viernes, 12 de agosto de 2011

Templario


Título original: Ironclad
Año: 2011
País: Reino Unido, EE. UU. & Alemania

Dirección: Jonathan English
Guión: Jonathan English, Erick Kastel & Stephen McDool
Producción: Rick Benattar, Andrew J. Curtis & Jonathan English 
Fotografía: David Eggby
Música: Lorne Balfe
Montaje: Peter amundson & Robyn Owen
Diseño de producción: Joseph C. Nemec III 
Dirección artística: Malcolm Stone
Decorados: Peter Walpole
Vestuario: Beatrix Aruna Pasztor
Reparto: Kate mara, Paul Giamatti, Jason Flemyng, James Purefoy, Brian Cox, Charles Dance, Derek Jacobi, Mackenzie Crook, Vladimir Kulich, Bree Condon, Jamie Foreman, Aneurin Barnard, Guy Siner, Steffan Rhodri, Daniel O'Meara, Rhys Parry Jones, David Melville, John Pierce Jones, Simon Nader, Steve Purbick… 

los templarios vistos como terroristas (buenos)

Vaya por delante que aunque Ironclad, tercera película dirigida por Jonathan English, no consigue convencerme del todo, sí que tiene las suficientes virtudes como para ser tenida en cuenta, constituyendo no sólo un filme más o menos entretenido, sino que además intenta transmitir ideas y conceptos de los que otros títulos de similares características ni siquiera se preocuparían. Que consiga su doble objetivo ya debe ser cuestión de la valoración de cada espectador, aunque lo más probable es que tampoco consiga convencer ni a los que esperan un producto de acción ubicado en la Edad Media, ni a los que quieran ver algo más allá de esa historia real en la que está basada la historia.

Ironclad relata una gesta que, de estar ubicada en nuestro tiempo, sería calificada como la de unos terroristas que atentan contra un poder establecido de manera legal, siempre según las reglas de su país y de su tiempo, e independientemente de que posteriormente esa legalidad quede cuestionada por otros hechos. Con tal de acercar ese tiempo al espectador actual, Jonathan English presenta su conflicto y personajes como si de una película de acción contemporánea se tratase, pero sin descuidar detalles como la omnipresente suciedad, barro y miseria características de la Edad Media. Así mismo, al recurrir al tono gore de las batallas, confirma las intenciones realistas de su director. Sin embargo, todo este realismo estético queda un tanto enturbiado por el estilo con el que decide afrontar cada una de las batallas y secuencias de acción, que le llevan a un frenético movimiento de cámara que más que mostrar, ensucia aquello que no alcanzan ni barro ni sangre.

Y en un intento por darle a la historia algo más que acción y entretenimiento, Jonathan English parece bucear en las fuentes shakesperianas para dotar a su rey de aplomo y trascendencia, así como a su templario de capacidad de pensamiento y profundidad psicológica. En el caso de este último, se sirve del personaje que llevará el peso de toda la narración para transmitir que la guerra no es un acto de nobleza y heroísmo, sino una acción que catapulta al individuo al infierno personal y la perdida de fe y valores tanto en Dios, como en el ser humano.

Si bien el rey está interpretado por el siempre magnífico Paul Giamatti, el templario tiene los rasgos de James Purefoy, quien a pesar de que en las notas de prensa de la película haya sido definido como un actor versátil, es difícil no pensar que en lugar de a sus dotes como actor, aluden a sus preferencias sexuales, pues sólo dispone de una cara, una mirada y un tono de voz en toda la película. Tampoco ayuda nada al desarrollo de la trama la inclusión del personaje femenino, Lady Isabel (Kate Mara), que se empeña a toda costa en corromper al templario cuando en ningún momento parece estar realmente impresionado ni por sus belleza ni por su verborrea. Me atrevería a afirmar que se trata de un personaje impuesto y metido con calzador, en favor de incluir una presencia femenina en una gesta tan típicamente masculina.

Quedan, eso sí, las presencias de actores tan eficientes y estimulantes como Brian Cox, Derek Jacobi y Charles Dance que, por cierto, son lo que aportan un mayor acento inglés, a un reparto invadido por acentos americanos. Y no deja de ser curioso porque Jonathan English parece haber importado de los Estados Unidos otra curiosa tendencia, que es la de conseguir desviar la mirada crítica sobre aquellos que no son anglosajones pues si por un lado podemos entender la causa de los rebeldes, en un momento dado también comprendemos que el rey lucha por aquello que considera suyo. Queda así los mercenarios daneses, que ha contratado para culminar su cruzada, como los malos malísimos de la muerte. Como si se quisiera dar a entender que el mal (y su eje) nunca está en aquellos que hablan en inglés, sino en idiomas extranjeros.

Puede que un segundo visitando de Ironclad me ayude a profundizar y entender la propuesta de Jonathan English, pero también es posible que acabe por alejarme aún más de las pocas virtudes que contiene su relato.

Publicado originalmente en EXTRACINE

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