Título original: Avatar
Año: 2009
Nacionalidad: EE. UU.
Dirección: James Cameron
Guión: James Cameron
Producción: James Cameron & Jon Landau
Fotografía: Mauro Fiore
Música: James Horne
Montaje: James Cameron, John Refoua & Stephen E. Rivkin
Diseño de producción: Rick Carter & Robert Stromberg
Dirección artístico: Nick Bassett, Robert Bavin, Simon Bright, Todd Chemiawsky, Jill Cormack, Stephen Dechant, Seth Engstrom, Sean Haworth, Kevin Ishioka, Andrew L. Jones, Andy McLaren, Andrew Menzies, Norman Newberry, Ben Procter & Kim Sinclair
Decorados: Kim Sinclair
Vestuario: John Harding, Mayes C. Rubeo & Deborah Lynn Scott
Reparto: Sam Worthington, Zoe Saldana, Sigourney Weaver, Stephen Lang, Joel Moore, Giovanni Ribisi, Michelle Rodriguez, Laz Alonso, Wes Studi, CCH Pounder ...
veo, veo, ¿qué ves?
Lo mejor que puedo decir de Avatar es que es una película sincera. No engaña. Ofrece lo que promete: colores, acción y entretenimiento. Puede que de colores se pase un poco y más parezca que estamos, no ya en un desfile de Agata Ruiz de la Prada, sino en la proyección virtual de su subconsciente. El asunto de la acción no requiere comentario, es un campo en el que Cameron se desenvuelve muy bien, aunque alguna parte resulte algo reiterativa, cosa que solemos perdonarle. Y cierto es que entretener, entretiene, pero muchos programas de televisión también entretienen, por infames que sean. En cualquier caso, un filme honesto consigo mismo y con sus pretensiones. Vi lo que esperaba ver. Ni más ni menos.
Lo primero que me llama la atención es el guión. No me refiero a las acciones de los personajes ni a los giros dramáticos, está claro que siguen al pie de la letra las tribulaciones de Pocahontas, ya sea en la película de Walt Disney, Pocahontas (1995, Mike Gabriel y Eric Goldberg), o en la épico-intimista obra de un auténtico cineasta ecologista como es Terrence Malick, El nuevo mundo (The new world, 2005). A nadie le descubro nada. Lo que me fastidia son unos diálogos de película de adolescentes con frases como “¿De qué vas?”, con gesto de negra chunga incluido -justo cuando ella le rechaza el saludo después de salvarle la vida-, por ejemplo. Si en los mencionados filmes sobre la llegada de los anglosajones al continente americano, los personajes responden a unos estímulos propios del siglo XVII, estos personajes se comportan como lo peor del siglo XX, pero debemos suponer que están en no sé que tiempo, ni me importa. Cameron se limita a reflejar a un grupo cualquiera de sus coetáneos norteamericanos y convertirlos en vaqueros del espacio, no haciendo ninguna reflexión sobre el hecho de que estén en tiempo futuro. Un tiempo, además, en el que deben haberse hartado (h aspirada, por favor) de conquistar y colonizar nuevos mundos y especies extraterrestres, pues no les interesan ni las nuevas formas de vida ni la naturaleza ni nada de nada de este nuevo mundo.
Personalmente me molesta mucho el descaro con el que incorpora a su argumento elementos de una magnífica saga de ciencia ficción, la que iniciara Frank Herbert con Dune, el único planeta en todo el universo en el que se puede encontrar la especia melange. Un planeta dominado por un pueblo de nativos, los Fremen, que estando a punto de ser invadidos y sometidos por los Harkonen, terminarán compartiendo su cultura y conocimientos con un Atreides, un extranjero -o extraterrestre pues viene de otro planeta, aunque tenga su misma forma-, Paul Atreides y su madre, quienes también comparten con ellos su magia. Casualmente, Paul, -o Muad’Dib con el que se conoce a Paul en su nueva tribu o Usul, pues también tienen un nombre como guerreros, otra similitud con los indios- también se enamora de una nativa, Chani, que también es su protectora y quien le introduce en sus costumbres y que además y otra vez y también tiene que superar la prueba definitiva conquistando, en este caso, un gusano. Juntos conseguirán derrotar y echar al enemigo invasor y opresor.
El caso es que la novela de Frank Herbert también es una novela ecologista. Y mística -el propio George Lucas confesó en su día que se había inspirado en Dune para desarrollar la idea de la mítica “fuerza” de La guerra de las galaxias (1977)-. La ecología, que parece ser uno de los argumentos de los defensores del filme, me resulta realmente muy superficial, ya no en el contexto de la película, sino en el conjunto de la obra de James Cameron. Ni me la creo en Terminatior 2 (Terminator 2: judgement day, 1991), donde más parece una excusa para incluir un apunte antinuclear en la película y que parezca menos intrascendente, ni me la creo en Abyss (The Abyss, 1989), título que no merece mayor atención. Podría nombrar unos cuantos títulos que tratan las virtudes ecológicas de los indios nativos americanos, pero en su lugar, y para que conste que no sólo de indios vive la ecología y la capacidad para interpretar e integrarse un entorno natural, ya sea animal o vegetal, quisiera recordar aquel maravilloso cazador nómada de la tribu china Hezhen en Dersu Uzala (1974, Akira Kurosawa), que respetaba de igual manera a una persona, que al viento, o al tigre, o al invierno.
