Título original: Eat Pray Love
Año: 2010
País: EE. UU.
Dirección: Ryan
Murphy
Guión: Ryan
Murphy & Jennifer SALT, basado en una novela de Elizabeth Gilbert
Producción: Dede
Gardner
Fotografía: Robert
Richardson
Música: Dario
Marianelli
Montaje: Bradley
Buecker
Diseño de producción:
Bill Groom
Dirección artística:
Charley Beal
Decorados: Andrew
Bareman, raffaella Giovannetti & Leticia Santucci
Vestuario:
Charley Beal
Reparto: Julia
Roberts, I. Gusti Ayu Puspawati, Hadi Subiyanto, Billy Cudrup, Viola Davis,
Mike O’Malley, Ashlie Atkinson, James Franco, Lisa Roberts Gillan, Ryan O’Nan,
Gita Reddy, Jen Kwok, Mary Testa, Elijah Tucker, Karen Trindle, Zachary Dunham,
Clair Oaks, Ned Leavitt, Lynn Margileth, Welker White, José Ramón Rosario, Lucia
Guzzardi, Roberto Di Palma, Tuva Novotny, Luca argentero, Silvano Rossi,
Giuseppe Gandini, Ludovico Virga, Marco Lastrucci, Elena Arvigo, Andrea Di
Stefano, Remo Remotti, Vanesa Marini, Lidia Biondi, Emma Brunetti, Chiara
Bhandari, Michael Cumpsty, Richard Jenkins, Sophie Thompson, Rusita Singh,
Ritvik Tyagi, Sd Pandey, Anand Yeshwant Bapat, Micky Dhamejani, Peter davis,
Shona Benson, Dean Allan Tolhurst, Javier Bardem, Christine Hakim, Anakia
Lapae, Arlene Tur, David Lyons, T.J. Power, Richard V. Vogt…
Eat Pray Love, la película que ha cambiado las vidas de Javier Bardem y Julia Roberts, basada en una novelita (de autoayuda según un programa literario de televisión) de Elizabeth Gilbert, resulta ser un plato recalentado, insípido y más que romántico, cursi y afectado.
Nos encontramos ante un curioso subgénero cinematográfico, el del cine turístico, aquel en el que se adentran algunos directores cuando quieren aprovechar unas bonitas vacaciones sacándoles un módico rendimiento económico. Parece ser que eso es lo que hiciera John Huston cuando aceptara rodar La reina de África (The African Queen, 1951), tal y como sugiere Clint Eastwood en Cazador blanco, corazón negro (White Hunter Black Heart, 1990) probablemente es lo que hiciera también John Ford cuando rodara Mogambo (1953); y es lo que hizo hace un par de años Woody Allen, dicho por él mismo, en Vicky Cristina Barcelona (2008). Al menos esto es lo que se traduce de la almibarada recopilación de postales con las que nos agasaja Ryan Murphy, incapaz de renunciar al artificio visual que imperaba en la serie de televisión que le hiciera popular, Nip/Tuck (2003-2010), con la que también tiene en común la superficialidad del relato que narra, de hecho su colaboradora en el guión, Jennifer Salt, también escribiera para la serie.
Liz Gilbert (Julia Roberts) parece ser la típica neurótica que cuando consigue todo lo que tiene se da cuenta de que quería otra cosa. De las inseguras que se lanzan en los brazos de un chamán de Bali para que les diga aquello que ya sabían. De las que sólo pueden llegar a Dios a través de la desesperación. De las que cuando dicen que se van a comprar una talla de mayor de pantalones se compran una menor. Vamos, que pareciera que ni director ni guionista sacaran provecho alguno de la terapia cinematográfica de Woody Allen, considerando, encima, que la neurosis forma parte del encanto de una mujer.
La superficialidad y la volubilidad forma parte de todos y cada uno de los personages de Eat Pray Love, que entienden el amor como el intento obligatorio de parecerse a la persona que han elegido amar, que cambian sus creencias religiosas o filosóficas como el que cambia un asador argentino por un restaurante macrobiótico, que deciden hacer meditación como el que se apunta al gimnasio, que se vuelven budistas como el que se vuelve cuando le llaman por la calle, que se van a Italia, India y Bali como se podían haber ido al Ampurdán o a la Conchinchina.
