Título original: Letters to Juliet
Año: 2010
País: EE.UU.
Dirección: Gary
Winick
Guión: Jose
Rivera y Tim Sullivan
Producción: Ellen
Barkin, Mark Canton, Eric Feig, Carolina Kaplan & Patrick Wachsberger
Fotografía: Marco
Pontecorvo
Música: Andrea
Guerra
Montaje: Bill
Pankow
Diseño de producción:
Stuart Wirtzel
Dirección artística:
Stefano Maria Ortolani & Saverio Sammali
Decorados:
Alexandra Querzola
Vestuario:
Nicoletta Ercole
Reparto: Amanda
Seyfried, Marcia DeBonis, Gael García Bernal, Giordano Formenti, Paolo Arvedi,
Dario Conti, Daniel Baldock, Ivana Lotito, Luisa Ranieri, Marina Massironi,
Lidia Biondi, Milena Vukotic, Luisa De Santis, Christopher Egan, Vanesa
Redgrave, Remo Remotti, Angelo Infanti, Giacomo Piperno, Fabio Testi, Sara
Armentano, Benito Deotto, Marcello Catania, Silvana Bosi, Elio Veller, Sandro
Dori, Adriano Guerra, Ashley Lilley, Franco Nero, Peter Arpesella, Robbie
Neigeborn, Oliver Platt, Ñame Uzimann...
romanticismo mal entendido
El cartero —-y no el de pablo Neruda, no—- ha traído hasta las
pantallas españolas Letters to Juliet,
una película que llega con el mismo retraso que la carta del personaje
interpretado por Vanesa Redgrave, única presencia destacable en
este desafortunado producto que no tiene nada de romántico, pero mucho de
romanticón, que no es nada sensible, pero adolece de excesivas
dosis de sensiblería y que está tan cargado de azúcar y edulcorante, que si
eres diabético deberías tomar medidas antes de entrar a la sala de proyección.
"El público quiere creer en el amor verdadero"
Esta frase evidencia la falsedad de un relato articulado con
todos los clichés de la comedia romántica más devaluada, la heredera aquellas
comedias de los años sesenta protagonizadas por Doris Day, en las que la máxima aspiración de
una mujer trabajadora era casarse para poder quedarse en casa, tirando por los
suelos todo el terreno ganado por el movimiento feminista.
Como tantas veces, es difícil depurar responsabilidades,
desconozco si será culpa de sus guionistas, Jose Rivera y Tim Sullivan, quienes han creado una trama tan
grotesca como que las secretarias de un personaje de ficción —-pruebas no hay
de su existencia por mucho que el lugar se venere—- se dedican a coger las
cartas que las enamoradas —-en esta película el hombre no tiene sentimientos ni
se enamora—- dejan debajo del balcón que inmortalizara la pluma de William Shakespeare, al cual no deben haberle
pagado derechos de autor. Puede que alguien me recuerde que ya publicamos que la película está basada en una novela de Lise y Ceil Friedman, pero el caso es que
deben haberla variado tanto que se han caído de los títulos de crédito. Igual
tampoco querían pagar los derechos de autor.
Los personajes, más que con pincel,
están trazados con brocha gorda pues mientras Victor (Gael García Bernal) parece estar ciego ante el
evidente enfado de Sophie (Amanda Seyfried),
ella se comporta como una paleta que no sabe disfrutar de los placeres de la
mesa. Porque no sólo la arquitectura es cultura, la cocina y los rituales
culinarios también forman parte de la cultura de un país, especialmente de uno
como Italia, cosa de la que ella no sólo no parece disfrutar, sino que detesta.
Gary Winick, el director, no parece destacarse
por su pericia visual, pues pareciera que hubiera comprado las postales de su
película en un banco de imágenes de Internet, pero es que tampoco destaca en la
dirección de actores porque, exceptuando la siempre eficiente y maravillosa
Vanesa Redgrave capaz de ofrecernos a una angelical, entrañable y típica abuela
reprimida británica, el resto del trabajo de los protagonistas está marcado en
función de una única premisa: Amanda Seyfried tiene que conseguir que Sophie, a
pesar de ser rubia, parezca estar capacitada de juntar más de dos palabras
seguidas; Gael García Bernal tiene que alcanzar la misma mirada hipnótica que Christopher Lambert alcanzara de manera natural gracias a
su miopía para hacer creíble el despiste continuo que tiene su personaje; y la
interpretación de Chistopher Egan debe ser, quizás, la más compleja pues
se basa en dos emociones concretas: pasar de estar siempre enfadado a tener
cara de bobo.
Tan sólo el momento
en que Claire se encuentra con Lorenzo —-Franco Nero en
la ficción y marido real de la propia Vanesa Redgrave—-, consigue crear un
instante cinematográfico que arranque una sonrisa o una emoción, el resto del
metraje no sólo es que sea plano, es que llega a ser desagradable.
Publicado originalmente en EXTRACINE
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