Título original: Une vie meilleure
Año: 2011
País: Francia
Dirección: Cédric Kahn
Guión: Catherine Paillé y Cédric Kahn
Producción: Kristina Larsen & Gilles Sandoz
Fotografía: Pascal Marti
Música: Akido
Montaje: Simon Jacquest
Dirección artística: Olivier Puyrenier
Decorados: Sabine Delouvrier & Patrick Gilbert
Reparto: Guillaume Canet, Laïla Bekhti, Slimane Khettabi, Abraham Belaga, Nicolas Abraham, François Favrat, Brigitte Sy, Fayçal Safi, Annabelle Lengronne, Valérie Even, Daria Kapralska, Yann andrieu, Atika Taoualit, Armaud Ducret, Adou Khan, Serkan Oba, Alimata Camara, Fatsah Bouyahmed, Michèle Durepairt, Philippe Viaud, Philippe Tlokinski, Florian Westerhoff, Jeremias Nussbaum, Sekou Kone, Julien Lucas, Andrew Isar, Mélissa Magana, Ana Aguilar, Guy F. Pilotte, Claudia Jurt, Dan Demarbre, Marilyn Schiavo, Sheryl Scott, Jimmy Kolios…
cuando tres no son multitud
Cuanto disfruto cuando me encuentro con un filme que consigue sorprenderme. En el caso de la película dirigida por Cédric Kahn la sorpresa comienza desde su cartel que, con un título como Une vie meilleure (Una vida mejor) y la imagen de sus protagonistas abrazados, Guillaume Canet y Laïla Bekhti, da la impresión de que vamos a disfrutar de una optimista comedia romántica sin mayores complicaciones. Y es posible que así sea durante sus primeros veinte minutos, hasta que, como en la vida misma, las cosas se tuercen y se complican para dar lugar a un intenso y profundo relato que, siendo tremendamente duro y realista, sí consigue ser, a pesar de todo, fabulosamente optimista.
La verdad es que debería estar prevenido porque ya me pasara lo mismo con un título previo del mismo director, Tedio (L’ennui, 1998), que parecía iba a ser una película erótica, sin más, revelándose después como un interesante película reflexiva sobre las relaciones personales. Y debe ser una característica de su cine porque si bien se puede disfrutar mucho viendo Une vie meilleure, tanto por esos momentos dulces y bonitos como por aquellos en los que se sufre por la situación de los personajes o se genera una tensión por lo que les podría pasar ante determinadas situaciones que ellos mismos han provocado, también te hace pensar y valorar acerca de tus propios actos y decisiones, que han corregido inevitablemente el rumbo de tu propia vida, para bien o para mal.
Une vie meilleure se instala dentro de este grupo de películas indignadas que proliferan últimamente en las cinematografías más dispares, y que reflejan los males de una sociedad capitalista que favorece a los que más tienen, convirtiendo en esclavos a aquellos que, por sus bajos recursos, necesitan recurrir a créditos y ayudas del gobierno para conseguir sacar adelante sus ilusiones. En este caso la idea de Yann, cocinero profesional, es montar un restaurante con la ayuda de su nueva pareja, Nadine, que tiene un hijo de una relación anterior. Si en un principio todo parece ir por buen camino, basta una sola piedra en el camino para que todo se desmorone cual frágil castillo de naipes. Lo trágico es que, posteriormente, el propio Yann comprobará impotente que su proyecto era de sobra viable, como había previsto. Tan sólo le traiciona alguna que otra mala elección que ni siquiera era descabellada, o que cualquiera en su situación podría haber cometido, pero que de la que una persona solvente económicamente sí habría podido corregir.
En consonancia con el espíritu realista del relato, todos los elementos estéticos buscan la veracidad más absoluta. Desde la orgánica fotografía de Pascal Marti hasta la banda sonora de Akido, incluyendo también el montaje de Simon Jacquest, todos los elementos que dan forma al relato pasan prácticamente desapercibidos, propiciando un impacto más auténtico en el espectador. Una efectividad que se debe en gran parte a las espléndidas interpretaciones del trío protagonista: Guillaume Canet, que poco a poco se está afianzando como no de los grandes actores-directores europeos, Laïla Bekhti, que se ha dejado ver en fimos recientes como Paris, je t’aime (2006), Un profesta (Un prophète, 2009, Jacques Audiard) o La fuente de las mujeres (La source des femmes, 2011, Radu Mihaileanu); pero sobre todo, la aportación de del pequeño Slimane Khettabi que, fuera de toda concesión a la sensiblería, consigue un impresionante retrato de un niño perdido, que se aferra a lo poco que tiene, emocionalmente hablando, con tal de no desvincularse de su madre.
(...) Catherine Paillé y Cédric Kahn, responsables del guión, hacen de la imperfección de sus personajes una de las señas de identidad del relato. Como en la vida real ninguno de ellos consigue medir sus emociones, descargan las frustraciones personales el uno con el otro y se echan en cara cuestiones que deberían permanecer para sí mismos. Incluso llegarán a exigir pruebas del otro que es posible ni ellos mismos hubieran pasado. Pero todo ello hace que los lazos entre los personajes se hagan mucho más fuertes, revalorizando esa premisa optimista que subyace a lo largo de todo el relato y que llega a emocionar con mucha más fuerza cuando les hemos conocido en profundidad. Particularmente sorprende y emociona la peculiar relación forzada que se establece entre Yann y Slimane, siendo la que finalmente termina por conseguir sellar ese triángulo que, sin la existencia del pequeño, no habría podido cerrarse de ninguna manera.
Publicado originalmente en EXTRACINE
No hay comentarios:
Publicar un comentario