Título original: The good heart
Año: 2009
Nacionalidad: Islandia, Dinamarca, Francia, Alemania & EE. UU.
Dirección: Dagur Kári
Guión: Dagur Kári
Producción: Skuli Fr. Malmquist & Thor Sigurjonsson
Fotografía: Rasmus Videbaek
Música: Orri Jonsson & Dagur Kári
Montaje: Andri Steinn
Dirección Artítica: Matthew Munn & Linda Stedansdottir
Decorados: Ana Katharina Dreschsler
Vestuario: Helga Rós Hennam
Reparto: Paul Dano, Brian Cox, Stephanie Szostak, Damian Young, Clark Middleton, Isild Le Besco, Edmund Lyndeck, Susan Blommaert, Bill Buell, Nicolas Bro, Michael J. Burg, Naeem Uzimann, Daniel Raymont, Stephen Henderson, Andr´De Shields, Aristedes Philip DuVal, Henry Yuk, Steve Axelrod, Elissa Middleton, Ed Wheeler, Adam S. Philips, Sonnie Brown, Darren Foreman, Halfdan Pedersen, Catherina Ren Knerr, Michael Pollock, Robert Nelson, Leifur Magnusson, Eric Milano, Bodi…
la curación de los males de la mente a través de los del cuerpo
Previo al estreno de Noche y día (Knight and Day, 2010, James Mangold) y esperando también el de The Extra Man (2010, Shari Springer Berman & Robert Pulcini), podemos calentar motores con otra interpretación de Paul Dano en The Good Heart, además de disfrutar de la profesionalidad y buen hacer del escocés Brian Cox.
A causa de un ataque al corazón, Jacques (Brian Cox) termina una noche en una habitación de hospital al lado de Lucas (Paul Dano), quien se recupera tras haber intentado suicidarse, esa misma noche. Esta conexión en el tiempo y el espacio acabará teniendo un significado más allá de lo esotérico, sobre todo para Jacques, solitario, huraño, arisco y antipático propietario de un bar, que se empeña en llevarse a Lucas a su casa, no para que se recupere, sino porque tiene un plan trazado: desde ese momento va a ser su alumno y le va a enseñar todo lo que él sabe, o la menos todo lo que merece la pena ser aprendido. La relación entre ambos se complementa y consolida encajando poco a poco el uno con el otro. Hasta que aparece April (Isild Le Besco) y rompe, involuntariamente, este equilibrio.
A primera vista, The Good Heart no parece un historia mística, parece casi una historia de buddies atípicos, en la que todo guarda un doble sentido o un inesperado giro bajo el que aflora un misticismo del que su director, Dagur Kári, también guionista, no parece querer hacer su seña de identidad. La primera secuencia es una buena muestra de ello en la que parece que pudiera denostar las prácticas de relajación, siendo al final lo que más necesita el protagonista. El mismo título encierra un doble sentido dado puede referirse tanto al estado físico del deteriorado corazón de Jacques, como al emocional dado que se le ha endurecido con el tiempo y la soledad. Este doble significado de muchos acontecimientos nos conduce a un final en el que será Lucas quien acabe por dar más de lo que hubiera esperado —tal y como es su naturaleza—, invirtiendo los roles iniciales de profesor y alumno, padre e hijo, médico y paciente, establecidos a decisión voluntaria de Jacques —quien se convertirá en el verdadero alumno— y marcando el tema central de la historia, que pretende indicar que la vida transcurre por derroteros independientes a las decisiones de los individuos, resultando, a veces, más enriquecedoras y afortunadas las circunstancias casuales e inesperadas, el azar, que todo lo que se haga con premeditación.
