Título original: The hurt locker
Nacionalidad: EE. UU.
Dirección: Kathryn Bigelow
Guión: Mark Boal
Producción: Kathryn Bigelow, Mark Boal, Nicolas Chartier & Greg Shapiro
Fotografía: Barry Ackroyd
Música: Marco Beltrami & Buck Sanders
Montaje: Chris Innis & Bob Murawski
Diseño de producción: Karl Júlíusson
Dirección artístico: David Bryan
Decorados: Amin Charif El Masri
Vestuario: George L. Little & Vicky Mulholland
Reparto: Jeremy Renner, Anthony Mackie, Brian Geraghty, Guy Pearce, Ralph Fiennes, David Morse, Evangeline Lilly, Christian Camargo, Suhail Aldabbach, Christopher Sayegh, Nabil Koni, Sam Spruell, Sam Redford...
el hombre era ella
El problema de comentar el último filme dirigido por Katheryn Bigelow es que aunque la forma sea inequivocamente eficaz, el mensaje que transmite su contenido es absolutamente repugnante.
No voy a cuestionar la habilidad para crear imágenes de impacto y secuencias emocionantes de la señorita Bigelow. Sabe, perfectamente, dónde colocar la cámara, buscar el encuadre adecuado y conjugar fotografía, sonido y montaje con una habilidad deslumbrante, como ya demostrara en cualquiera de sus anteriores filmes. Los aciertos comienzan en la primera secuencia en la que sabe jugar con la (escasa) popularidad de Guy Pierce dirigiéndonos hacia un final inesperado. Un recurso que se repite con las demás caras famosas que integran el reparto.
El problema (el mío) radica en el guión, no porque no sepa hacer avanzar la historia con fluidez, ni porque sea previsible, ni porque no tenga ningún interés. Al contrario, un servidor estuvo toda la proyección atento a la pantalla. La estructura inductiva contribuye a la incertidumbre que crea la progresión de los hechos, pero el suspense no está creado por los avatares de los personajes, sino por intentar entender lo que Katheryn y su guionista, Mark Boal, pretenden contarnos. Por saber cual es su postura en esta guerra (o en la que sea). Por desgranar la psicología del protagonista y dilucidar si es un suicida o un psicópata o un drogadicto emocional o un descerebrado sin más. Por comprender el desprecio con el que se trata a los iraquíes, por asimilar la autoridad con la que los vástagos del Tío Sam se mueven por un pueblo que no es el suyo, cuya lengua no hablan, cuyas costumbres desconocen, desaprueban y pisotean. Por aclararnos acerca del dilema ético sobre si la guerra en sí (esta o cualquier otra) es buena o mala.
Llevo varios días intentando hacer memoria, buscando en mi disco duro, rascándome las venas, los nervios y las pieles, pero no encuentro un sólo ejemplo de cine bélico que no sea, por definición, antibélico. Desde Sin novedad en el frente (All quiet on the Western front, 1930, Lewis Milestone) hasta La delgada línea roja (The thin red line, 1998, Terrence Malick) y otras adaptaciones de novelas de James Jones, pasando por el magnífico alegato antibélico de Jean Renoir, La gran ilusión (La grande illusion, 1937), el cine neorrealista de Roberto Rossellini y Luchino Visconti, las propuestas de Stanley Kubrick, Catch-22 (1970, Mike Nichols), MASH (1970, Robert Altman), M*A*S*H (1972-1983) la serie de televisión, Apocalypse now (1979, Francis Ford Coppola), las bio-pictures de Oliver Stone, los delirios de Brian De Palma, las miradas a uno y otro lado sobre la batalla de Iwo Jima de Clint Eastwood o, incluso, el cine sobre la Guerra Civil española no alientan, para nada, a ir a la guerra. Todo lo contrario, nos previenen sobre sus devastadoras consecuencias y la nula efectividad de cualquier contienda, tanto para vencedores como para vencidos.
Sí que es cierto que en los años setenta proliferaron títulos de evasión enmarcados en una guerra, estoy pensando en algunos de los filmes de Sam Peckinpah, Robert Aldrich o, incluso, Enzo G. Castellari, pero en este tipo de filmes la guerra no es el argumento principal, sino el marco en el que se desarrollan los conflictos de los protagonistas, no haciendo un juicio moral sobre la guerra en sí, sino sobre unos personajes que suelen beneficiarse de unas lamentables circunstancias para sacar provecho. De cualquier manera siempre es un cine en clave de género que no trata de ser realista ni consecuente. Igualmente, cuando nos encontramos con un cine patriótico, a lo Salvar al soldado Ryan (Saving private Ryan, 1998, Steven Spielberg), el mensaje sigue siendo la inutilidad de una guerra, por muchos planos que le dedique a la bandera de los Estados Unidos.