Nos encontramos ante un curioso subgénero cinematográfico, el del cine turístico, aquel en el que se adentran algunos directores cuando quieren aprovechar unas bonitas vacaciones sacándoles un módico rendimiento económico. Parece ser que eso es lo que hiciera John Huston cuando aceptara rodar La reina de África (The African Queen, 1951), tal y como sugiere Clint Eastwood en Cazador blanco, corazón negro (White Hunter Black Heart, 1990) probablemente es lo que hiciera también John Ford cuando rodara Mogambo (1953); y es lo que hizo hace un par de años Woody Allen, dicho por él mismo, en Vicky Cristina Barcelona (2008). Al menos esto es lo que se traduce de la almibarada recopilación de postales con las que nos agasaja Ryan Murphy, incapaz de renunciar al artificio visual que imperaba en la serie de televisión que le hiciera popular, Nip/Tuck (2003-2010), con la que también tiene en común la superficialidad del relato que narra, de hecho su colaboradora en el guión, Jennifer Salt, también escribiera para la serie.
Liz Gilbert (Julia Roberts) parece ser la típica neurótica que cuando consigue todo lo que tiene se da cuenta de que quería otra cosa. De las inseguras que se lanzan en los brazos de un chamán de Bali para que les diga aquello que ya sabían. De las que sólo pueden llegar a Dios a través de la desesperación. De las que cuando dicen que se van a comprar una talla de mayor de pantalones se compran una menor. Vamos, que pareciera que ni director ni guionista sacaran provecho alguno de la terapia cinematográfica de Woody Allen, considerando, encima, que la neurosis forma parte del encanto de una mujer.
La superficialidad y la volubilidad forma parte de todos y cada uno de los personages de Eat Pray Love, que entienden el amor como el intento obligatorio de parecerse a la persona que han elegido amar, que cambian sus creencias religiosas o filosóficas como el que cambia un asador argentino por un restaurante macrobiótico, que deciden hacer meditación como el que se apunta al gimnasio, que se vuelven budistas como el que se vuelve cuando le llaman por la calle, que se van a Italia, India y Bali como se podían haber ido al Ampurdán o a la Conchinchina.
"Estaré de vuelta en una semana, sin blanca y con disentería"
No puedo resaltar nada sobre el reparto, porque no hay nada que resaltar. Julia Roberts está en su línea (la que sea) y los demás, simplemente parece que se lo pasaron bien en sus vacaciones pagadas. No entiendo que hacen algunos de los temas que Gato Barbieri creara para El último tango en París (Last Tango in Paris, 1972, Bernardo Bertolucci), ambas películas caminan por derroteros bastante dispares. Y la fotografía está a la altura de lo que se podía esperar de Robert Richardson, como no.
Habrá voces que alaben una película en la que pueden viajar a lugares tan “exóticos” como Italia, la India o Indonesia a través (o gracias) a ella, que sería tanto como aquello que dicen los que se les pregunta por el deporte que les gusta y responden que el que ven por la televisión. Las comillas de “exóticos” están para excluir a los oriundos de cada uno de estos tres países, que desde luego los encontrarán tan exóticos como aquellos que no viven en los Estados Unidos y encuentran exotismo en la ciudad de Nueva York —-siempre se desea lo que no se tiene.
Por muchas mujeres (y maricas) que intervengan en el proceso creativo, y al igual que sucedía en otra reciente “comedia romántica”, Cartas a Julieta (Letters to Juliett, 2010, Gary Winick), el resultado sigue siendo machista, o por lo menos antifeminista, pues al final de todo el viaje, todo se reduce a la necesidad de encontrar un hombre al que dedicarle toda la atención. Algo que podía haber encontrado en Nueva York, o en cualquier sitio que le hubiera indicado el chamán.
Publicado originalmente en EXTRACINE
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