domingo, 14 de febrero de 2010

La cinta blanca

Título original: Das weisse Band - Eine deutsche Kindergeschichte
Año: 2009
Nacionalidad: Alemania, Austria, Italia & Francia
Dirección: Michale Haneke
Guión: Michael Haneke
Producción: Stefan Arndt, Veit Heiduschka, Michael Katz, Margaret Ménégoz & Andrea Occhipinti
Fotografía: Christian Berger
Montaje: Monika Willi
Diseño de producción: Christoph Kanter
Dirección artística: Anja Müller
Decorados: Heike Wolf
Vestuario: Moidele Bickel
Reparto: Christian Friedel, Ernst Jacobi, Leonie Benesch, Ulrich Tukur, Ursina Lardi, Fion Mufert, Michael Kranz, Burghart Klaussner, Steffi Kühnert, Maria-Victoria Dragus, Leonard Proxauf, Levin Henning, Johanna Busse, Thibault Sérié, Josef Bierbichler, Gabriela Maria Schmeide, Janina Fautz, Enno Trebs, Theo Trebs, Rainer Bock, Susanne Lothar, Eddie Grahl, Branko Samarovski, Klaus Manchen, Birgit Minichmayr, Sebastian Hülk, Kai-Peter Malina, Kristina Kneppek, Stephanie Amarell, Aaron Denkel, Detlev Buck, Anne-Kathrin Gummich, Luzie Ahrens...

la mala educación

Lo peor de La cinta blanca es la salida del cine, ese momento en el que, todavía sobrecogido y conmocionado por esas dos horas y media de drama, terror e intensidad, se escucha una estúpida voz por encima de las demás: “pues yo no he visto la relación que tiene con la gestación del partido nazi”. Me molesta, principalmente, porque sea o no una afirmación acertada, reduce una película tan rica en matices, sugerencias y emociones a un mero planteamiento de telefilme de sobremesa. No es la primera vez que Michael Haneke especula sobre los orígenes de la violencia. Su filmografía está repleta de personajes cargados de odio, miedo, rencor, traumas y xenofobia que navegan entre la agresión, el suicidio, el parricidio, el masoquismo o el asesinato, pero nunca tratados desde un punto de vista sensacionalista sino desde la alarma por las enfermedades psicológicas y emocionales de la sociedad actual. 
Antes de entrar en la exposición de mi punto de vista sobre la excelente obra de Haneke,  debo resaltar el magnífico reparto que defiende unos personajes que trasmiten más por lo que callan que por lo que dicen. Entre ellos se encuentran  Burghart Klaussner, el obstinado pastor, a quien conocemos de filmes como Good bye Lennin (2003, Wolfgang Becker) o The reader (2008, Stephen Daldry), donde también interviene la magnífica Susane Lothar, la mortificada comadrona, habitual de otros filmes de Haneke como La pianista (La pianiste, 2001) o Funny games (1997) y de otros filmes internacionales como Amen (2002, Costa-Gavras)  en la que se diera a conocer Ulrich Tukur, el poderoso barón. Aunque lo que realmente impone, conmueve y te deja petrificado en el asiento es el impresionante grupo de jóvenes actores y actrices que interpretan a los niños a los que alude su título original (Eine deutsche Kindergeschichte: un cuento de niños alemán).
Michael Haneke no utiliza ningún truco o aderezo artístico para transmitir su historia. Tanto la fotografía -impecable trabajo de Christian Berger colaborador asiduo de Haneke-, como el montaje -responsabilidad de otra habitual, Monika Willi-, los decorados o el vestuario son absolutamente naturalistas, muestra siempre lo necesario, lo preciso, lo justo; ni siquiera cuenta con una banda sonora que influya en nuestras emociones -la única música que se escucha es diegética-, y todos los medios están al servicio de la realidad, nunca de la estética. Responsable y coherente con su discurso y con el resto de su filmografía, Haneke no muestra la violencia física -al menos no en las personas- manifestándose ésta sólo fuera de campo, en la actitud de los personajes y en las lesiones y heridas que su abuso deja en el individuo; no así la violencia psicológica pues el miedo, el odio y el rencor emanan de cada gesto, de cada mirada, de cada silencio. 
La única manipulación posible es interna, dentro del relato, de mano del narrador: el maestro. De él se sirve Haneke para construir la evolución del argumento a través de la exposición de los acontecimientos en primera persona, utilizando todas las figuras de descripción a su alcance y manteniendo el orden en el que le consta que tuvieron lugar, para lo que recurre  a la etopeya, entendiendo que el personaje debe dilucidar cómo sucedieron los hechos a tiempo pasado, pudiendo reconstruirlos desde la perspectiva de su tiempo presente y como consecuencia de deducciones personales; de la misma manera que el espectador deberá ver, escuchar, reflexionar y sacar sus propias conclusiones. 
Los personajes del relato no tienen nombre propio, se hace referencia a ellos por su profesión: el maestro, el médico, el pastor, el barón, el campesino, la campesina, la baronesa, la mujer del pastor, la comadrona... Este recurso permite que enfoquemos nuestra atención, no sobre un individuo, un pueblo o una región concreta sino que, identificándoles con el conjunto de valores que representan, se convierten en símbolos de la sociedad alemana de principios de siglo XX. Los únicos que tienen nombre propio son los niños, en un intento, quizás, de señalar que son individuos, que todavía no son responsables de sus actos pues no están formados como personas, no conocen la diferencia entre el bien y el mal y no distinguen entre la muerte de una rana, de un caballo o de una persona. Estos niños con nombre propio todavía no forman parte de la comunidad que les forma, les educa y va a influir, definitiva e irremediablemente, en las decisiones que tomarán cuando se incorporen finalmente a la sociedad, cuando se conviertan en ciudadanos con todos sus derechos y deberes. 


