel Lundh, Lil Mirkk, Guillaume Gouix, Michel Vuillermoz, Marcial Di Fonzo Bo, Adrien de Van, Thierry Hancisse, Kenneth Edelson, Serge Bagdassarian, Tom Cordier… 

arte, amor y filosofía

Encantadora, deliciosa y gratamente vital y optimista resulta la última película de Woody Allen, Midnight in Paris, estrenada en España al día siguiente de su presentación en Cannes debido a que se trata de una coproducción española, la última del acuerdo que tenía Mediapro y que se ha materializado en Vicky Cristina Barcelona (2008), Conocerás al hombre de tus sueños (You Will Meet A Tall Dark Stranger, 2010) y este gratificante homenaje a la ciudad de la luz.

Uno de los primeros aciertos de la película es que, en una obertura similar a la que hiciera con New York en Manhattan (1979) y al contrario de lo que sucediera en Vicky Cristina Barcelona en la que desperdigara a lo largo de toda la película sus lugares favoritos de la ciudad en condal, en Midnight in Paris concentra todos sus lugares favoritos de París en los primeros minutos de la película, para entrar a continuación de lleno en el conflicto de la historia: un guionista con aspiraciones a escritor que no se encuentra a gusto ni con su ciudad, ni con su pareja, ni con su época, ni con su vida.

En cierta medida podemos considerar Midnight in Paris como la cara opuesta de La rosa púrpura de El Cairo (The Purple Rose of Cairo, 1985). Si en esta, Cecilia (Mia Farrow), viviera en un época de crisis en la que recurriera al cine para evadirse, en la película que nos ocupa Gil (Owen Wilson) vive una nueva época de recesión económica, siendo los artistas que vivieran el parís de los años veinte y aquella revolución cultural que eclosionó en varios movimientos de vanguardia, la evasión que necesita para enfrentarse a su presente. Si en su película de 1985, fueran el personaje de ficción el que transgrediera la pantalla para convertirse en un personaje de carne y hueso, en la de 2011 es el personaje protagonista el que viaja en coche, literalmente, al pasado para encontrarse con sus mitos y héroes.

Pero cuando The Purple Rose of Cairo era una película triste, realista y pesimista, Midnight in Paris resulta una película vital, romántica y optimista —-tal y como eran las películas que Cecilia veía en su película—- en la que la vuelta al pasado no soluciona los problemas que uno pueda tener, pues viajan con él. Asimismo, igual que Gil siente nostalgia por los años veinte, una época que no ha vivido pero mitifica, su musa siente nostalgia por una época anterior, renegando de ese presente que fascina a Gil, siendo la conclusión del filme tan realista como lo fuera la del The Purple Rose of Cairo, pero que en lugar de dejarte una sensación de derrota, te transmite unas ardientes ganas de vivir.

Si Gil mitifica a los grandes artistas que admira, Woody Allen hace una representación de ellos que está igualmente mitificada, exagerada, mostrando de ellos el arquetipo, el cliché, pero logrando algunos de los momentos más deliciosas y delirantes de la película en la que quizás destaquen Alison Pill —-que recordarán de filmes como Scott contra el mundo (Scott Pilgrim vs. the World,  2010, Edgar Wright) o Mi nombre es Harvey Milk (Harvey Milk, 2008, Gus Van Sant)—-que encarna a Zelda, la esposa de F. Scott Fitzgerald, y un sorprendente Adrien Brody haciendo de Salvador Dalí. Impagable el chiste que sobre El ángel exterminador (1962, Luis Buñuel) protagoniza Gil con Luis Buñuel. Bueno, y lo del detective…

Con lo que respecta al reparto contemporáneo, Owen Wilson está perfecto en su representación de guionista de Hollywood que trabaja única y exclusivamente por dinero, realizando un crítica indirecta, pero al cuello, al cine comercial estadounidense, así como a un amplio sector de su país de origen, esa clase social que se identifica con el pensamiento republicano tan llena de prejuicios, y para la que lo único bueno del mundo es aquello que nace, crece y muere en los Estados Unidos de América y que interpreta insoportablemente bien Rachel McAdams. Asimismo, el atractivo sex-appeal francés está perfectamente bien representado por una eficiente y sencilla Carla Bruni, pero, sobre todo, por Marion Cotillard en el pasado y por Léa Seydoux en el presente, que cautivan desde el primer instante que aparecen.

Probablemente, para aquellos que se empeñan en comparar cada nueva película de Woody Allen con Match Point (2005) —-porque quizás la memoria no les da para más—-, pues está claro que Midnight in Paris sería entonces una de esas “consideradas”, películas menores de Woody Allen, pero la verdad es que es tan refrescante y gratificante, que ojalá todas las películas menores de otros cineastas fueran así. Asimismo, se desprende de Midnight in Paris que Woody Allen está completamente enamorado: de Soon Yi, de la vida, del cine, del arte y del mundo, por eso estamos en esta etapa en la que además de estar de vacaciones de su país, nos está descubriendo los lugares más encantadores del mundo, de nuestra época y de nosotros mismos. Para mis próximas vacaciones me voy a París. Y espero que llueva.

Publicado originalmente en EXTRACINE

lunes, 16 de mayo de 2011

El inocente


Título original: The Lincoln Lawyer
Año: 2011
País: EE.UU.

