Título original: Ayer no termina nunca
Año: 2013
País: España
Fecha de estreno: 10/02/13
Dirección: Isabel Coixet
Guión: Isabel Coixet
Producción: Adolfo Blanco, Isabe Coixet, Manuel Monzón, Arantxa Roca & Carla Sospedra
Fotografía: Jordi azategui
Música: Alfonso de Vilallonga
Montaje: Jordi Azategui
Dirección artística: Cristina Castells
Vestuario: Agnès Bonet
Reparto: Javier Cámara, Candela Peña…
el cine como forma de escrache
En los tiempo que corren parecía obligado tomar alguna postura con respecto a la crisis económica. Cineastas internacionales como Costa-Gavras, David Cronenberg, Andrew Dominik, Ken Loach o incluso Robert Redford ya habían dejado constancia de su preocupación al respecto, a los españoles les ha costado un poco más. Mientras Basilio Martín Patino se centraba exclusivamente en el movimiento 15M en Libre te quiero, Pedro Almodóvar se salía por peteneras con Los amantes pasajeros y todavía no sabemos lo que hará Isaki Lacuesta con Murieron por encima de sus posibilidades, que promete ser muy interesante. De momento Isabel Coixet, que ya había dado cuenta de su compromiso y su posición activista a través de los cortometrajes La insoportable levedad del carrito de la compra y Marea blanca y el documental, ganador de un Goya, Escuchando al juez Garzón, se enfrenta de lleno a la crisis y todo lo que sucede a su alrededor con Ayer no termina nunca. Una película hecha con cabeza, cuyos personajes hablan desde el estómago a través de un discurso te llega al corazón.
Es cierto que las películas dirigidas por Isabel Coixet tienen, a simple vista, esa ligereza y liviandad que emanan sus anuancios comerciales, pero todas ellas acaban siendo obras profundas y perfectamente diseñadas para desarrollar una idea muy concreta. Es posible que todos hayamos participado alguna vez en alguna conversación como las que se desarrollan en Ayer no termina nunca, pero Coixet tiene la habilidad tanto de reírse de nosotros mismos, de la sociedad española, como de resaltar las virtudes que nos podrían ayudar a salir de la crisis. Para ello le bastan dos personajes en un entorno tan metafórico como un cementerio, que discuten, en primera persona, sobre aquello que les ha llevado a su situación actual. Lo interesante es que cada uno de ellos representa una postura diferente de enfrentarse al dolor, a la vida, a la crisis. Lo que permite desarrollar argumentos que, siendo opuestos, ninguno de los dos está exento de razón. Dado que la sociedad siempre tiene que tragarse lo que políticos, prensa y expertos digan sobre la crisis, su origen y la manera en la que debemos salir de ella, nada más reconfortante que asistir al duelo de dos personas que dicen lo que todos estamos pensando y aveces decimos, pero que nunca llega a donde tiene que llegar, se hacen los sordos, miran para otro lado, mienten o, lo que es peor, nos ignoran.
Este, casi podría decirse, ensayo cinematográfico, no tendría la misma fuerza si sus dos protagonistas no fueran Javier Cámara y Candela Peña. El primero también participó en la alegoría almodovariana, adaptándose perfectamente tanto a aquella tesitura como a esta, pero la segunda nos robó el corazón a (casi) todos cuando recogía el Goya a la mejor interpretación de reparto por Una pistola en cada mano. Viendo Ayer no termina nunca uno no sabe si la influencia del personaje le llevó a decir aquellas palabras tan afortunadas, o es que es ella la que realmente aporta su propia sensibilidad activista al personaje. Sea como fuere, en boca de Candela Peña todas sus quejas y lamentos suenan terriblemente auténticas, verdaderas y dolorosas.
Otra de las bazas que juega en favor de Ayer no termina nunca es la estimulante fotografía de Jordi Azategui, tan árida y seca como el espacio en el que se encuentran los personajes, pero lo suficientemente cálida como para dejar hueco a la esperanza. Perfectamente reconocibles son los característicos planos y encuadres de la directora catalana, que no sólo sirven para ponernos en situación, sino que contribuyen a realzar las paradojas de nuestra sociedad, como ese circo que se llama Wonderland, ese décimo Balón de Oro para Leo Messi -como si no hubiera más jugadores en el mundo, la crisis no sólo es económica, también creativa y competitiva- o la idea de construir un casino en lo que antes era un cementerio, en un sitio en el que nadie tiene realmente dinero para gastar -menos mal que hay alguien que se dedica a hacer volar por los aires los símbolos visibles de la crisis, como la escultura de Fabra. Me pregunto si al final el gobierno optará por criminalizar también la película, igual que tantas otras manifestaciones ciudadanas.
Montador igualmente de la película y colaborador de Isabel Coixet en sus últimos proyectos, Azategui sabe cómo encontrar un pulso rítmico perfectamente adecuado tanto para las necesidades del relato como de los personajes. De la misma manera, otro colaborador eternamente ligado a la filmografía de la cineasta, como Alfonso de Vilallonga, consigue arrancar de su instrumento los acordes adecuados para cada momento, tan ásperos y desgarrados como la fotografía, tan armónicos y equilibrados como el duo protagonista. Como es habitual, la precisión de Coixet a la hora de escoger los temas no originales que completan la banda sonora, hacen de Ayer no termina nunca otra de sus fascinantes piezas audiovisuales que provocan tanto placer y deleite de ver, como emociones transmite su relato.
Se agradece que, si bien el tono de la película es más bien solemne, muy acorde con el tema que trata, también haya un lugar para la esperanza. De esta manera, a pesar de que Ayer no termita nunca te haga llorar, reír y emocionarte, pensar en ti, en tus circunstancias y en las de los demás, también consigue que salgas de la sala con una actitud más positiva ante la vida. Con ganas de enfrentarte a la adversidad y plantarle cara, transmite las mismas ganas de ganas irresistibles de seguir viviendo, aunque ayer no haya terminado todavía.
Publicado originalmente en EXTRACINE
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