viernes, 16 de julio de 2010

El libro de Eli


Título original: The Book of Eli
Año: 2010
Nacionalidad: EE. UU.

Dirección: Allen Hughes & Albert Hughes aka The Hughes Brothers
Guión: Gary Whita
Producción: Broderick Johnson, Andrew A. Kosove, Joel Silver, David Valdes & Denzel Washington
Fotografía: Don Burgess
Música: Atticus Ross, Leopold Ross & Claudia Sarne
Montaje: Cindy Molto
Diseño de Producción: Gae S. Buckley
Dirección Artística: Christopher Burian-Mohr
Decorados: Patrick Cassidy
Vestuario: Sharen Davis
Reparto: Denzel Washington, Gary Oldman, Mila Kunis, Ray Stevenson, Jennifer Beals, Evan Jones, Joe Pingue, Frances de la Tour, Michael Gambon, Tom Waits, Chris Browning, Richard Cetrone, Lateef Crowder, Keith Davis, Don Tai, Thon Williams, Lora Cunningham, Scott Wilder, Heidi Pascoe, Jennifer Caputo, Eddie Perez, Spencer Sano, Karin Silvestri, Mike Gunther, John Koyama, Mike McCarty, Scott Morgan, Sala Baker, Arron Shiver, Justin Tade, Mike Seal, Richard A. Smith, Paul Crawford, Edward A. Duran, David Wald, David Wald, Jermaine Washington, Kofi Elam, Clay Donahue Fontenot, Al Goto, Brad Martin, Tim Rigby, Luis Berdonada, Robert Powell, Angelique Midthunder, Todd Schneider, Darrin Prescott, Laurence Chavez, Brian Lucero, David Midthunder…

el poder de la letra impresa

La última película protagonizada por Denzel Washington estrenada es España, El libro de Eli, pudiera parecer, a primera vista, otra película apocalíptica que mezcla existencialismo con religión, siendo más bien una reflexión sobre el poder que la letra impresa ejerce sobre el lector, una influencia mayor, incluso, que si las mismas palabras fueran sólo pronunciadas por una persona, sin existir el soporte literario.

En un mundo, el que vivimos pero un poco hacia adelante en el tiempo, devastado por una guerra que ha erradicado la civilización humana tal y como la conocemos ahora, Eli (Denzel Washington) viaja con tres cosas: un iPod, un libro y un destino. En su camino se encuentra con seres humanos convertidos en alimañas caníbales que extermina sin pudor y una comunidad regida por un líder autoritario, Carnegie (Gary Oldman) que se beneficia de una condición de superioridad con respecto a los demás: la cultura, o lo que sería lo mismo, sabe leer. Este individuo va en busca de un libro que, precisamente, es el mismo que porta con tanto cuidado Eli en su mochila. Un libro que parece tener el poder de hipnotizar a la gente.

Nos encontramos con una película de estructura inductiva, en la que encontraremos el objetivo de la historia que se nos está contando al final. A lo largo de este recorrido iremos conociendo personajes y situaciones que nos llevarán a plantearnos algunas cuestiones, dilemas e hipótesis sobre la sociedad tal y como la conocemos actualmente. El origen o motivo del porqué de la situación en la que se encuentra la especie humana no es importante, no es la causa lo que les interesa a sus autores sino el qué pasaría después, cómo se volvería a reconstruir la civilización no ya tal y como la conocemos, sino mejorada.

Antes de seguir, debo advertir que aunque pueda parecer que revelo muchas cosas de la trama, no desvelaré algunos de los giros, de los que incluso a mi mismo casi me pasan desapercibidos. Lo aviso porque, a pesar de que el filme pueda parecer un filme de acción, conteniendo elementos característicos del género, el ritmo general es más bien lento y pausado, probablemente porque sus directores, los hermanos Hughes, Allen y Albert, no quieren hacer sólo un filme entretenido, sino que te haga reflexionar, por ello obligan al espectador a bajar el ritmo y que pueda fijarse en detalles que pudieran pasarle desapercibidos con un ritmo más trepidante. Lo que no quiere decir que la película sea lenta, sino que transcurre a un ritmo más bajo que el cine de evasión contemporáneo.

La trama propone varias reflexiones, en primer lugar, y ya desde la primera secuencia, se confronta la crítica contra la sociedad capitalista contemporánea que practica la desaparición del individuo frente a la colectividad, lo bueno en la sociedad capitalista es lo que le gusta a la mayoría, ¿donde va Viecente? donde va la gente. El primer toque de atención a este modelo social viene representado en que Eli sobrevive en soledad, como individuo, frente a Carnegie, que necesita a la comunidad, a la que somete en su propio beneficio. En esta manipulación que Carnegie ejerce sobre su comunidad está condicionada porque él es el único que sabe leer y tiene acceso a las mínimas muestras culturales que puedan existir, sobra las que ha estructurado su autoridad. No es casual que la única persona que perciba la debilidad de Carnegie sea Claudia (Jennifer Beals), su pareja, que siendo ciega es capaz de entender que es un fraude.

La segunda reflexión sería la religiosa, pues, insisto, a pesar de que el libro que transporta Eli sea la Biblia, precisamente el que tanto desea Carnegie, ambos tienen su punto de vista respecto al mismo. Mientras Carnegie lo desea porque sabe que las palabras que contienen causan un efecto hipnotizador en la gente, que las conduce a seguir y agasajar a quien se erija en el lector y protector de esta obra literaria, sin cuestionarse realmente la posibilidad de que sean meras conjeturas, Eli, que lo lee todos los días siguiendo una tradición familiar, ha ido adquiriendo una fé que le otorga una fuerza que no implica que crea o no crea en Dios, sino que esa fuerza que parece tener el libro, la lleva él consigo y la asimilación de ese mensaje escrito es lo que le hace fuerte, no el contenido en sí mismo. La letra, la idea es la que da poder al individuo, no la religión.

