Título original: The great Gatsby
Año: 2012
País: EEUU & Australia
Dirección: Baz Luhrmann
Guión: Baz Luhrmann & Craig Pearce
Producción: Lucy Fisher, Catherine Knapman, Baz Luhrmann, Catherina Martin & Douglas Wick
Fotografía: Simon Duggan
Música: Craig Armstrong
Montaje: Jason Ballantine, Jonathan Redmond & Matt Villa
Diseño de producción: Catherine Martin
Dirección artística: Damien Drew, Ian Gracie & Michael Turner
Vestuario: Wendy
Reparto: Amitbahh Bachchan, Steve Bisley, Richard Carter, Jason Clarke, Adelaide Clemens, Vince Colosimo, Max Cullen, Mal Day, Elizabeth Debicki, Lisa Adam, Leonardo DiCaprio, Joel Edgerton, Emmanuel Ekwenski, Eden Falk, Isla Fisher, Emily Foreman, Tiger Leacy Wyvill, Charlize Skinner, Garrett William Fountain, David Furlong, Daniel Gill, Iota, Price Johnson, Stephen James King, Goran D. Kleut, Kim Knuckey, Barrie Laws, Mark Lemon, John Maumau, Brendan Maclean, Frank Aldridge, Tobey Maguire, Callan McAuliffe, Ben McIvor, Hamish Michael, Brian Rooney, Kevin McGlotham, Nick Meenahan, Olga Miller, Heather Mitchell, Carey Mulligan, Gus Murray, Kate Mulvany, Barry Otto, John O'Connell, Corey Blake Owers, Tasman Palazzi, Brenton Prince, Bryan Probets, Milan Pulvermacher, Alfred Quinten, Ghadir Rajab, Jake Ryan, John Sheerin, Nicholas Simpson, Kasia Stelmach, Nick Tate, Jack Thompson, Kieran van Bunnik, Sylvana Vandertown, Gemma Ward, Matthew Whittet, Felix Williamson, Bill Young, Nancy Denis, Kahlia Greksa, Natasha Marconi, Jaclyn Seymour, Brinden Aspinall, Charles Bartley, Veronia Beattie, Kane Bonke, Kirby Burgess, Hery Byalikov, Thomas Egan, Danielle Evrat, Ryan Gonzalez, Lyndell Harradine, Sophie Rose Holloway, Michelle Hopper, James May, Zac McAliece, Lara Mulcahy, Mikaela Smith, Alex Stewart, Romina Villafranca, Mitchell Woodcock, Kaylie Yee, Tiana Canterbury, Morgan Choice, Eden Dessalegn, Elenoa Rokobaro, Lisa Viola, Betsy Effie Nkrumah, Thabang Baloyi…
plumas, petardas, perlas y mucha mierda envuelta en seda
La mayoría de las veces, si no tienes nada nuevo que aportar lo mejor es no decir nada. Pero está visto que Baz Luhrmann no puede tener la boca cerrada. Primero nos torturó con William Shakespeare, "renovando" Romeo y Julieta, después se empeñó destrozar una obra de Alejandro Dumas, La dama de las camelias, y tras una insípida (y siempre excesiva) reivindicación de su patria con Australia, decide maltratar otro clásico de la literatura, como The great Gatsby. Y no es que a un servidor le parezca que la novela de F. Scott Fitzgerald sea la quinta esencia de la literatura estadounidense, pero hay que ver qué mala suerta ha tenido en la mayoría de sus adaptaciones.
El caso es que, por un momento, da la impresión de que sí, de que Baz Lurhmann iba tanto a recuperar las apropiadísimas aportaciones que Truman Capote preparaba para la adaptación dirigida por Jack Clayton, que finalmente fueron rechazadas, como que también iba a aprovechar el contexto sociopolítico en que nos encontramos actualmente, producto de una sociedad tan despilfarradora como la que se muestra en la novela original, que tendría como consecuencia la Gran Depresión. Pero no. A pesar de habría sido acertado y oportuno, ni se muestra a Nick Carraway como un homosexual enamorado platónicamente de Gatsby, ni a Jordan Baker como una lesbiana cautivada por los encantos de Daisy Buchanan. Todavía peor, la edulcorada versión de Luhrmann se aleja incluso de otras cuestiones reflejadas en versiones anteriores, como la violencia doméstica, la maternidad dudosa o la sexualidad ambigua. Está claro que una versión original y transgresora era pedir demasiado, no estamos hablando de un cineasta que tenga la necesidad de expresarse artísticamente, sino de un artesano con ganas de llenarse los bolsillos tanto como Gatsby.
