domingo, 21 de marzo de 2010

Malditos bastardos

Título original: Inglorious basterds
Año: 2009
Nacionalidad: EE. UU. & Alemania
Dirección: Quentin Tarantino
Guión: Quentin Tarantino
Producción: Lawrence Bender
Fotografía: Robert Richardson
Montaje: Sally Menke
Diseño de producción: David Wasco
Dirección artístico: Marco Bittner Rosser, Stephan O, Gessler, Sebastian T. Krawinkel, David Scheunemann, Steve Summergill & Bettina von den Steinen
Decorados: Sandy Reynolds-Wasco
Vestuario: Anna B. Sheppard
Reparto: Brad Pitt, Mélanie Laurent, Christoph Waltz, Eli Roth, Michael Fassbender, Diane Kruger, Daniel Brühl, Til Schweiger, Gedeon Burkhard, Jacky Ido, b. J. Novak, Omar Doom, August Diehl, Denis Menochet, Sylvester Groth, Martin Wuttke, Mike Myers, Julie Dreyfus, Richard Sammel, Alexander Fehling, Rod Taylor, Soenke Möhring...


vj tarantino y su cine remezclado o la conversión de cine serie z en cine clásico


La trayectoria de Quentin Tarantino resulta, cuanto menos, peculiar. Encumbrado por la crítica por su ópera prima, Reservoir dogs (1992), elevado a la categoría de cineasta innovador y revolucionario por el público con su segundo trabajo, Pulp Fiction (1994), denostado desde entonces por unos y otros pues ni Jackie Brown (1997) fue realmente apreciada por el público, ni Kill Bill: Vol.1 (2003) ni Kill Bill: Vol. 2 (2004) fueron entendidas por la crítica, y parece que del programa doble compuesto por Death Proof (2007) y Planet Terror (2007, Robert Rodríguez), el mejor parado fue el segundo. Quizás su actitud de enfant terrible le haya pasado factura, quizás el personaje haya sobrepasado a su obra, quizás gusten más sus elaboradas bandas sonoras que sus remezclas audiovisuales. Sin embargo, una pausada revisión de sus obras, con la perspectiva del paso del tiempo, nos revela que Tarantino nunca fue un cineasta revolucionario ni moderno, sino más bien todo lo contrario, un cineasta clásico, con tendencia a resolver sus trabajos con un inusitado ahorro narrativo y un riguroso respeto por la historia que quiere contar.
Parece como si Tarantino siguiera la estela de aquellos denominados cineastas del nuevo Hollywood: Steven Spielberg, George Lucas, Francis Ford Coppola, Martin Scorsese o Brian de Palma, entre otros, que revisaran cada uno de los géneros clásicos para actualizarlos a una nueva época y convertirlos en cine de serie A. Si bien estos fueran carne de patio de butacas, Tarantino es más rata de video-club, lo que le lleva a haber consumido, más que cine de género o serie B, cine de sub-género y de serie Z, siendo su objetivo la exaltación de un tipo de cine denostado no sólo por la crítica, sino también por un amplio sector de público. Un cine remezclado, casi más que renovado, pero que conlleva la reivindicación del valor del cine como espectáculo y como forma de entretenimiento. Esta premisa, aunque evidente, también resulta tramposa, pues el propio cine de Tarantino, aunque pueda resultar muy entretenido es bastante intelectual. Una intelectualidad soterrada en la que el espectador de a pie puede disfrutar con el lado espectacular y entretenido, sin pensar que se le escapa algo, y el espectador especializado, disfrutar, igualmente, descubriendo y reconociendo citas, homenajes y reivindicaciones.
Inglorious basterds se plantea, pues, como la reivindicación del cine de entre guerras europeo, tanto el alemán realizado bajo el auspicio del Tercer Reich -no de todo el cine que se hiciera, sino de aquel que, a pesar del régimen, seguía manteniendo su calidad artística- como el que se realizara en la Francia ocupada; la exaltación del cine de serie B, especialmente el subgénero de película de acción que se desarrolla dentro de un contexto bélico -tan prolífico en los años setenta-; la remezcla con otros géneros cinematográficos -como el spaghetti western- y tendencias musicales -como el pop-; dejando un hueco para la autocrítica, no a sí mismo, sino a su cultura -o incultura, en este caso-, la de los norteamericanos.