No voy a comentar la historia de amor, pues entre Pocahontas y Muad’Dib no hay más que añadir, sólo querría puntualizar que si Paul Atreides era un extraterrestre para su muchacha Fremen, o John Smith un extranjero para Pocahontas, en el caso de Avatar, la cosa se pone metafisiológica, pues cuando se dicen aquello de “te veo”, ella en realidad se lo está diciendo a un pedazo de plástico, más o menos como si Sarah Connor se lo dijese a un Terminator, pues aunque el avatar esté manipulado por control remoto, no se trata más que de un pedazo de plástico que cada vez que es desconectado cae desplomado al suelo, literalmente y con una contundencia que no deja lugar a dudas. No creo, de hecho, que trate mejor a las mujeres en su película, de hecho, si nos fijamos en las mujeres de otros de sus relatos comprobaremos que todas acaban convertidas en hombres, pero no por una cuestión de igualdad de género, sino por la mimetización con las características masculinas, sobre todo las que tienen que ver con la violencia.
Mi problema con Avatar no es que no me crea la película, a quien no me creo es a su autor. La “reivindicación” que hace de la cultura india es absolutamente superficial y parcial. Mi interpretación de su película no es que los indios ganan la batalla a los vaqueros, sino que sólo ganan porque un cowboy americano está al mando, guiándoles y orientándoles en su estrategia. El cowboy (birdboy en este caso) es el único que sabe siempre lo que tienen que hacer, cuando huir y cuando atacar. El cowboy es el único al que se le ocurre conquistar el pájaro rojo, o a los indios no se les había ocurrido nunca o igual pensaban que el rojo con el azul no iba a quedar bien. Una nueva versión de la colonización de los estados unidos de America, pero desde un punto de vista falsamente pro-indio. Desde mi punto de vista casi se puede llegar a la conclusión de que el propio Cameron no cree que los indios pudieran ser capaces de desarrollar una estrategia militar, más allá de escuchar en el suelo si se acercaba un caballo. En este sentido me recuerda aquel filme de John Ford, Fort Apache (1948), una película en la que el un cretino militar norteamericano trata de salvajes a los indios y subestima su capacidad de para contener un ataque de sus hombres por considerar que no tienen ni idea de estrategia. Un personaje que, curiosamente, sale retratado como héroe y como un señor con unos grandes valores anglosajones -la testarudez absurda y la idiotez supina, sobre todo-, a pesar de ser el responsable de la gran derrota de su ejército -está claro que cada uno entiende la película, la vida y la historia como le viene en gana.
Pero lo peor de todo, siempre desde mi punto de vista, vuelve a ser el discurso violento y belicista de Cameron, que parece indicar que la guerra es el único camino posible para conseguir la retirada del hombre blanco. ¿Pues no consiguiera Gandhi el mismo objetivo a base de huelgas de hambre y un digna consigna a la no violencia? ¿O es que los indios de Asia son menos indios que los indios de América?
Aún así, la peor batalla que ocasiona Avatar no tiene lugar en la película, sino fuera de ella, en la vida real. En la que tenemos en la esquina derecha del cuadrilátero a los que están a favor de un filme que plagia tantas y tantas películas. Un hecho que asimilan como positivo y hasta normal, a pesar de que los propios autores de la película se jacten de que han creado algo que no se había hecho antes, literalmente. En la esquina izquierda están los que están en contra de alabar un filme que copia como si no nos fuéramos a dar cuenta y que aunque pueda entretener y hacerte pasar un rato entretenido con los colorinchis, se niegan a aceptar la supuesta revolución que ha causado. También debe haber un tercer grupo que considere la actitud de Cameron como una manera de evitar enfrentarse al pago de los derechos de la propiedad intelectual. Va a ser esto.
Aunque lo que me parece realmente asombroso y alarmante es que nadie destaque las virtudes de una historia que especula con las posibilidades de la realidad virtual para un parapléjico como el protagonista. Un asunto que considero sí está tratado con mucha delicadeza y dedicación, pero que pasa desapercibido en aras de la defensa sobre la cultura india. Cuando la verdad es que Avatar nos acerca a la cultura india tanto como las películas de Jackie Chan nos acercan a la cultura china. Imagino que una supuesta segunda parte, debieran ir a buscar extraterrestres a otro planeta (propongo que sean de color verde) en el que sus seres representarían al pueblo negro, y en una supuesta tercera entrega, irían a otro planeta de los que traerían unos seres de color violeta a los que obligarían a construir la obra civil, que representarían al pueblo asiático al que utilizaron para construir el ferrocarril. Porque, ¿qué cultura, qué pueblo, qué persona no ha sido invadida, de una u otra manera, por el American way of life?
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