La ironía está presente a lo largo de todo el relato, no sólo en la manera en la que Jacques se expresa: “día tras día me dejo la piel intentado conservar mi vida“, cuando hace todo lo contrario con su actitud pendenciera, siendo incapaz de dejar de fumar hasta cuando está en el hospital. Me llama particularmente la atención esa sentencia que hace cuando dice: “no estamos aquí para salvar a la gente, sino para destruirla“, cuando lo cierto es que él mismo necesita, inevitablemente, al otro, a Lucas, para proyectarse y realizarse como persona. En un retorcido giro irónico sí es cierto que podríamos decir que, en lo que respecta a sí mismo, Jacques dice la verdad, pues parece que todo aquello que él destruye le sirve para medrar como persona, reforzando nuevamente la idea de que necesita al otro para fortalecerse.
Ambos actores están excelentes en sus interpretaciones, si acaso sobresale Brian Cox, que consigue imprimir una especial ternura y sensibilidad a su lobo estepario. Contribuye a esta excelencia la construcción física de ambos personajes y las comparaciones que se establecen, por ejemplo, con sus animales de compañía, que contribuyen a extrapolar las características entre ambos, así, el perro que tiene Jacques, viene a decirnos que tiene una personalidad dependiente, que necesita que le cuiden y estar acompañado, y el gato de Lucas, que le presenta como una persona independiente y que es capaz de sobrevivir por sí mismo. Aunque la breve interpretación de Isild Le Besco transmite a la perfección lo que su personaje significa dentro de la historia, desmerece un tanto el tono general al estar retratado de una manera bastante más superficial que resume el universo femenino a poner manteles y flores en las mesas, velas por doquier, una encomiable capacidad para perdonar yéndose de compras y una natural tendencia al coqueteo con cualquier varón que se le cruce por delante.
No es la primera vez que cineastas europeos, que nada tienen que ver con Nueva York y lo que representa, ubiquen sus historias en la gran manzana o en los Estados Unidos —casi cualquiera de las películas de Isabel Coixet o Wim Wenders son un buen ejemplo. En el caso de Dagur Kári, islandés de origen, aprovecha muy bien la impersonalizad que esta ciudad ofrece, centrándose en su intimista historia y evitando darse una vuelta por Central Park, Rokefeller Center, el Empire State Bulding o cualquier otro característico lugar y edificio que nos distraiga sobre el discurso. Igual que no interesan a los protagonistas, no nos interesa a nosotros. Si acaso, sí resulta algo inverosímil el inusitado calor que médicos y enfermeros muestran por Lucas en el hospital. Una actitud propia de cualquiera de los cientos de series sobre hospitales que pueblan la parrilla de cualquier cadena de televisión, pero que no sucede en la vida real, ni siquiera en los hospitales de ciudades de provincia a no ser que conozcan a la familia del suicida. Hubiéramos tenido otra percepción si se nos hubiera mostrado algo que enterneciera a médicos y enfermeras como para tratarle así, pero no es el caso. Puede que la intención sea mostrar a Lucas como una persona cuyo candor atrae y conmueve a su alrededor, siendo esa la razón por la que Jacques le escoge para que sea su protegido, otra detalle que tampoco está bien esclarecido. De cualquier manera, como son situaciones que transcurren al principio del filme, a medida que nos sumergimos en la historia, nos olvidamos de ellas, centrándonos en los personajes. Lo que sí mantiene toda la película es una coherencia visual tras la que no se aprecia el origen de su autor y podríamos pensar, perfectamente, que estuviéramos viendo un filme independiente norteamericano en la línea de Jim Jarmusch.
En este caso la casualidad juega con el propio director facilitado una broma inesperada pues, desconociendo si hay algún motivo intencionado para escoger un animal como un pato, Estragón en la ficción, y el nombre de su cuidador como Lucas, el público hispano hablante puede interpretar esta elección como una alusión al pato Lucas —Daffy Duck en su idioma original. Impagable resulta, por lo menos al público español, el nombre del toro, Butragueño, en alusión al que fuera jugador del Real Madrid, cuyos atributos masculinos fueran expuestos, accidentalmente, en un partido de fútbol ante su imposibilidad de mantenerlos dentro del pantalón.
No hay comentarios:
Publicar un comentario