¡Anda claro! Qué despiste. Se me olvidaba. Sí que hay un cine que elogia la guerra, ¿cómo se me habrán podido pasar El triunfo de la voluntad (Triumph des Willens, 1936), la obra de Leni Riefenstahl y película de referencia de cualquier judío de postín? y todos los filmes de propaganda producidos por el traviesillo doctor Goebbels, ministro de propaganda del Tercer Reich -títulos que han quedado el más absoluto ostracismo dada a nula calidad artística de casi todos ellos-, y las que se hacían en tierras de Benito Mussolini, que levantara Cine Città para mayor gloria del cine fascista italiano, y ¿qué sería de España sin el NO-DO y las producciones de CIFESA? y ¿qué sería de los españoles sin Raza (1942, José Luis Sáenz de Heredia), la película cuyo guión escribiera el mismísimo generalísimo -con seudónimo? Y, como la propaganda no entiende de colores políticos, ¿dónde estaríamos sin el realismo socialista de los rusos o su derivado ese en realismo histórico?
La cuestión es que este tipo de cine ni siquiera es cine bélico, es cine de propaganda: nazi, socialista o capitalista, lo mismo da, pero de propaganda. Un tipo de cine que responde a unas necesidades derivadas de una realidad concreta, del miedo a la guerra, de la confianza de ir a ella, de la necesidad de reivindicar los héroes patrios, de la necesidad de justificar la guerra... Y entonces, ¿era necesario una muestra de cine de propaganda capitalista como el de la señora Bigelow en estos momentos? No. Podría haber sido coherente en plena era Bush, ¿pero ahora con Obama?... A mi, por lo menos, me resulta totalmente desfasada, innecesaria, gratuita, boba. ¿Estaba invitada Susan Sarandon a la gala de los Oscar?
En tierra hostil resulta, además, un filme de lo más irresponsable -no me extraña que los propios militares norteamericanos hayan (que lo han hecho) denunciado su falta de coherencia y su desapego de la realidad. Imagino que hasta a ellos les debe haber dado vergüenza ajena un discurso como el del Coronel Reed (David Morse) al sargento William James (Jeremy Renner) sobre la valentía y el coraje. Además, directora y guionista (que no guionisto, una vocal no marca el género), se muestran tan superficiales e inicuos con el coronel John Cambridge (Christian Camargo) que lo único que hacen es demostrar que nunca en su vida han estado ni conocido a nadie que haya estado en una guerra. ¿Cómo dices? Que has leído en algún sitio que la intención de Katheryn era denunciar que los hombres son adictos a la guerra? ¿Todos los hombres? De todas maneras, si eso fuera así, lo ha hecho fatal, porque eso no está en su película. No. Yo, por lo menos, no lo vi.
En 1942, William Wyler, estrena la película La señora Miniver (Mrs. Miniver), un título de propaganda explícita que trata de suavizar la imagen de los británicos, deteriorada por una batallita perdida, una filme que también se lleva los principales premios de la academia norteamericana y que se convierte en uno de los más taquilleros de la década de los cuarenta. Sin embargo, cuatro años después, el mismo director, William Wyler -de sexo masculino, de opción sexual la homosexual-, sorprende con un oportuno (que no oportunista) estudio psicológico y social del período de reconversión de tres veteranos de guerra: un oficial de infantería, un piloto de aviación y un marino mutilado, Los mejores años de nuestra vida (The best years of our life), un título coherente y responsable que denuncia las consecuencias de la guerra en militares y civiles, en hombres y mujeres, en los que fueron y en los que se quedaron, en vencedores, no salen vencidos. De hecho, el filme, vuelve a reportar las preciadas estatuillas a director y equipo y se convierte en una de las películas más taquilleras de la historia del cine. Todavía hoy en día sigue estando dentro de la lista de las 100 películas más vistas de todos los tiempos. No me cabe duda que William Wyler habría sabido tratar con más realismo, coherencia y responsabilidad la secuencia más inverosímil de la película de la señorita Bigelow, la del sargento William James de vuelta a su país, con su mujer y su hijo. No voy a desvelar porqué menciono esto -en deferencia por aquellos que no hayan visto la película- pero, independientemente de que uno pueda estar o no de acuerdo con el mensaje de la película, esta secuencia demuestra que todo lo anterior es un conjunto de personajes y acciones manipuladas, retorcidas y deformadas para intentar llevarnos a una, supuesta, tierra hostil y concluir con una secuencia lamentable, desde cualquier punto de vista.
No quisiera despedirme sin constatar el retraso de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de los Estados Unidos en materia de género, al anunciar a bombo y platillo que la señora Bigelow es la primera mujer en la historia en recibir la estilizada estatuilla, cuando en la equivalente academia española, tres señoras tienen ya su merecido cabezón: Pilar Miró, Iciar Bollaín e Isabel Coixet, además de las que lo consiguieran como directoras de su primera película como Ana Díez, Rosa Vergés, Ángeles González Sinde o Mar Coll, esta última, este mismo año. Por mí que no quede, patriótico como el que más, o la que más, lo mismo da, una vocal no marca ni género ni diferencia. Y yo a la guerra ni muerta ni sencilla.
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