Año: 2009
Nacionalidad: España
Dirección: Gabe Ibáñez
Guión: Javier Gullón, basado en una idea original de Javier Gullón y Jesús de la Vega
Producción: Álvaro Augustín & Jesús de la Vega
Fotografía: Alejandro Martínez
Música: Zacarías M. de la Riva
Montaje: Enrique García
Diseño de producción: Patrick Salvador
Vestuario: Patricia Martínez
Reparto: Elena Anaya, Hugo Arbues, Jon Ariño, Miriam Correa, Tomás del Estal, Andrés Herrera, Javier Mejía, Kaiet Rodríguez, Raquel Salvador, Bea Segura, Mar Sodupe
la madre no muerta
Cierta vez tuve la ocasión de ver un fascinante corto en un programa de televisión tipo Metrópolis, Máquina (2006), aunque no supe ni el título ni su autor hasta que estaba buscando información sobre Gabe Ibáñez. Su cortometraje ilustraba sobre las posibilidades estéticas y visuales de un prometedor cineasta español, de hecho previamente, Gabe -un nombre de pronunciación incómoda, pues no sabría si pronunciarlo a la inglesa o, como se diría en español castizo, tal y como se lee-, estuvo involucrado en la realización de los efectos visuales de títulos como El día de la bestia y Perdita Durango (1995 y 1997, Álex de la Iglesia) o El corazón del guerrero (2000, Daniel Monzón).
Si bien en algún caso anterior, como Celda 211 (2009, Daniel Monzón), arremetí contra la manipulación y ostentación televisiva de Tele5, en esta ocasión debo admitir que aplaudo su valentía al arriesgarse con la producción de una ópera prima en la que muchos de los miembros del equipo técnico se estrenan en el medio cinematográfico o, cuanto menos, realizan su segundo o tercer trabajo fuera del mundo del cortometraje, habiendo también, la mayoría de ellos, colaborado previamente con Gabe en su cortometraje.
No es que se deba valorar una obra en función de si es la primera o la duodécima obra de su autor, ni que uno vaya a ser más indulgente por ese motivo -léase el comentario de Bienvenidos a Zombieland (Zombieland, 2009, Ruben Fleischer), también una ópera prima-, sino que, aunque hablemos de una obra imperfecta, nos transmite la dedicación y el trabajo de todos los profesionales envueltos en su producción en un filme sincero, honesto y sin falsas pretensiones.
Lo primero que conviene resaltar es que no nos encontramos ante un filme de terror psicológico, como parece transmitirnos su trailer, estamos ante un drama contado en forma de thriller. El aire terrorífico o inquietante viene dado por las intenciones estéticas y el uso de recursos audiovisuales característicos del cine de terror, particularmente del nipón: El círculo (Ringu, 1998, Hideo Nakata & Chisui Takigawa), Audition (Ôdishon, 1999, Takashi Miike), La maldición (Ju-on: the grudge, 2003, Takashi Shimizu); títulos que también utilizaban el ralentí, exageradas distorsiones sonoras, secuencias oníricas, etc., etc.
A primera vista encontramos similitudes argumentales con el mítico título de Otto Preminger, El rapto de Bunny Lake (Bunny Lake is missing, 1965), el niño desaparecido, la madre que no admite las explicaciones oficiales...; sin embrago el transcurso de los acontecimientos y un par de giros de guión nos llevará a la conclusión de que está más cercana al, no menos mítico filme de Roman Polanski, La semilla del diablo (Rosemary’s baby, 1968), en la que de la mano de Rosemary debíamos decidir si eran imaginaciones suyas o era realmente un complot de los demás contra ella.
Sin embargo es justo decir que el filme adolece de un uso repetitivo de efectos estéticos y audiovisuales que empañan las buenas intenciones de sus autores. Por otro lado, las expectativas que ofrece su título, Hierro, haciendo alusión al entorno en el que se desarrolla la acción, la más pequeña de las Islas Canarias, considerada antiguamente como el fin del mundo por su posición más alejada del continente y de las demás islas, se desperdicia ante la falta de verosimilitud al no poder encontrar ningún herreño con su característico acento canario que nos ubique emocionalmente en ese entorno.
Igualmente, el guión, desaprovecha psicológicamente esta ubicación, pues sirve sólo como pretexto para potenciar la idea que el niño está en algún sitio en la isla, al no haber otra posibilidad de acceso o huida que no sea el ferry. Nuevamente parece que encontramos la estética como excusa para la justificación del enclave geográfico al contar la isla con un paisaje volcánico y unas playas de arena negras inigualables. Además, se echa en falta alguna trama secundaria que aporte una profundidad psicológica a la historia, sustentada sólo en la pesadilla que sufre María y su desesperado viaje emocional para asimilar la realidad.
Es justo resaltar que Elena Anaya defiende espléndidamente a su personaje, siendo su interpretación la que consigue mantenernos atentos a la pantalla. Una interpretación en la que deliberadamente rehusa utilizar todo su potencial sexual pues vestuario y caracterización dibujan una imagen nada favorecedora. Otra cosa es que ella no pueda evitar emanar su elegante sensualidad, siendo los desnudos que se muestran fruto, nuevamente, de las necesidades estéticas del conjunto del filme.
A pesar de todo lo escrito, esperaremos con interés la llegada de una nueva propuesta del madrileño Gabe Ibáñez, de su prometedor equipo técnico y de la siempre estimulante Elena Anaya.
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