Nacionalidad: Irán
Dirección: Bahman Ghobadi
Guión: Bahman Ghobadi, Hossein Mortezaeiyan & Roxana Saberi
Producción: Bahman Ghobadi
Fotografía: Turaj Mansuri
Montaje: Haydeh Safi-Yari
Reparto: Negar Shaghaghi, Ashkan Koshanejad, Hamed Behdad, Hichkas, Hamed Seyyed Javadi…
pero qué poco sabemos
A finales de la década de los noventa se hizo muy popular, en ambientes muy reducidos, la revista COLORS. Una revista monográfica editada por el Grupo Benetton en la que era más importante la imagen que la palabra. Precisamente, en el primer número que cayó en mis manos, el que estaba centrado en la guerra, uno de los reportajes trataba de transmitir lo que hacía un joven que vivía en un país en guerra, ¿dónde conseguía el agua y los preservativos? ¿cómo se las ingeniaba para ligar y estudiar? ¿salía de fiesta los fines de semana o se quedaba en casa viendo la tele en el sofá? ¿Nintendo o Playstation?… Desconozco los motivos de Bahman Ghobadi para dotar a su filme de tan sugerente título, por lo que me atreveré a hacer mi propia interpretación. Que no es otra que la alusión al desconocimiento total y absoluto, por parte de la mayoría de los occidentales, de la vida diaria de los jóvenes en un país como Irán. Me imagino que la imagen que, por lo menos los españoles, deben tener sobre este y muchos otros países asiáticos, africanos e incluso sudamericanos, no debe ser muy lejana a la misma imagen que de España tuviera cualquier extranjero en los años cincuenta o sesenta. Lamentable en todos los casos.
Nadie sabe nada de gatos persas casi se plantea como una road-movie que siguiendo una sencilla premisa argumental en la que Nader, un espléndido Hamed Behdad, nos guía por el mundo (literalmente) underground musical, a través de la muestra del amplio y variado abanico de bandas musicales que pueblan Teherán, ante la necesidad de Negar y Ashkan de reunir una formación con la que puedan realizar unos conciertos (nunca me ha gustado nada el sustantivo 'bolos') en el Reino Unido.
Este itinerario casi acaba convirtiendo la película en una extraordinaria muestra de cine atonal que aprovecha los momentos musicales para ofrecer diferentes aspectos de la ciudad, como si de un videoclip se tratara, abordando cada mirada sobre Teherán de acuerdo con el estilo musical que suena en ese momento, que incluye pop, indie, hip-hop y hasta música electrónica. Afortunadamente la película es mucho más que eso. No revelaré los giros de guión que se producen, pero sí avisaré de que, aunque a veces parecen no llegar y sean realmente escasos, terminan siendo realmente contundentes, demoledores y emocionalmente muy eficaces. El director logra pillarnos totalmente por sorpresa tras habernos acostumbrado a una sencilla estructura que, evidentemente, juega a la sorpresa final rompiendo el itinerario previsto.
La globalización es, sin duda, uno de los temas de la película. Lo significativo es que mientras la cultura americana es la influencia predominante en Nader, el productor musical de treinta o cuarenta y tantos, para las nuevas generaciones la influencia predominante es la europea, principalmente la música hecha en el Reino Unido.
Aunque lo que realmente me llama la atención es la poderosa necesidad de expresión artística que tienen todos estos jóvenes, una necesidad que se transmite en la fuerza que emanan sus canciones y sus interpretaciones y que contrasta notablemente con la nula aspiración artística que se respira en la mayoría de productos musicales actuales, ya sean europeos o americanos, ya sean españoles o latinoamericanos. Unos artistillos cuya única motivación parece ser, exclusivamente, la fama y el dinero… lo que convierte en un hecho absolutamente deplorable y lamentable que sigamos sin saber nada de gatos persas y tanto de búfalos norteamericanos, zorras británicas o linces ibéricos.
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