Título original: Pa negre
Año: 2010
País: España & Francia
Dirección: Agustí Villaronga
Guión: Agustí Villaronga, basado en una novela de Emili Teixidor
Producción: Isona Passola
Fotografía: Antonio Riestra
Música: José Manuel Pagán
Diseño de producción: Ana Alvargonzález
Decorados: Anna Pujol Tauler
Vestuario: Mercé Paloma
Reparto: Francesc Colomer, Marina Comas, Nora Navas, Roger Casamajor, Lluïsa Castell, Mercè Arànega, Marina Gatell, Elisa Crehuet, Laia Marull, Eduard Fernández, Sergi López, Joan Carles Suau...
se cambian ideales por comida
Algunas veces sucede que, gracias a la inesperada nominación de una película a los premios Goya, tenemos la ocasión de descubrir una obra que hubiera pasado lamentablemente desapercibida, tal y como ocurrió hace unos años con La soledad (2007, Jaime Rosales), y como ha sucedido este año con Pa negre.
A pesar del éxito de la película de Agustí Villaronga en el Festival de San Sebastián, que premiara la interpretación de Nora Navas, lo cierto es que tuvo un paso inesperadamente fugaz por la cartelera española o, al menos, por las salas no catalanas, pues no se puede dejar de mencionar que Pa negre es una auténtica muestra de la fertilidad de la cinematografía catalana, cada vez más presente en la cartelera nacional y que lleva teniendo su reflejo en las nominaciones y premios Goya de los últimos años.
Tras ocho años alejado del celuloide Agustí Villaronga adapta la novela homónima de Emili Teixidor, para hablarnos de dos generaciones. Por un lado la de los padres, que sufrieran en sus carnes los estragos de la Guerra Civil Española y los traumas que generó, tanto por su resolución como por lo que los perdedores tuvieron que hacer para sobrevivir; y por otro lado la generación que vino después, la de los hijos, que al no vivir la experiencia, no entiende lo que se puede llegar a hacer por defender unos ideales, que no es lo mismo que lo que luego se llega a hacer con tal de comer.
Para que el espectador entienda que no es lo mismo verlo a que te lo cuenten, Agustí Villaronga comienza su película con una tremenda, dura y dolorosa secuencia que causa tal impacto y angustia en el espectador que automáticamente le transporta al estado de ánimo que experimentan los personajes de la película. Una secuencia que además de servir para iniciar la trama, funciona como una metáfora de ese trauma que los personajes viven.
Pero no sufran, estamos ante un relato intelectual, no visceral. Por eso, en la línea de trabajos suyos anteriores, en los que siempre tienen importancia las miradas infantiles y adolescentes, Agustí Villaronga elige la mirada de Andreu (Francesc Colomer), para relatarnos la pérdida de la inocencia de una generación, la de posguerra, que renunció a cualquier ideal con tal de comer. Una dura reflexión que responde a una realidad y que, inevitablemente, me lleva a pensar que no sé si es peor hacer las cosas defendiendo una manera de vivir, que hacerlas por defender una manera de comer. Si la primera secuencia me deja con el corazón encogido, la última me deja con el corazón congelado.
No puedo terminar sin señalar, no sólo el magnífico trabajo de todos y cada uno de los miembros del reparto, del que evidentemente destaca una contundente Nora Navas, pero de entre los que sorprenden Francesc Colomer y Marina Comas como la auténtica pareja protagonista de la película, en unos personajes llenos de contradicciones, que sacan adelante con fuera y frescura y que les han valido sendas nominaciones al Mejor Actor y Actriz Revelación.
También el meticuloso trabajo del diseño de producción de Ana Alvargonzález, que envuelto por la excelente fotografía de Antonio Riestra que nos transporta a una posguerra pobre, pero luminosa, que hace merecedora a la película de esas catorce nominaciones con las que ha sido coronada. Quizás hubiera merecido una decimoquinta para el compositor de su banda sonora, José Manuel Pagán, cuyo trabajo previo fuera, precisamente, para el anterior trabajo de Villaronga en Aro Tolbukhin: en la mente del asesino (2002).
Indudablemente la obra no habría sido completa sin esa refinada habilidad de Agustí Villaronga para escoger el ángulo, cerrar el plano, mostrar lo justo y preciso, cortar a tiempo y demostrar que está, sin duda, en su mejor momento, consiguiendo una obra tremendamente poética a costa de un duro realismo. Ojalá que este sea el renacer de uno de los directores más personales, fascinantes e incomprendidos del panorama cinematográfico español y que no tenga que vender sus ideales para no tener que comer pan negro.
Publicada originalmente en EXTRACINE
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