La película de Baz Luhrman tiene exactamente el mismo sentido que las disparatadas fiestas que organiza Jay Gatsby. Ninguno. En realidad las fiestas del mítico personaje sí lo tienen, sentido no, pero sí un propósito, pero la película de Luhrmann acaba perdiéndose entre lo que pretende y lo que cuestiona. Porque el cineasta australiano no muestra la ostentación y la superficialidad de los invitados a las fiestas como el síntoma de una sociedad decadente, que es lo que pretendía Fitzgerald, sino como las fiestas que a él mismo le encantaría organizar, el mundo al que le encantaría pertenecer. Contradicciones que están presentes en el relato cuando unas veces Gatsby evidencia que no le interesa nada la gente que acude a su casa cada fin de semana, mientras que después se vanagloriará de una mansión que llena de "gente interesante".
Lo único que realmente parece interesarle a Baz Luhrmann es la historia de amor entre Jay y Daisy. Una historia que no vemos, sino que nos cuentan. Porque The great Gatsby es una película perfectamente diseñada para un público que ni ha visto las versiones anteriores, ni ha leído el libro. Y mira que en Estados Unidos es lectura obligatoria en los institutos. Tanto para que nadie pueda malinterpretar ninguna ambigüedad, como para que tenga la posibilidad de perderse en una historia tan clara y obvia como esta, la voz de Nick Carraway, no sólo sirve para introducirnos en la historia, sino para explicarla con todo lujo de detalles. Lástima que ni siquiera él la entienda bien, porque lo que él cuenta no es, ni mucho menos lo que se muestra.
Personificada en Carey Mulligan, Daisy Buchanan no resulta tan insoportable como lo era en la forma de Mia Farrow, pero sí trasciende con mucha más claridad la superficialidad de su voluble carácter. Mientras que Robert Redford sí conseguía resultar fascinante como Jay Gatsby, Leonardo DiCaprio se empeña en saltar de un registro dramático al más puro slapstick -la secuencia del té en casa de Nick es para abandonar la sala- y rozar en ocasiones el melodrama de sobremesa o hasta el patetismo cuando el personaje dice que tiene 32 años, cuando resulta que aunque DiCaprio tenga 39, representa una persona de 45 (o más). Decir que la aportación de Tobey Maguire es justa, es casi demasiado. No puedo decir que sea mediocre, pero es que tampoco me comunica mucho. No entiendo cómo se hace para que un actor con el físico de Joel Edgerton salga tan feo y desagradable, aunque en ese sentido está muy en consonancia con Isla Fisher, que nos ofrece una Myrtle Wilson como una ordinaria insoportable cuyo mejor momento es sin duda cuando aterriza en el asfalto. Otro personaje totalmente desaprovechado es el de Jordan Baker, interpretada por una insulsa Elizabeth Debicki que sólo transmite unas ganas irrefrenables de abofetearle constantemente.
Desde mi punto de vista, el error es precisamente seguir al pie de la letra el libro (o el guión previo de Francis Ford Coppola). La lectura es una experiencia individual, uno establece el vínculo con Gatsby a través de Nick, con lo cual entendemos perfectamente su fascinación. Pero en la película, en esta y en las anteriores, aunque se comience y se termine con Nick, tan sólo sirve como un conductor, revelándose el propio Gatsby como el verdadero protagonista de la película. Encima, al no coincidir lo que cuenta Nick, con lo que uno está presenciando en la pantalla, la confusión es total. Si a esto sumamos la repetición de secuencias calcadas de la versión de Clayton, desde ese cartel del oculista hasta las cortinas en perpétuo movimiento o la secuencia de las camisas, el aburrimiento se intensifica. Ese intento de dotar de algo más de profundidad al relato, tratando de identificar a Nick Carraway con el propio escritor, no sólo no aporta nada, sino que evidencia la falta de originalidad y de interés de Baz Luhrmann, desenmascarado definitivamente como un auténtico moderno de pacotilla con una cierta capacidad para crear una ligera sintonía entre el ritmo de la música y sus patéticas imágenes vacías, llenas de petardas recalcitrantes en tacones de vértigo, cargadas de plumas, perlas y todo tipo de ornamentos brillantes que, con toda seguridad, servirán de influencia para drag-queens del mundo entero, que serán las que más y mejor provecho saquen de la película, como ya pasó con Moulin Rouge.
Por no poder, ni siquiera puedo decir aquello de que la fotografía es muy bonita. Porque tampoco es para tanto, ni el diseño de producción tampoco. Tan sólo el excesivo vestuario y la afortunada selección musical, hacen algo más amena la proyección, resultando parcialmente decepcionante que no se haya decidido en convertir la película en un musical à la Moulin Rouge. Eso si, no puedo más que lamentar el uso del maravilloso tema de John Adams, que Luca Guadagnino utilizara de manera espectacular en Io sono l'amore. Decir que utilizarla es una anacronía está un poco fuera de lugar, porque no es el único tema y sonido contemporáneo que se utiliza, pero es que resulta un absoluto desperdicio emocional, igual que absolutamente toda la película. Y si ya es una pérdida de tiempo en su versión normal, verla en 3D ya ni te cuento.
Publicado originalmente en EXTRACINE
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