domingo, 25 de agosto de 2013

Perdidos en la nieve


Título original: Into the White
Año: 2012
País: Noruega & Suecia

Dirección: Petter Næss
Guión: Ole Meldgaard, Dave Mango & Petter Næss
Producción: Peter Aalbæk Jensen & Valerie Saunders
Fotografía: Daniel Voldheim
Montaje: Frida Eggum Michaelsen 
Diseño de producción: Udo Kramer 
Dirección artística: Stefan Hauck
Vestuario: Steffi Bruhn
Reparto: Florian Lukas, David Kross, Stig Henrik Hoff, Lachlan Nieboer, Rupert Grint, Kim Haugen Knut Joner, Morten Faldaas, Sondre Krogtoft Larsen… 

perderse para volver a encontrarse

De entrada, nunca me interesa más o menos una historia que esté basada en hechos reales. Cada relato debe capturarme por sí mismo, independientemente de si ha sucedido. Más que nada porque todas las historias deben ser creíbles para una servidor, más que reales. En el caso de Perdidos en la nieve, conocer que estamos ante un hecho que sucedió realmente, contribuye, si acaso, a no juzgar el modo en que se comportan algunos personajes que, quizás si la obra fuera fruto de la ficción, habrían desarrollado un relato más espectacular. Pero no, el mayor acierto de la película dirigida por Peter Næss es su sencillez, esa manera en la que los personajes rompen, poco a poco, las corazas psicológicas que les protegen tanto de sus enemigos, como de sus propios compañeros, o incluso de sí mismos. 

Sorprende lo bien que se integra Rupert Grint en una película de corte independiente, junto a un reparto de actores europeos, igual que lo es él, pero mucho menos conocidos para el gran público, a pesar de que con toda probabilidad hayan visto a Florian Kukas en Good bye, Lenin (2003, Wolfgang Becker) y a David Kross en El lector (The reader, 2008, Stephen Daldry) o en War horse (2011, Steven Spielberg). La fuerza del relato recae directamente sobre sus interpretaciones, que consiguen emocionar al espectador, de la misma manera que cada uno de ellos consigue establecer lazos con aquellos que en un principio eran sus enemigos. 

Sobra decir que la verosimilitud de que cada personaje hable en su idioma natural, ya sea inglés, alemán o noruego, contribuye a la credibilidad de un relato que, tanto por su tema como por su fondo, establece vínculos con películas como Carbón (Kameradschaft, 1931, Georg wilhelm Pabst) o La gran ilusión (La grande illusion, 1937, Jean Renoir), que hablaban no sólo de la insensatez de una guerra, sino de las fronteras  que los hombres se empeñan en establecer atendiendo a su lengua y su lugar de origen. La palabra y la cultura se convierten en armas tan poderosas, en algunos casos, como una pistola o un hacha, pero basta abrir tu corazón, para que puedas escuchar el del otro, y entender que sus miedos no difieren gran cosa de los tuyos. 

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