La tercer reflexión llega al final, desde mi punto de vista es el auténtico mensaje de todo el filme y se produce cuando Eli llega a su meta, un lugar en el que se está recopilando la poca cultura que ha sobrevivido a la devastación. La alusión a la obra de Ray Bradbury, Fahrenheit 451, llevada a la pantalla por François Truffaut en 1966, con el mismo título, no sólo es clara, sino que se hace explícita en el momento en que Eli no sólo ha sido portador del libro, sino que lo aprende de memoria. Y el proceso de impresión de esas palabras memorizadas viene a resaltar una discusión actual, la de la palabra impresa frente a los archivos digitales, pues por mucho que la capacidad de almacenamiento de un disco duro sea ilimitada, es un formato intangible, inútil, inservible en el momento en que no se dan las condiciones sociales actuales. En un hipotético caso de ausencia de energía eléctrica, toda la información almacenada en un ordenador, se vuelve inservible, teniendo validez única y exclusivamente lo que está escrito o impreso, lo que se puede ver y tocar. Incluso sin la necesidad de cataclismos ni el fin del mundo, ¿a quien no le ha pasado tener información de un softdisk que ya no puede utilizar porque es un formato obsoleto? ¿No han tenido algún archivo en un formato que ya no puede recuperar debido a las actualizaciones de software que paulatinamente van condenando formatos antiguos?

Este mismo discurso podía apreciarse en la reciente El escritor (The Ghost Writer, 2010, Roman Polanski)  en el que al elegir entre una memoria USB y un tomo impreso de hojas, el escritor escoge el manuscrito, menos manejable y complicado de transportar, pero real, verdadero, tangible. Incluso el hecho de tener todo el libro impreso en papel se vuelve un elemento fundamental en la resolución del relato, pues siguiendo con el cursor la primera palabra de cada capítulo, le habría resultado mucho más complicado llegar a la solución del enigma, cosa que resuelve con eficacia y rapidez superponiendo las primeras hojas de cada capítulo. También la literatura recoge este axioma en la premiada novela de Augustín Fernández Mallo, Nocilla Dream, en la que dice:

"Dentro de 50 años lo único directamente legible será la carta."

Esta idea en contra de los formatos digitales, alcanza también los formatos musicales, aunque con una gran incoherencia, pues si bien aparece un gramófono en el que la tierna pareja de ancianos disfruta del delicioso Ring my bell en vinilo, resulta incomprensible que Eli, y después Solara (Mila Kunis), disfruten de un iPod. Una incoherencia que no se explica de ninguna manera, salvo la publicitaria, cayendo nuevamente en su propio pecado, pues estaría abusando de lo mismo que están criticando.

Aparte de este pequeño hecho, hay que reconocer que todo el aspecto visual de la película está particularmente cuidado, evitando tanto en el vestuario propuesto por Sharen Davis, como en el diseño de producción de Gae S. Buckley, ningún guiño a la estética contemporánea, más que alguna marca de los objetos que han perdurado —haremos la vista gorda por segunda vez. Una idea que viene a facilitar que el espectador se sumerja de lleno en la historia y que, a posteriori, la cinta envejezca con dignidad. Sobresale el espectacular tratamiento fotográfico de Don Burgess, colaborador habitual de Robert Zemeckis desde Forrest Gump (1994), y quien ya se había planteado anteriormente enfrentarse a un volumen de luz tan considerable en Náufrago (Cast Away, 2000). El uso especial del color, que más parece un blanco y negro desolador en unos tonos secos y áridos, nos alejan de un tiempo concreto, facilitando nuestra sumersión en la historia y olvidándonos de referencias lumínicas actuales, contribuyendo a la intención atemporal del vestuario y el diseño de producción.

Quizás sea la banda sonora, no la original sino las canciones incluidas en ella —otra vez el fatídico iPod—, el único elemento que fastidia esta idea de alejarnos de una determinada temporalidad, pues, salvo el tema pop mencionado, que constituye un contrapunto de humor apropiado en ese momento, el temas que escucha Eli en su iPod, How Can You Meand a Broken Heart, delata los gustos personales de sus autores y nos ubican en un género musical concreto y en nuestra realidad actual.

Sí existe otra referencia que nos sitúa en un lugar concreto, pero no un momento, es la que se produce al final de la cinta y que constituye un guiño al magnífico final de la primera versión de El planeta de los simios (Planet Of The Apes, 1968, Franklin J. Schaffner), ubicándonos en un espacio geográfico concreto, algo que, de todas maneras, ya se intuye en la melodía que tararea alguno de los personajes en un par de ocasiones, el tema principal que compusiera Ennio Morricone para Érase una vez en America (Once Upon A Time In America, 1984, Sergio Leone).

Del equipo de actores poco puedo decir más que todos están absolutamente convincentes en sus trabajos: Gary Oldman, que suele tender al histrionismo y la sobreactuación está perfectamente comedido en el papel de Carnegie, el malo, como suele ser habitual en su carrera; Jennifer Beals, siempre resulta una presencia atractiva y estimulante y ejecuta con sencillez su difícil y ambiguo personaje; pero destaca sobre todo el trabajo físico y corporal de Denzel Washington, por todo lo que no se dice de su personaje y a lo que debe llegar el espectador por la observación, la deducción o el giro final.

Publicado originalmente en EXTRACINE

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