Título original: The Lincoln Lawyer
Año: 2011
País: EE.UU.
Dirección: Brad Furman
Guión: John Romano, basado en una novela de Michael Connelly
Producción: Sidney Kimmel, Gary Lucchesi, Tom Rosenberg, Scott Steindorff & Richard S. Wright
Fotografía: Lukas Ettlin
Música: Cliff Martinez
Montaje: Jeff McEvoy
Diseño de producción: Charisse Cardenas
Decorados: Nancy Nye
Vestuario: Erin Benach
Reparto: Matthew McConaughey, Marisa Tomei, Ryan Phillippe, William H. Macy, Josh Lucas, John Leguizamo, Michael Peña, Bob Gunton, Frances Fisher, Bryan Cranston, Trace Adkins, Laurence Mason, Margarita Levieva, Pell James, Shea Whigham, Katherine Moenning, Michael Paré, Michaela Conlin, Mackenzie Aladjem, Reggie Baker, Javier Grajeda, David Castro, Conor O'Farrell, Charles Hirsch, Roland Feliciano, Jeff Cole, Andrew Staes, Donnie Smith, Erin Carufel, Sam Upton, Matthew Moreno, L. Emille Thomas, Kate Mulligan, Edwin Dunn, Eric Huus, Rick Filkins, Melanie Molnar, Stephanie Mace, Yari De Leon, Christian George, Randy Mulkey, Scott Wood, Earl Carroll, Melanie Benz, Eric Etebari, Sharyn Bamber…
ética tergiversada
A pesar de que realmente considero The Lincoln Lawyer como una película bastante entretenida y hasta interesante, lo cierto es que los dilemas morales que plantea son resueltos de una manera harto superficial, sirviendo más que para abrir el debate en torno a las cuestiones que plantea, para dirigir el foco sobre su oportunista protagonista, un individuo de una moralidad soterrada (y olvidada), que se mueve única y exclusivamente por dinero.
Y el dinero no debe ser la motivación de Matthew McConaughey que parece estar empeñado en hacer, exclusivamente, un cine con el que se siente identificado políticamente. Quizás por eso un servidor no sea un gran seguidor de la carrera de un actor que en sus inicios fuera comparado con Paul Newman —--que gracia me hace y que fuerte me parece. Lo que no quita que pueda afirmar que su interpretación en The Lincoln Lawyer esté a la altura de la siempre fascinante Marisa Tomei. Lástima que en esta película, debido a la ideología tradicional que representa y defiende, no haya sitio para la mujer trabajadora. Sí, algunos me dirán que participan mujeres y que trabajan. Claro, pero no intervienen en la trama de la película y lo único que les vemos hacer es ocuparse realmente de la casa, de la familia y de las cosas sin importancia.
No sé hasta que punto las reminiscencias a Tiempo de matar (A Time to Kill, 1996, Joel Schumacher) se deben a que ambas películas están protagonizadas por abogados interpretados por McConaughey, o que su última película está basada en una novela de Michael Connelly —-de quien también se llevara al cine otra de sus novelas en Deuda de sangre (Blood Work, 2002), dirigida por Clint Eastwood—-, estando la película dirigida por Joel Schummacher basada en una novela de un escritor tan republicano como John Grisham, lo cual ya puede colocarnos en la posición ética en la que se ubica la película.
Y es que a pesar de las ganas de presentar a su personaje ubicado en un ambiente contemporáneo en el que tiene un chofer de color, es capaz de tratar negocios con moteros, o de trabajar con hispanos y homosexuales, lo cierto es que, nos encontramos con una visión bastante estereotipada de una realidad en la que no veremos a ningún otro individuo de color ni como colega ni como policía, ni como nada que no sea equivalente a una posición social superior; los moteros son, “evidentemente”, delincuentes que se dedican al tráfico de estupefacientes, por muy enrollados que sean; y aunque trabaje con un hispano, si llega el caso y le acusan de algún delito, debe ser porque algo habrá hecho, como le pasara a aquel que defendió una vez y, aún siendo inocente, no hizo nada por defender su causa porque no le creyó; o, por supuesto, su investigador será homosexual, pero como él nunca le preguntó sobre el tema, él no sabe nada al respecto o lo que es lo mismo: no le importan ni las personas ni lo que hacen, sólo el provecho que pueda sacar de ellas.
También las acciones y giros de la película resultan previsibles, pero a pesar de lo dicho y de que la dirección de Brad Furman es plana y carente de cualquier estilo y estética, lo cierto es que el conjunto de la película se deja ver con agrado, y hasta con un cierto suspense. Eso sí, una intriga que no dista mucho de ser como una TV-Movie de gran presupuesto, herencia probablemente de que el guionista de The Lincoln Lawyer, John Romano, tiene a sus espaldas un amplio bagaje televisivo que se remonta desde series como Canciçon triste de Hill Street (Hill Street Blues, 1981-1987) o La ley de Los Angeles (L.A. Law, 1986-1994), hasta otras más recientes como Dulce justicia (Sweet Justice, 1994-1995), Michael Hayes (1997-1998) o Turno de guardia (Third Watch, 1999-2005), cuyos resortes argumentales no puede evitar de afloren en todo momento.
Y qué decir de la premisa ética y moral de la película, que tanto parece preocupar al protagonista, pero no porque sea lo que él piensa, sino porque fue lo que le dijera su padre, o sea, una ética basada en la culpabilidad y el remordimiento. Un personaje que no asume sus acciones, o le importan un bledo, pues cuando llega el momento de justificar sus tretas para liberar de la cárcel a delincuentes de los que sabe a ciencia cierta que lo son, se justifica como que la culpa no es suya, sino del sistema. Nadie va a negar a estas alturas que el sistema no es perfecto, pero lo que está claro es que Mick Haller (Matthew McConaughey) es todo un oportunista sin conciencia, que no tiene ningún escrúpulo en sacar el mayor beneficio que pueda, e incluso a tomarse la justicia por su mano.
Publicado originalmente en EXTRACINE
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