Título original: Buried
Año: 2010
País: España
Dirección: Rodrigo
Cortés
Guión: Chris
Sparling
Producción: Adrián
Guerra & Peter Safran
Fotografía: Eduard
Grau
Música: Víctor
Reyes
Montaje: Rodrigo
Cortés
Reparto: Ryan
Reynolds, José Luis García Pérez, Robert Paterson, Stephen Tobolowsky, Samantha
Mathis, Ivana Miño, Warner Loughlin, Eric Palladito, Kali Rocha, Chris William
Martin, Cade Dundish, Mary Songbird, Kira Baily, Anne Lockhart, Robert
Clotworthy, Michalla Petersen, Juan Hidalgo, Abdelilah Ben Massot, Joe
Guarneri, Heath Centazzo...
enterrada por tramposa
La extensa y elaborada campaña de promoción que precede a Buried, de la que se ha ido dando debida cuenta, parecía basarse
en una premisa en la que mostrar menos es más. Vista la película descubrimos
que Rodrigo Cortés no
es más que un nuevo embaucador oportunista que no
tiene absolutamente nada que mostrar.
Las entrevistas y ruedas de prensa se ha empeñado en airear la
influencia de Alfred Hitchcock en esta propuesta. Puede que sea
porque apenas se ve nada en toda la película, pero la influencia del mago del suspense
no va más allá de tres títulos: Vertigo (1958), Con la muerte en los talones (North by Nortwest, 1959) y Psicosis (Psycho, 1960), los tres largometrajes cuyos títulos
de crédito realizara Saul Bass.
Ni que decir tiene que la copia del estilo del genial diseñador es meramente
superficial, pues mientras el señor Bass se preocupara por desgranar
la esencia de cada película en sus secuencias, aquí tan sólo interesa la
estética. No hay más rastro de Hitchcock.
Quizás pueda apreciarse una influencia en las cuerdas de la
torpe partitura de Víctor Reyes, pero mientras el
maestro Bernard Hermmann era capaz de dotar de una notable
dimensión y dramatismo a los personajes de cada película, en este caso, la
música sólo sirve como mero énfasis de los momentos de angustia creando pasajes
que podrían resumirse como “fragmentos de tensión”, fragmentos de frustración”,
“fragmentos de desilusión”, esta última, la del espectador.
No me extraña que nadie quisiera
realizar el guión de Chris Sparling. Se nota, no sólo que es un
principiante, sino que no ha hecho todos sus deberes pues aunque ofrece un planteamiento
interesante, se diluye en demagogias de patio de vecinas, que no sólo no saben
de política antiterrorista, sino que no deben ver la televisión, pues en
cualquier serie estadounidense que incluya representantes de la ley —-anda que
no hay—- siempre hay algún episodio en el que se produce un secuetro en el que
se informa claramente de que “el gobierno de los Estados Unidos no negocia con
terroristas”, y así ha sido desde los tiempos de Expediente X (The X Files). En este sentido cualquier
intención de crítica política, o contra un capitalismo que antepone las
necesidades del colectivo antes que las del individuo, quedaría diluida en
cualquier debate realizado por adolescentes para su clase de ética.
No voy a comentar otras estrategias del guionista para despertar
nuestra impotencia e indignación, sobre todo por los spoilers,
pero llega un punto en que no me las puedo creer. No porque no
crea que no puedan suceder, que también, sino porque no entiendo que el
protagonista no reaccione como cualquiera en la vida real: colgando el teléfono.
Tampoco hace falta mencionar la fantástica capacidad del ataúd que aumenta
considerablemente a medida que avanza la trama, o se va llenando de objetos y
artilugios, de tal manera que al final más parece el bolso de Mary Poppins que
otra cosa. Aparte de la posible consideración de que Paul Conroy (Ryan Reynolds) tenga una
capacidad de concentración tal que le permite disminuir de tamaño y/o una
flexibilidad propias de un contorsionista profesional.
Y ¿qué hace Rodrigo Cortés con este guión? Pues lo mismo que
hizo con el de Concursante (2007),
llenarlo de planos y movimientos para entretener al público en algo más que no
sea la trama de la película. Comienza con un plano detalle como podría haber
comenzado con un plano medio, con la cámara en un contrapicado, como podría
haberla colocado en cualquier otro sitio. No importa, da lo mismo, la
alteración de los planos no cambia el sentido de la película porque no hay psicología, ni estética,
ni estilo, ni nada de nada. Tan sólo justificar que estamos con un pavo dentro
de un ataúd.
Encima, Rodrigo Cortés se priva de que una mano ajena trate de
ordenar sus insulsos planos con coherencia, haciéndolo él mismo y cayendo
en los mismos errores que cometiera en su desilusionadora ópera prima al montar él mismo su propia película.
Lo único que puedo salvar de la película es la fotografía, un
contundente trabajo de Eduard Grau apoyado
en la verosimilitud lumínica, que le obliga a llevarnos a la más absoluta
oscuridad en los momentos en los que no se puede justificar la procedencia de
la luz. Pero sólo por eso. ¿una lanza a favor del protagonista, Ryan Reynolds? Mucho me temo que sería sólo para
alabar su valentía al afrontar tan arriesgado proyecto, poco más, pues tampoco
es que consiga trasmitir nada más allá de lo previsible.
Por cierto, la película es plenamente española, que no te
confunda el hecho de que estrenen la película con su título en inglés, es otra
trampa más. Tan sólo tiene de americano su guionista y uno de los productores, Peter Safran, responsable de algunos de los
bodrios más sonados del cine de parodia. Igual esta también lo era y no nos
hemos dado cuenta. Quizás el señor Cortés debiera haber realizado una película
en torno al secuestro de pescadores en
Somalia, pero claro, igual eso comprometería su desconocimiento de
las realidades políticas y sociales menos aireadas por el cine americano: las
españolas.
Publicado originalmente en EXTRACINE
Pues a mí me ha parecido simplemente genial
ResponderEliminarTío, tú era muy tonto muy tonto, muy mediocre muy mediocre, muy envidioso muy envidioso, y muy tonto muy tonto. ¿He vuelto a decir muy tonto? ¿No? Pues lo digo: eres muy tonto muy tonto. Qué país.
ResponderEliminarJeopardy, tu no conoces el pleonasmo, ¿verdad? no es que sea malo utilizarlo, pero queda uno un poco de aquella manera...
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