Título original: My Week with Marilyn
Año: 2011
País: Reino Unido & EE.UU.
Dirección: Simon Curtis
Guión: Adrian Hodges , basado en dos novelas de Colin Clark
Producción: David Parfitt & Harvey Weinstein
Fotografía: Ben Smithard
Música: Contad Pope
Montaje: Adam Recht
Diseño de producción: Donal Woods
Dirección artística: Charmian Adams
Decorados: Judy Farr
Vestuario: Jill Taylor
Reparto: Michelle Williams, Eddie Redmayne, Julia Ormond, Kenneth Branagh, Pip Torrens, Emma Watson, Geraldine Somerville, Michael Kitchen, Miranda Raison, Karl Moffatt, Simon Russell Beale, Toby Jones, Robert Portal, Philip Jackson, Jim Carter, Victor McGuire, Dougray Scott, Richard Attlee, Michael Hobbs, Brooks Livermore, Rod O'Grady, Dominic Cooper, Richard Clifford, Judi Dench, Zoë Wanamaker, Gerard Horan, Alex Lowe, Georgie Glen, Richard Shelton, Peter Wight, Paul Herzberg, James Clay, Des McAleer, Derek Jacobi, Jem Wall, Ben Sando, Josh Morris, David Rintoul, Penny Ryder, Sean Vanderwily, Adam Perry…
deliciosa como una fruta jugosa
Después de haber protagonizado filmes míticos, como Cumbres borrascosas (Wuthering Heights, 1939, William Wyler) o Rebecca (1940, Alfred Hitchcock), y de haber dirigido tres de las que fueran aclamadas entre las mayores adaptaciones de William Shakespeare, como Enrique V (The Chronicle History of King Henry the Fifth with His Cattell Fought at Agincourt in France, 1944), Hamlet (1948) o Richard III (1955), todas ellas películas por las que conseguiría nominación al Oscar llevándoselo por su interpretación la del príncipe de Dinamarca, Laurence Olivier pretendía cambiar de registro abordando una sencilla comedia romántica con la que pretendía hacer reír al público después de haberle emocionado tantas veces. Y el público rió, sí, pero no gracias a él, sino a la fabulosa interpretación de Marilyn Monroe que en 1956 ya era una auténtico mito cinematográfico tras un breve recorrido por filmes como La jungla de asfalto (The asphalt jungle, 1950, John Huston), Eva al desnudo (All about Eve, 1950, Joseph L. Mankiewicz), Luces de candilejas (Monkey Business, 1954, Walter Lang), Niagara (1953, Henry Hathaway), Los caballeros las prefieren rubias (Gentlemen Prefer Blondes, 1953, Howard Hawks), Cómo casarse con un millonario (How to Marry a Millionaire, 1953, Jean Negulesco), La tentación vive arriba (The Seven Year Itch, 1955, Billy Wilder o Bus Stop (1956, Joshua Logan).
El príncipe y la corista (The Prince and the Showgirl, 1957) se convertía sin pretenderlo en la representación de un duelo: el de dos maneras de entender el arte dramático. Una hacia fuera y otra hacia dentro. La primera representada por Laurence Olivier, en la que el actor se limita a mentir para parecer lo que su personaje debería ser, y la segunda por Marilyn Monroe, en la que la actriz busca en su interior la verdad del personaje que quiere ser. Quizás por eso Laurence Olivier tan sólo consigue componer un personaje que consigue caer realmente mal, mientras que Marilyn Monroe logra una interpretación fresca, espontánea y rabiosamente deliciosa que consigue acaparar toda la atención de la película. Aparte del encanto natural del que no babe ninguna duda era poseedora la actriz estadounidense, y del apropiado asesoramiento que recibía de Paula Strasberg -esposa de Lee Strasberg, por aquel entonces director del Actor’s Studio, que le asesoraría en otras dos de sus grandes interpretaciones como Con faldas y a lo loco (Some Like it Hot, 1959, Billy Wilder) y Vidas rebeldes (The Misfits, 1961, John Huston)-, quizás Colin Clark, tercer ayudante de dirección de Laurence Olivier, tuviera parte de responsabilidad en la creación de ese personaje.
