Título original: Todos tenemos un plan
Año: 2012
País: Argentina, España & Alemania
Dirección: Ana Piterbarg
Guión: Ana Piterbarg & Ana Cohan
Producción: Mariela Besuievski, Gerardo Herrero, Viggo Mortensen & Vanessa Ragone
Fotografía: Lucio Bonelli
Música: Lucio Godoy & Fereici Jusid
Montaje: Irene Blecua & Alejandro Lázaro
Diseño de producción: Mariela Rípodas
Decorados: Uxua Castelló & Lorena Rubinstein
Vestuario: Valentina Bari
Reparto: Viggo Mortensen, Soledad Villamil, Daniel Fanego, Javier Godino, Sofía Gala, Oscar Alegre, Joaquín Daniel, carolina Román…
el plan de algunos apesta
A la única persona a la que su plan debe haberle salido redondo es a Ana Piterbarg. Primero consigue escribir un guión con Ana Cohan, la que fuera guionista de Sin retorno (2010, Miguel Cohan). Después se lo endosa a los que fueran productores de El secreto de sus ojos (2009, Juan José Campanella), asegurando el interés mediático. Y por último se las apaña, no sólo para que Viggo Mortensen sea el protagonista de su película, sino para que además también se involucre como productor, logrando una gran repercusión internacional antes incluso del estreno de la que es su ópera prima. Él único que pierde con Todos tenemos un plan es el espectador. Al menos aquel que, como un servidor, vaya perdiendo progresivamente la atención a medida que le explican un plan que resulta ser tremendamente improvisado y excesivamente aleatorio.
Podríamos denominar Todos tenemos un plan como un filme de género con aspiraciones existencialistas. Quizás este sea uno de los únicos puntos en que coincido con la propia directora de la película, además de con el hecho de que es un plan improvisado. Pero es que precisamente es en estos dos puntos donde falla estrepitosamente su propuesta. Aunque claramente utiliza las claves del género, su película carece en absoluta de estilo y estética. Salvo por esos breves y escasos planos en los que muestra el entorno natural en el que se desarrolla la historia, no hay absolutamente ninguna intención ni psicológica, ni narrativa, ni de ningún tipo en la posición de la cámara. Pareciera que las instrucciones de la directora a su director de fotografía, Lucio Bonelli, fuera la de mostrar al personaje que habla en todo momento. Una leve intención psicológica se intuye en el movimiento de cámara que envuelve el encuentro de Agustín (ahora Pedro) con Rubén, rodeados de esos altos y finos árboles que podría hacernos pensar que están tan atrapados el uno como el otro y que sus destinos están, de alguna manera ligados, pero poco o, más bien, nada más.
Y no es que la directora no quiera que sepamos cual su opinión sobre los personajes, al estilo del cine de Michael Haneke, sino que no parece que tenga opinión alguna. De hecho, no entiendo el retrato de lo que, imagino, ella ve como un anti-héroe, cuando en realidad no es más que un pringado que ni sabe lo que quiere, ni tiene plan alguno, ni mucho menos tiene la capacidad de improvisarlo. Es cierto que el planteamiento de la historia es interesante. Promete. Pero si además de que la película adolece de un tremendo problema de ritmo, por mucho que un servidor quiera entender los motivos por los que Agustín hace todo lo que hace, termino igual de frustrado que el propio personaje. Partimos del hecho de que la película promulga en su titulo que "Todos tenemos un plan", un pequeño detalle que ligado al deliberado uso de las claves del género negro, propician la ilusión de que, en algún u otro momento, habrá un giro que responda a los cabos que han ido quedando sueltos.
Quizás sea un error personal pero, sin duda, inducido por las propias características de la película. No entiendo los motivos del hastío que parece asolar a Agustín en su vida en la ciudad, con su pareja y sus planes de futuro. Puedo admitir que se haya cansado o que, simplemente, haya cambiado de opinión. Pero eso no justifica la acción que marca su ruptura con el pasado, ni explica los motivos de su renacer como ermitaño. Tampoco me satisface la ausencia de respuestas sobre ese viaje al pasado que podemos interpretar con un viaje interior. No terminamos por saber qué es lo que le atrae del lugar en el que vivía Pedro, ni los lazos que le unían a él. Ni siquiera creo que sea una cuestión de que quisieran dejarlos a la interpretación del espectador. Es que claramente no les importaban en absoluto y estoy convencido que querrían que fuéramos nosotros quienes les resolvieramos la papeleta.
Lo único bueno que puedo decir de Todos tenemos un plan es que, a pesar de todo, sus actores defienden con uñas y dientes a sus respectivos personajes. Desde la breve pero intensa aportación de Soledad Villamil, hasta la doble y contundente interpretación de Viggo Mortensen, que, eso sí, en algunos casos parece tan perdido como Sean Penn lo estaba errando por el desierto de The Tree of Life. Javier Godino, que también se dejaba ver en El secreto de sus ojos, aporta perfectamente la dualidad e indecisión que su personaje requiere, de la misma manera que Sofía Gala incorpora autenticidad y realismo a un personaje que navega entre las claves de una Lolita a una femme fatale.
Quizás lo único que realmente me ha llamado la atención de la película sea la primera secuencia. Esa en la que Pedro y Rosa buscan a la abeja reina, que no produce como debiera, por lo que deben eliminarla para que nazca una nueva reina que haga que sus zánganos produzcan más y mejor miel. Quisiera entender una lectura política, pero, aparte del despiste que pueda provocar la sola presencia de Viggo Mortensen, la película es tan española como argentina, por lo que no estoy seguro de a quien está dirigida. Ni siquiera si tenía realmente alguna intención porque no parece que tenga nada que ver con el resto de la película. Lo mejor que pueden hacer es salir de la sala, antes de que aparezcan los títulos de crédito.
Publicado originalmente en EXTRACINE
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