Lo primero que hace Quentin es alejarse de la realidad. No vamos a ver otra historia sobre lo malos y desgraciados que fueron los nazis, sino una fábula sobre lo que nos hubiera gustado que les pasase. Lo segundo que hace es acercarse a ella y nos sorprende con un filme en el que los franceses hablan en francés, los alemanes en alemán y los americanos en inglés. Todo lo contrario que se hace -incluso en la actualidad- en la mayoría de filmes anglosajones -los británicos también lo hacen (The reader, 2008, Stephen Daldry) y, desgraciadamente, en algunos filmes que se autodeterminan internacionales (Agora, 2009, Alejandro Amenábar). Tarantino opta porque cada personaje hable en el idioma que naturalmente hablaría, igual que en la vida real, enriqueciendo así la historia y dotándola de una verosimilitud que, probablemente, nos facilite asimilar las cosas menos creíbles. De la misma manera utiliza actores y actrices alemanes para los personajes alemanes, actores y actrices franceses para los personajes franceses y actores -aquí sólo hombres y no estaría seguro de denominarlos actores- para los personajes norteamericanos. No es de extrañar que en una comparación sobre la calidad de tan flamante reparto internacional, los peor parados sean, con abismal diferencia, los norteamericanos. La cara y pose de gilipollas que mantiene Brad Pitt durante todo el metraje no es pose ni es cara ni nadad de nadas, tan solo, fruto de la escuela de interpretación americana. Y no me vale que está exagerando su personaje, porque los demás también exageran sin parecer subnormales. Si acaso, cabría una doble interpretación hacia la cultura norteamericana que siempre ha despreciado el producto extranjero, a no ser que fuera un producto inmigrante y se manufacturara en tierras norteamericanas.
Continuando con el profundo amor por el cine, tanto sea cine bueno como malo, pero cine, al fin y al cabo, Tarantino encaja a sus personajes en un ajustado y exquisito marco cinematográfico, reivindicando a cineastas como Georg Wilhem Pabst, que tuviera que continuar su carrera bajo el régimen nazi; Leni Riefenstahl, quien ya fuera conocida en Alemania por su labor como actriz antes que directora; Henri-Georges Clouzot, cineasta atacado por los alemanes e incomprendido por los franceses -al menos en el periodo de ocupación-; Emil Jannings, primogénito ganador del Oscar al mejor actor en la primera edición de los premios de la academia norteamericana, que tuviera que regresar a Alemania al ser rechazado su fuerte acento alemán con la llegada del sonoro… y un filón de referencias y homenajes cinematográficos que aportan una credibilidad y verosimilitud inusitadas en un filme que tan sólo pretende entretener. Ojalá otros cineastas pseudo modernos y alternativos tomaran nota y fueran a clase, o al video-club -al Poliplex, para más señas. Por otro lado están los recursos estéticos y expresivos que roba del spaghetti western y el sub-género de acción setentero, tan prolífico y fecundo en la cinematografía de Enzo G. Castellari, a quien Quentin Tarantino rinde tributo al tomar prestado el título de una de sus más irreverentes travesuras, Quel maledetto terno blindado (1978, Enzo G. Castellari), cuyo título americano no era otro que Inglorious bastards.
De cualquier manera aviso que la película acaba por resultar un tanto irregular, sobretodo por la esclavitud de Tarantino por los diálogos, que alargan innecesariamente algunas secuencias y ralentizan el ritmo global de la película. Particularmente el episodio de la cita con Bridget von Hammersmark, inexplicable y desesperadamente largo. Personalmente me quedo con los capítulos impares, aquellos que corresponden a la parte francesa, la más emocionante e interesante, protagonizados por una fabulosa y expresiva, Mélanie Laurent, que no necesita apenas hablar ni moverse ni gesticular para transmitir todo el torrente de sentimientos y emociones que recorren a su personaje en determinados momentos. El anacrónico momento Cat people (Putting out firme) con la voz de David Bowie, no tiene precio. La parte alemana se crece cada vez que aparece en la pantalla el formidable Christoph Waltz, capaz de incrementar la simpatía por su personaje cuanto más despiadado y desalmado se muestra. La supresión de la parte americana no se habría echado de menos, más si cabe por abrir unas expectativas con unos personajes, que resultarán ridículamente truncadas en el resto de la trama. Y no tienen gracia. O yo, por lo menos, no se la veo. Lo que realmente tiene gracia es el hecho de que, en esta película, los que realmente ganan son los franceses y los judíos, representados en una cara femenina, no los norteamericanos representados en una mueca masculina.

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