La postura final del maestro aclara que no sólo es culpa de ellos, sino que los adultos, con su connivencia, son igualmente culpables de estos sucesos, y más todavía aquellos que, por vergüenza o miedo, no sólo no asumen su responsabilidad sino que les encubren y ocultan la total ausencia de inocencia y  pureza que debiera remarcar esa cinta blanca. Percibiendo una amplia crítica a la educación que reciben los niños, el hecho de que la tarea de narrar los acontecimientos caiga, precisamente, sobre el maestro, parece querer eximirle de toda responsabilidad en las atrocidades que se cometen. No es el sistema educativo el que falla, sino la forma de vida, la sociedad: el germen está en casa, en la familia, en ese modelo de conducta hipócrita y distorsionado que mezcla ley con religión, moral con represión y pureza con intolerancia. 
Si bien al principio de la narración no se nos ubica en un tiempo concreto, tras tener conocimiento de la mayoría de los desagradables hechos que se nos refieren, y en un momento puntual del relato, se nos ubica en un espacio temporal determinado, casi parece una comparación, igual que si el asesinato del archiduque Francisco Fernando de Austria y su esposa en Sarajevo constituyeran el detonante de la Primera Guerra Mundial, los hechos relatados pudieran tener una repercusión posterior. Debemos tener en cuenta que el Nacional Socialismo tiene su origen en el Partido Obrero Alemán, fundado en enero de 1919, que surge, precisamente y a consecuencia de la derrota alemana en la Primera Guerra Mundial. Un partido al que Adolph Hitler se une en septiembre de ese mismo año y que, a petición de él mismo, celebrará en Munich, en febrero de 1920, su primer mitin multitudinario en el que se leen los 25 puntos que constituirán el dogma nazi. Si echamos unas sencillas cuentas nos percataremos de que, en el momento en que se narra este cuento, Hitler cuenta sólo 25 años... y, lamentablemente, muchas cosas por hacer. ¿Alguna duda sobre quien le ayudó?

1 comentario:

  1. Acabo de verla y lo primero que he hecho cuando he dejado de flipar ha sido leer tu crítica. Estoy totalmente de acuerdo. Esta película es lo más. Haneke no defrauda para nada.

    Los niños son impresionantes. No me daban tanto repelús desde "Quién puede matar a un niño"

    xx

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