Si por un lado podríamos encuadrar la película dentro del un concreto grupo de filmes metacinematográficos que desvelan la artificialidad que se esconde detrás de un complicado rodaje de cine, también profundiza de una manera sencilla en la verdad que se escondía detrás de Marilyn Monroe, un personaje aparentemente ingenuo detrás del que había una compleja, pero frágil mujer. Y ahí es donde reside la espectacular fuerza del relato, que yace en la adaptación que Adrian Hodges realiza de las dos novelas autobiográficas de Colin Clark, en la que está basado el guión. Una, The Prince, the Showgirl and Me, sobre el rodaje de la película de Laurence Olivier, y la otra, My Week with Marilyn, sobre su relación personal con Marilyn Monroe.
Después está la eficacia del director de la cinta, Simon Curtis, que retrata con rigor, sobriedad y elegancia la reconstrucción de decorados, época, pero cuya fuerza radica en unos personajes que consiguen arrebatar y conquistar al espectador. La virtud de Kenneth Branagh es conseguir una representación de Laurence Olivier tan antipática como su personaje cae en The Prince and the Showgirl. Judi Dench no puede evitar, como es habitual, estar espectacular. Zoë Wanamaker está estupenda como Paula Strasberg. Julia Ormond resulta brillante como Vivien Leigh. Emma Watson se muestra encantadora como Lucy, la ayudante de vestuario que recibe las atenciones del joven Clark. No me olvido de las breves pero eficaces aportaciones de Toby Jones y Derek Jacobi.
Pero nada sería posible sin la portentosa aportación de Eddie Redmayne, que está absolutamente espléndido en su caracterización de Colin Clark, y la interpretación de Michelle Williams que está completamente arrebatadora y deliciosa en su recreación de Marilyn Monroe. Un personaje lleno de contrastes y contradicciones que Simon Curtis tiene la capacidad de sintetizar también en imágenes, como aquella en la que vemos un bote de barbitúricos al lado de un ejemplar de Ulysses de James Joyce, o en momentos tan sabrosos como cuando se evidencia que Norma Jean se limita a interpretar a Marilyn Monroe, también fuera de la pantalla.
Shall I play her?/¿Hago de ella?
Lo más interesante es que no se trata de una imitación, sino de una auténtica reinterpretación del personaje en el que Michelle Williams no se limita a repetir los gestos de la actriz, sino que hace una fantástica recreación de lo que pudo ser la tormenta emocional que suponía para Marilyn enfrentarse a un rodaje en tierra extraña, con personas lejos de ser amigas, y que no acababan de entender su forma de actuación, además de tener que sobrellevar sus propios fracasos personales con su tercer matrimonio. Quizás por eso My Week with Marilyn sea una película tan emocional como lo era la propia Marilyn Monroe.
Las películas que hablan de cine dentro del cine no suelen llegar al espectador que no conoce en profundidad los mecanismos por los que se consigue hacer parecer real algo falso. Tampoco estoy completamente seguro de que el espectador que no conozca la vida y obra de Marilyn Monroe pueda quedar tan seducido como un servidor. Pero lo que me parece asombroso es la manera en la que se complementa una línea argumental con la otra, pues igual que la actriz buscaba en su interior la verdad de sus personajes, pareciera que estos acababan mostrando la persona a través del cine. Tan sólo espero que si el espectador no puede sentirse identificado con una persona que no pudo encontrar un equilibrio entre lo que era y lo que representaba, pueda al menos encontrar la fuerza de la historia en la sinceridad con la que Colin Clark transmite su fascinación por un icono que, si ha seducido a varias generaciones, debería volver a ser descubierto para seducir a esta.
Una película que casi se saborea de la misma manera que una macedonia de frutas. Ácida como una fresa o una manzana a veces, pero dulce, jugosa y sabrosa como un trozo de piña o melocotón en otras ocasiones. Y esa y no otra es precisamente la sensación que disfruté con My Week with Marilyn, que me sedujo, me emocionó y me divirtió a partes iguales.
Publicado originalmente en EXTRACINE
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