Dirección: Brad Furman
Guión: John Romano, basado en una novela de Michael Connelly 
Producción: Sidney Kimmel, Gary Lucchesi, Tom Rosenberg, Scott Steindorff & Richard S. Wright
Fotografía: Lukas Ettlin
Música: Cliff Martinez 
Montaje: Jeff McEvoy
Diseño de producción: Charisse Cardenas
Decorados: Nancy Nye 
Vestuario: Erin Benach
Reparto: Matthew McConaughey, Marisa Tomei, Ryan Phillippe, William H. Macy, Josh Lucas, John Leguizamo, Michael Peña, Bob Gunton, Frances Fisher, Bryan Cranston, Trace Adkins, Laurence Mason, Margarita Levieva, Pell James, Shea Whigham, Katherine Moenning, Michael Paré, Michaela Conlin, Mackenzie Aladjem, Reggie Baker, Javier Grajeda, David Castro, Conor O'Farrell, Charles Hirsch, Roland Feliciano, Jeff Cole, Andrew Staes, Donnie Smith, Erin Carufel, Sam Upton, Matthew Moreno, L. Emille Thomas, Kate Mulligan, Edwin Dunn, Eric Huus, Rick Filkins, Melanie Molnar, Stephanie Mace, Yari De Leon, Christian George, Randy Mulkey, Scott Wood, Earl Carroll, Melanie Benz, Eric Etebari, Sharyn Bamber… 

ética tergiversada

A pesar de que realmente considero The Lincoln Lawyer como una película bastante entretenida y hasta interesante, lo cierto es que los dilemas morales que plantea son resueltos de una manera harto superficial, sirviendo más que para abrir el debate en torno a las cuestiones que plantea, para dirigir el foco sobre su oportunista protagonista, un individuo de una moralidad soterrada (y olvidada), que se mueve única y exclusivamente por dinero.

Y el dinero no debe ser la motivación de Matthew McConaughey que parece estar empeñado en hacer, exclusivamente, un cine con el que se siente identificado políticamente. Quizás por eso un servidor no sea un gran seguidor de la carrera de un actor que en sus inicios fuera comparado con Paul Newman —--que gracia me hace y que fuerte me parece. Lo que no quita que pueda afirmar que su interpretación en The Lincoln Lawyer esté a la altura de la siempre fascinante Marisa Tomei. Lástima que en esta película, debido a la ideología tradicional que representa y defiende, no haya sitio para la mujer trabajadora. Sí, algunos me dirán que participan mujeres y que trabajan. Claro, pero no intervienen en la trama de la película y lo único que les vemos hacer es ocuparse realmente de la casa, de la familia y de las cosas sin importancia.

No sé hasta que punto las reminiscencias a Tiempo de matar (A Time to Kill, 1996, Joel Schumacher) se deben a que ambas películas están protagonizadas por abogados interpretados por McConaughey, o que su última película está basada en una novela de Michael Connelly —-de quien también se llevara al cine otra de sus novelas en Deuda de sangre (Blood Work, 2002), dirigida por Clint Eastwood—-, estando la película dirigida por Joel Schummacher basada en una novela de un escritor tan republicano como John Grisham, lo cual ya puede colocarnos en la posición ética en la que se ubica la película.

Y es que a pesar de las ganas de presentar a su personaje ubicado en un ambiente contemporáneo en el que tiene un chofer de color, es capaz de tratar negocios con moteros, o de trabajar con hispanos y homosexuales, lo cierto es que, nos encontramos con una visión bastante estereotipada de una realidad en la que no veremos a ningún otro individuo de color ni como colega ni como policía, ni como nada que no sea equivalente a una posición social superior; los moteros son, “evidentemente”, delincuentes que se dedican al tráfico de estupefacientes, por muy enrollados que sean; y aunque trabaje con un hispano, si llega el caso y le acusan de algún delito, debe ser porque algo habrá hecho, como le pasara a aquel que defendió una vez y, aún siendo inocente, no hizo nada por defender su causa porque no le creyó; o, por supuesto, su investigador será homosexual, pero como él nunca le preguntó sobre el tema, él no sabe nada al respecto o lo que es lo mismo: no le importan ni las personas ni lo que hacen, sólo el provecho que pueda sacar de ellas.

También las acciones y giros de la película resultan previsibles, pero a pesar de lo dicho y de que la dirección de Brad Furman es plana y carente de cualquier estilo y estética, lo cierto es que el conjunto de la película se deja ver con agrado, y hasta con un cierto suspense. Eso sí, una intriga que no dista mucho de ser como una TV-Movie de gran presupuesto, herencia probablemente de que el guionista de The Lincoln Lawyer, John Romano, tiene a sus espaldas un amplio bagaje televisivo que se remonta desde series como Canciçon triste de Hill Street (Hill Street Blues, 1981-1987) o La ley de Los Angeles (L.A. Law, 1986-1994), hasta otras más recientes como Dulce justicia (Sweet Justice, 1994-1995), Michael Hayes (1997-1998) o Turno de guardia (Third Watch, 1999-2005), cuyos resortes argumentales no puede evitar de afloren en todo momento.

Y qué decir de la premisa ética y moral de la película, que tanto parece preocupar al protagonista, pero no porque sea lo que él piensa, sino porque fue lo que le dijera su padre, o sea, una ética basada en la culpabilidad y el remordimiento. Un personaje que no asume sus acciones, o le importan un bledo, pues cuando llega el momento de justificar sus tretas para liberar de la cárcel a delincuentes de los que sabe a ciencia cierta que lo son, se justifica como que la culpa no es suya, sino del sistema. Nadie va a negar a estas alturas que el sistema no es perfecto, pero lo que está claro es que Mick Haller (Matthew McConaughey) es todo un oportunista sin conciencia, que no tiene ningún escrúpulo en sacar el mayor beneficio que pueda, e incluso a tomarse la justicia por su mano.

Publicado originalmente en EXTRACINE