Título original: Secuestrados
Año: 2010
País: España
Dirección: Miguel Ángel Vivas
Guión: Javier García & Miguel Ángel Vivas
Producción: Vérane Frédiani, Emma Lustres Gémez, Borja Pena & Franck Ribière
Fotografía: Pedro J. Márquez
Música: Sergio Moure
Montaje: José Manuel Jiménez
Diseño de producción: Miguel Manuel Jiménez
Vestuario: Montse Sancho
Reparto: Guillermo Barrientos, Dritan Biba, Fernando Cayo, César Díaz, Martijn Kuiper, Manuela Vallés, Ana Wagener, Xoel Yáñez…
el paraíso se vuelve infierno
En doce planos secuencia, Miguel Ángel Vivas consigue con Secuestrados, más que una película, toda una experiencia para el espectador, que no sólo es una excelente muestra de cine orgánico, sino que también conduce a unas interesantes reflexiones sobre la violencia.
Miguel Ángel Vivas va camino de ingresar, gracias a Secuestrados, premiada como mejor película y director en el Festival Fantástico de Austin, en ese grupo de cineastas españoles que triunfan en el mercado internacional como Jaume Balagueró, Paco Plaza, Rodrigo Cortés, Luis Berdejo, Jaume Collet-Serra, Juan Antonio Bayona o Alejandro Amenábar. Cineastas que han construido sus carreras a ritmo de gritos y sustos en un cine de género que, aunque está muy bien recibido por el público, no parece llegar realmente al sector profesional (español) que parece relegarles a un segundo plano, ni mucho menos a la crítica cinematográfica que menosprecia sus propuestas. A excepción de los dos últimos, queridos a partes iguales en (casi) todos lados.
Partiendo de un hecho real, que queda plasmado en la contundente primera secuencia de la película, Secuestrados es cine naturalista, que te hace sentir lo que viven sus personajes. Sin sensacionalismo y con mucha verosimilitud. Explicado así podría echar para atrás a algún espectador, pero aunque Miguel Ángel Vivas declare que su intención era precisamente esa, que el espectador viviera la experiencia (y sin hacerle falta el 3D), lo cierto es que se puede sacar una interesante reflexión sobre la incapacidad de la sociedad actual para procesar la violencia, ni de reaccionar ante ella, además de la inutilidad de todas esas corazas de falsa seguridad que interponemos a través de pins, claves de acceso, verjas, rejas, guardias de seguridad, etc., etc., que en el momento de la verdad no sirven para nada.
Esta reflexión (la mía), sólo se puede entender partiendo de que los personajes protagonistas, el matrimonio con hija que se muda a una casa en una urbanización en las afueras, pertenece a un nivel social y cultural medio-alto, que probablemente hayan sido educados dentro de la represión y repulsa hacia cualquier acto de violencia. Por eso están indefensos ante una violencia tan primitiva como la que se produce cuando una banda de ladrones irrumpe en su casa para extorsionarles y conseguir el máximo dinero de ellos en menos de 24 horas. Seres racionales que tratan de hablar y comunicarse con seres que actúan por instinto, como animales. No se asusten, no conté nada que no estuviera en el tráiler.
Es imposible no pensar en la magnífica película de Michael Haneke, Funny Games (1997), en algún momento de la proyección. Aunque los secuestradores de la película alemana fueran tan cultos y educados como sus víctimas, están los palos de golf, la secuencia del sofá con la televisión encendida, el espacio temporal en el que se desarrolla la acción… A pesar de que Miguel Ángel Vivas se confiesa admirador de la obra del cineasta alemán, considera que la propuesta de Haneke es intelectual, mientras que la suya es visceral. Supondremos que se le deben haber colado estas pequeñas citas inconscientemente, pues incluso en la película de Haneke se muestran carreras de coches en el televisor encendido —-que yo recuerde.
El momento televisivo da para otra reflexión, pues además de los coches también se escucha uno de esos programas televisivos en los que la gente grita, discute y se pelea, aunque sean las cuatro de la tarde, creando y fomentando otro tipo de violencia: la verbal. Este momento tiene un doble sentido pues también es una manera de mostrar lo alejado que está un medio, como el televisivo, o determinados formatos, como los programas de corazón —-qué curiosa manera de llamarlos—- de la realidad, pues resulta realmente grotesco escuchar sus disparates mientras esta familia vive una auténtica pesadilla.
Esta interpretación de lo que sucede en dos lugares a la vez también tiene su importancia entre los personajes del relato pues Miguel Ángel Vivas recurre a la pantalla partida en ciertos momentos de la película. Si bien es difícil dilucidar si sus motivos eran éticos o estéticos, lo cierto es que, desde mi punto de vista, es una manera de expresar que no es lo mismo vivir una experiencia en primera persona que en tercera, pues mientras a unos personajes les suceden unos hechos, otros son ajenos a esos acontecimientos, lo que les lleva a tomar una u otra decisión.
Qué duda cabe que un experimento como este en el que, aparte de las complicaciones técnicas que puedan conllevar los planos secuencias, había que contar con un equipo de actores y actrices preparados para aguantar un rodaje, mucho más duro e intenso que cualquier otro, al estar obligados a permanecer en sus personajes a lo largo de todo el plano y en unas condiciones nada cómodas. Pues si Fernando Cayo como Jaime, el padre, y Ana Wagener como Marta, la madre, están espectaculares, Manuela Vellés como Isa, la hija, y en su tercera película tras Caótica Ana (2007, Julio Medem) y Camino (2008, Javier Fesser), está realmente espectacular. Los tres intérpretes se entregan a la historia de tal manera que no permiten que el espectador distraiga su atención un sólo momento, a pesar de que alguno de los personajes secundarios no alcancen su nivel interpretativo.
El propio Miguel Ángel Vivas confirma que le han hecho ofertas desde el otro lado del charco. No me extraña que en Hollywood se estén frotando las manos pues, si ha conseguido rodar esta pequeña gran película en ¡¡doce días!! qué no hará en un mes. No me cabe duda de que el proceso de preparación habrá sido amplio y meticuloso, pero queda clara su extraordinaria capacidad como director.
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